Sánchez, el traidor
«Cada una de las traiciones del sanchismo es reprobable y no deberíamos permitir que se convirtieran en chascarrillos, sino juzgarlas como un peligro para la democracia»
Que Pedro Sánchez es el político con peor hemeroteca que se recuerda es una obviedad, tanto como que a él le es absolutamente igual. Son muchos los vídeos que corren con las declaraciones de Pedro Sánchez antes y después de ser presidente, pero acaban quedando como un meme más, con la misma indolente poca importancia y la misma prontitud para caer en el olvido.
Sánchez lleva tan al límite las costuras de nuestro Estado de derecho que da miedo pensar lo que puede llegar a pasar si gobierna una legislatura más. De momento ha erradicado la neutralidad de organismos públicos, que se han convertido en méritos apéndices de su Gobierno: la Fiscalía General del Estado, el Centro Nacional de Inteligencia, el Tribunal de Cuentas, el Instituto Nacional de Estadística, el Centro de Investigaciones Sociológicas y Radio Televisión Española. A esto hay que sumar su afición a las ruedas de prensa en las que solo se permite preguntar a sus medios afines, que son los únicos, también, a los que concede entrevistas. Pero parece que no es suficiente mordaza a los medios de comunicación y ahora quiere tener su propia sección en cada uno de ellos como si se tratara de la previsión meteorológica y pretende que la información gubernamental sea tratada como verdad revelada. No descartemos ver pronto a Pedro Sánchez haciendo alocuciones públicas en chándal.
Cada una de las traiciones del sanchismo es reprobable y no deberíamos permitir que se convirtieran en meros chascarrillos, sino juzgarlas como lo que realmente son: un peligro para nuestra democracia. Y, aunque todas y cada una de ellas lo sean, hay dos que me parecen especialmente repugnantes y, desde el punto de vista personal, dolorosas.
La primera es, por supuesto, el acercamiento de los asesinos etarras y todas las ventajas con las que empiezan a gozar nada más poner los pies en el País Vasco. Una terrible humillación para las víctimas de los chantajes, extorsiones, secuestros y asesinatos de ETA para que Sánchez pueda seguir usando el Falcon con el que se dedica a contaminar sin tasa mientras gasta el dinero público en anuncios ridículos para decirnos que vayamos en patinete. Cada vez que veo como se premia a uno de esos sangrientos asesinos me estremezco al pensar en los años y años de sufrimiento de tantas víctimas y de sus seres queridos que no merecen sufrir todavía más por culpa de las ansias de poder de Sánchez.
«Al final va a ser cierto lo de la vuelta de Puigdemont, pero no para enfrentarse a la justicia, como nos prometió Sánchez en campaña»
Y la segunda, claro está, tiene que ver con los privilegios otorgados a los golpistas catalanes. Sánchez sostuvo hasta la primera mitad de 2018 que lo que se había producido en Cataluña era rebelión, pero una vez convertido en deudor de los votos de ERC, forzó a la Abogacía del Estado a retirar ese cargo en su escrito de acusación. Y después vinieron los indultos: el traidor Sánchez pasó de proclamar en campaña que traería de vuelta a Puigdemont –le faltó añadir que con sus propias manos, pero se entendía- a otorgar el indulto a unos golpistas que no solo no se arrepienten de sus acciones, sino que proclaman sin cesar que lo volverán a hacer. Y ahora, con la desaparición del delito de sedición que les regala Sánchez, ese «ho tornarem a fer» es más fácil que nunca porque saben que no tendrá consecuencias. Al final va a ser cierto lo de la vuelta de Puigdemont, pero no para enfrentarse a la justicia, como nos prometió Sánchez en campaña, sino porque sus acciones no van a tener consecuencias penales.
El otoño de 2017 fue especialmente duro y triste para los catalanes. Hacía ya tiempo que el ambiente se había crispado y en muchos chats de amigos y familiares estaba prohibido hablar de política o algunas personas se iban de ellos o permanecían allí en silencio. Se rompieron relaciones personales, pese a que los separatistas lo negaban encarecidamente, y empezaron a marcharse empresas y, aunque esto nunca ha sido noticiable, una gran cantidad de personas a título individual en un silencioso éxodo que todavía continúa. Y había miedo, mucho miedo. Miedo a perder los ahorros, por ejemplo, y por eso tantísima gente sacó de Cataluña su dinero. Miedo a lo que podía pasar si finalmente declaraban la independencia, un miedo a lo desconocido al que se sumaba el desgarro que produce pensar que vas a perder tu nacionalidad, tu identidad. Y miedo, en mi caso y en el de las personas que nos habíamos significado públicamente contra el separatismo, a la violencia física, que para mí se consumó el día que me estamparon con fuerza un móvil en la cara.
Después, esas personas que destrozaron la economía y la convivencia en Cataluña se convirtieron en los socios de Gobierno de Sánchez y ahora parece que tenemos que darles las gracias porque no están quemando contenedores, destrozando escaparates o agrediéndonos como han hecho tantas veces. Que ahora reinan la paz y la armonía, dicen. Sí, que se lo pregunten a los padres de la criatura de Canet de Mar, vilmente acosados por osar pedir que en el colegio se pueda recibir una miserable asignatura en español. Porque esa es otra: en la anterior legislatura, el PSC se dedicó a reclamar el trilingüismo con una campaña que parecía diseñada por Cs, pero en esta se han apresurado en modificar una ley junto a los separatistas para que los alumnos no puedan recibir ni ese mínimo 25% en español que ha conseguido la sociedad civil representada por la AEB tras una lucha incansable. Decía el sábado Patxi López que iban a ganar la convivencia en Cataluña, pero ¿de qué convivencia habla si no se puede estudiar en español y la Generalitat ha diseñado una estrategia para evitar que los alumnos y los profesores hablen obligatoriamente catalán incluso en la hora del patio?
Es evidente que Pedro Sánchez es un hombre sin escrúpulos y capaz de todo por mantenerse en el poder, pero al resto de socialistas les pregunto: ¿de verdad merece la pena traicionarnos así?