THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Simpatía por los muertos

«Lo que nos aterra imaginar que un día podemos perder no son la fama o la gloria, sino el cariño personal e intransferible de alguien que supo distinguirnos de todos»

Opinión
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Simpatía por los muertos

Día de Muertos en México DF. | Europa Press

Mi primera imagen de México fue desde arriba. Serían las diez y media de la noche y nuestro vuelo (serie de vuelos más bien: Madrid-Montreal, Montreal-Miami, Miami-MéxicoDF , aparentemente interminable),  llegaba por fin a su destino. Por la ventanilla vi la alfombra de luces que ocupaba la extensión de la noche, hasta el infinito. Nunca había contemplado semejante espectáculo. Antes del colorido de los mercados y el revoleo luminoso de las faldas, antes del mar cristalino y los rojos volcanes, estuvo la oscuridad con su miríada de estrellas pegaditas al suelo. Fue ese día, el primer día, cuando aún no conocía a nadie ni había visto nada: entonces me enamoré de México. Supe que sería un amor exigente, dichoso y doloroso como los buenos amores, que sólo acabará cuando yo celebre por fin el Día de los Muertos del otro lado. Aquella noche, al aterrizar en el Benito Juárez por primera vez, yo tenía apenas treinta años; ahora, pues ya ni los cuento. Pero llego aquí otra vez con el estremecimiento sagrado de siempre, con miedo y ansia, aunque hoy mejor acompañado que nunca. Por fin con la compañera que merece México…

Volamos a Oaxaca para asistir a su Feria Internacional del Libro y sobre todo a las festividades del Día de los Muertos. Oaxaca es un lugar tradicional y surrealista, folcklórico y recatado, inventado para los turistas y a la vez hondamente popular, uno de esos sitios de los que México tiene el exclusivo secreto. Desde varios días antes del primero de noviembre, las calles se llenan de máscaras, disfraces, calaveras y esqueletos.  Pero sobre todo de mayores y pequeños maquillados no como no-muertos, walking deads o tenebrismos lúgubres semejantes, sino como muertos contentos y orgullosos de serlo. ¿Recuerdan ustedes las jornadas del Orgullo antes Gay y ahora LGTBI…? Sí., ya sé, a mí tampoco, pero algo hay en esta fiesta única del Día del Orgullo Cadavérico que me la recuerda en sus mejores momentos. 

Desde luego no es una fiesta triste (fiesta triste es un oxímoron, las únicas fiestas tristes son las organizadas por las autoridades para celebrarse a sí mismas, aunque ésas son tristes pero no fiestas) ni tampoco una festividad religiosa, aunque sólo podía tener lugar en un país de los pocos (¿dos, tres, en el mundo?) que es oficialmente laico – ¡Dios le bendiga!- y a la vez eufóricamente religioso en su ciudadanía. La entraña del Día de los Muertos se recoge en dos obras maestras, una novela y una película de animación. La novela es una de las auténticas piezas magistrales del siglo XX (al que tantas se le han fraudulentemente atribuído) y es casi trágica porque no es una historia mexicana sino la historia de un inglés entre mexicanos: Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Digo «casi» trágica porque ninguna obra maestra puede ser puramente trágica o meramente cómica, siempre va mas allá de su tono predominante: como en Shakespeare o Cervantes. La novela de Lowry es la crónica implacable de la jornada de un borracho. ¡Admirable tema! Resumiendo mucho, el Sauron del relato es el mezcal, que sólo aparece en la batalla final, mientras que el cónsul Firmin (¡lean la novela, pendejos!) reivindica su prudente gusto de hobbit por el tequila. Digámoslo de paso, el mezcal es una bebida realmente inolvidable para hacer olvidar. Atesora nombres que en sí mismos son embriagadores: Chica Loca, Pierde Almas, Sombra, Ilegal, Ojo de Tigre, Montelobos, 400 Conejos (mi preferido, algún día les diré por qué)… Beber mezcal es una aventura que no recomiendo a todos los temperamentos: una prueba de que eso de que uno puede autodeterminarse lo que quiere ser es risiblemente falso. La norma indudable es sencilla: «Para todo mal, mezcal; y para todo bien, también». Ah, y lo siento mucho pero no hay mezcal alcohol free

«Ser amado, aunque sea un poquito, es ser único e irrepetible para alguien»

Una forma aparentemente mas ingenua pero deliciosa de acercarse al contenido del Día de los Muertos es Coco, la película de animación de Pixar. Transcurre entre el mundo de los vivos y el de los muertos, que entran en conexión en la fiesta de comienzos de noviembre. Los muertos buscan no ser olvidados por quienes les amaron: mientras dura el afecto y el efecto del recuerdo, nadie muere del todo.  Los altares de los muertos que las familias preparan en esas fechas son plataformas de inmortalidad que defienden a nuestros difuntos -como nos defenderán a nosotros- del pozo en el que acaba no la vida sino la memoria. Lo que realmente nos perpetúa, lo que nos aterra imaginar que un día podemos perder, no son la fama o la gloria, esas hiperventiladas pompas fúnebres, sino el cariño personal e intransferible de alguien que supo distinguirnos de todos. Ser amado, aunque sea un poquito, es ser único e irrepetible para alguien. Coco sabe convencernos de eso y, en esta época en que se abomina de los lazos necesarios de la sangre, impuestos por la naturaleza, defiende con sencillez y eficacia la familia por encima de embelecos narcisistas como la autodeterminación de género.

Luego tocó el regreso a España, que no fue fácil por culpa de Aeroméxico. Nuestro vuelo debía salir a las 10.50 de la noche, pero ya cuando íbamos a facturar el equipaje supimos que no saldríamos antes de las doce. Y en efecto, después nos enteramos de que despegaríamos a las 5.30 de la madrugada (casualmente la misma hora en que llega el vuelo de la compañía desde Madrid). Todo ello sin explicaciones razonables, sin ninguna compensación de comida o alojamiento, sin nada más que el «es así porque yo lo mando».  Podíamos entretenernos esas horas de inexplicado retraso viendo el vídeo publicitario de la compañía, en el que Aeroméxico se ufana de ser una compañía aérea inclusiva, feminista, respetuosa con el medio ambiente y blá, blá, blá. Toda esa palabrería a la moda que debemos fingir que nos interesa, cuando lo que en realidad queremos son vuelos puntuales y respeto a los clientes. Pero eso por lo visto tendremos que esperar que esté vigente en el Otro Mundo…

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