MyTO

El PP, Almeida y Millán Astray

«Con la subordinación de todo a las expectativas electorales por parte de Pedro Sánchez, el espíritu incivil de la contienda del 36 lleva camino de perpetuarse»

Opinión

Erich Gordon

  • Ensayista, historiador y catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, está perdiendo la batalla de las palabras. Su estilo es bueno para transmitir moderación, pero bastante ineficaz para contrarrestar la lluvia de misiles que le lanza día a día el PSOE con el firme propósito de destruir su imagen. Siempre con afirmaciones rotundas sustentadas en una acusación puntual, que interpele al espectador de manera unívoca. Ante esta situación, una regla elemental debiera consistir en responder con la misma moneda, si se quiere con todas las modulaciones precisas en la forma, evitando las declaraciones ambiguas que se presten fácilmente a una lectura descalificatoria. Es lo que acaba de suceder con su intento de distanciarse de las polémicas sobre la República y la guerra civil. ¿Por qué preocuparnos por cosas que sucedieron en tiempos de nuestros abuelos? De forma suave, Feijóo está oponiéndose a la Ley de Memoria Histórica de Pedro Sánchez y sus socios, y a las consecuencias que pueden observarse hasta hoy de su entrada en escena. Solo que tal y como sugiere su oposición, omite un elemento fundamental del debate político: la necesidad de arriesgarse a exponer de modo breve y comprensible por qué considera importante opinar sobre el tema, aunque sea al desgaire. De inmediato, los portavoces del PSOE y del resto de la izquierda se han lanzado a denunciar que la actitud de Feijóo supone tomar posición con los vencedores. Por otra parte, echar balones fuera en este momento resulta ya inútil, porque el conflicto abierto está ya servido.

Y con un sesgo peligroso para el propio Partido Popular, ya que la fuga de votos desde el PSOE y el centro puede ser atenuada si los conservadores se asocian a Vox presentándose como partido neofranquista. No otra cosa ha supuesto la intervención del alcalde Almeida en la inauguración del monumento a la Legión en Madrid, al proponer la identificación de los valores positivos que el munícipe asigna a esa unidad del ejército con la figura histórica del general Millán Astray. Si el PP quiere seguir esa vía, que en sentido opuesto y con otro contenido ya inauguró el PSOE, puede hacerlo con la seguridad de que puede perder, y bien justificadamente, una porción del voto de demócratas descontentos con el Gobierno actual.

«Hay que respetar a la Legión Española de hoy, pero no son tiempos para resucitar el espíritu de ‘¡a mi la Legión!’»

De entrada, resulta obligado el respeto a una entidad militar que ciertamente desempeña hoy un importante papel en la defensa de nuestro país. Pero mirando al pasado, y el monumento mira sin reservas al pasado, hay demasiados episodios que afectan a la imagen de la Legión en España, como por otra parte afectan a su modelo, la Legión francesa: fueron unidades propias de una guerra colonial practicada a ultranza. Tanto en Marruecos como en la guerra del 36, hicieron prevalecer el objetivo de destruir al enemigo sobre las limitaciones exigibles desde cualquier otro punto de vista. Basta con leer el Diario de una bandera, que cuenta la experiencia autobiográfica de un destacado jefe de la Legión, de nombre Francisco Franco, o los episodios punitivos que narra un cronista de su confianza, El tebib arrumí -Victor Ruiz Albéniz, abuelo del exalcalde- para plantear la exigencia de una importante matización en los elogios. Hay que respetar a la Legión Española de hoy, pero no son tiempos para resucitar el espíritu de «¡a mi la Legión!» en la guerra de Marruecos, a lo que responde, estéticamente incluso, el monumento cantado por Almeida. Y el emplazamiento, justificado desde el punto de vista castrense, lleva también a un roce simbólico al instalarse en las proximidades de la Residencia de Estudiantes. Por no hablar del monumento a la Constitución. Algunos, tal vez muchos, hubiéramos preferido ver allí un monumento a don Francisco Giner de los Ríos. 

¿Qué decir del general Millán Astray? Sin duda, le hubiera ofendido la sentencia judicial que fundamentó la reposición de su nombre en una calle de Madrid al no haber sido protagonista de la represión ni de la definición política asumida por una acción permanente de exterminio de la culpable Antiespaña ¡Decir de él que su labor como jefe de propaganda de Franco fue «testimonial» y que no participó en la sublevación militar (claro, no estaba en España en julio del 36)! Una sentencia así se debe acatar, pero suscita asombro. Si llevamos las cosas a ese extremo, tampoco el general Franco se manchó personalmente las manos de sangre durante la guerra civil. Pero Almeida ha tomado ese partido de la adhesión a unos valores que debían estar enterrados para siempre.

«Sobra la puesta en circulación de un sello dedicado al PCE, que defendió la República pero que se vio implicado en crímenes contra la humanidad»

La reconciliación nacional que postuló el PCE en 1956, y que debiera ser aún hoy el objetivo a alcanzar sobre la guerra civil, supone tanto el reconocimiento de que el régimen legítimo de España, el 18 de julio, era la República, como de que el alzamiento no fue un golpe de Estado, ni en sus preparativos ni desde el primer momento, ya que adoptó una posición consciente de aniquilamiento del otro. Fue la «operación quirúrgica» cuya necesidad explicó Franco al embajador francés Jean Herbette en noviembre de 1935. Al mismo tiempo, sin embargo, a una barbarie organizada respondió otra, no a nivel del Estado, pero sí desde organizaciones y grupos de la izquierda, de la CNT y el PCE a sectores socialistas. Y esto, con la matanza de Paracuellos por emblema para todos los demócratas, tampoco puede ser olvidado. Sobra, en consecuencia, la puesta en circulación de un sello dedicado al PCE, que defendió la República pero que bajo el control de la Comintern se vio implicado en crímenes contra la humanidad. No es extraño que el vocero comunista que desde su escaño en el Congreso manda al infierno a las derechas en la memoria histórica, olvidando la responsabilidad entonces de su partido, haya sido siempre un enemigo de la transición democrática de 1978. 

Hace años que Ian Gibson advirtió que la necesaria conciliación nacional en torno al 36 -no vamos a vivir una guerra de los cien años-se basaría sobre un reconocimiento de las responsabilidades por ambas partes. No a una equiparación, sí a una ponderación. Cierra esa posibilidad la subordinación de todo a las expectativas electorales por parte de Pedro Sánchez, que además de paso construye una memoria histórica sin ETA. Así las cosas, el espíritu de la incivil contienda lleva camino de perpetuarse.

22 comentarios
  1. Alias0

    Asurbanipal, enfatiza usted mucho el concepto ‘golpe de estado’ con la expresión ‘técnicamente’, del mismo modo que desacredita a Elorza como historiador y en su segundo comentario lo descalifica como ‘converso’, al margen de concederse entre líneas la capacidad de separar el grano ‘comunista’ de la paja socialdemócrata. Tanto énfasis promociona su idea de que como Elorza ya no es comunista (por mera conversión a las ideas de los ‘enemigos’ de usted) es peor historiador y mejor propagandista. Usted, sin embargo, exhibe lagunas donde desaparecen los ‘golpes de estado’ perpetrados (por los que combatieron a Franco y los suyos) contra la república y blanquea una voluntad claramente exterminadora, justificándola como ‘reacción brutal’ del ‘pueblo’ dirigido por el PCE, la CNT, el PSOE et alii, debido a causas seculares inolvidables e imperdonables que le hicieron pagar al clero. En mi opinión, Elorza, como muchísimos otros, ha evolucionado de forma crítica, lo que implica hacer sin temor una sana autocrítica, no siendo su caso, en el que abunda la nostalgia de tiempos de ‘ruido y furia’. Es un ejercicio más literario que histórico hacer ficción futura, pero analizando
    la experiencia pasada de nuestro país en aquellos años y de otros países en aquel período, surge con fuerza una pregunta: ¿qué habría ocurrido si los que manejaban la II república hubiesen ganado la incivil guerra? Responder a esa pregunta no es historia, pero sí es moral y pensamiento crítico. Sabrá usted de sobra que se atribuye a Confucio la frase ‘Cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo’. Le ha pasado a usted con el artículo de Elorza.

  2. Asurbanipal

    El desprecio con que se refiere al «vocero comunista» está bien como signo de afirmación de unas convicciones democráticas, pero chirría «en boca» de alguien que fue comunista, al parecer muy convencido y activo, en una época en que el comunismo europeo aún era comunismo (a diferencia del hoy representado en el Congreso español, que no es sino una socialdemocracia extremada). Suena injusto, y un poco a énfasis de converso.

    También es injusto, además de inexacto, afirmar que Pedro Sánchez «construye una memoria histórica sin ETA». La memoria histórica de la democracia incorpora plenamente la acción criminal de ETA y sus consecuencias, no puede ser de otro modo. La Ley de Memoria Democrática establece oficialmente el criterio del Estado para la consideración de la historia española entre 1936 y 1977. Luego cada persona puede opinar lo que quiera, siempre que no caiga en la exaltación pública de unos hechos y un régimen que suponen la negación absoluta de los valores consagrados en la Constitución del 78.

  3. Asurbanipal

    La sentencia sobre Millán-Astray más que asombro produce estupefacción. Y asco. Hay que acatarla porque a la fuerza ahorcan. Pero es un hecho innegable que dicho tipe jo participó en la sublevación, pues no tardó en incorporarse a las fuerzas facciosas. La sublevación empezó en julio del 36, pero duró hasta el 39 (y entonces se «institucionalizó» del todo). Millán-Astray estaba tan pringado como lo estuvieron Franco y Queipo de Llano, aunque obviamente a un nivel de mando inferior. De modo que la sentencia es a todas luces infundada, y había que recurrirla ante un tribunal más alto y presumiblemente no prevaricador. Almeida no lo hizo, bien sabemos por qué.

    Llamar «operación quirúrgica» a la carnicería genocida de los facciosos se comprende que lo hiciera Franco, pero no que lo asuma un reputado historiador actual. Lo del 36 («alzamiento», lo llama Elorza) fue técnicamente un golpe de Estado, pues pretendía subvertir por la fuerza el régimen político vigente. Ello no quita que además tuviera un plan exterminador, el especificado en las instrucciones de Mola. El golpe y la consiguiente ejecución de dicho plan abrió la caja de los truenos, provocando la reacción sin duda brutal del pueblo agredido, un pueblo y un régimen que tenían derecho a defenderse. El golpe semi-triunfante puso en el punto de mira a l@s afiliad@s y l@s simpatizantes de los partidos anti-republicanos y al clero (al que se hizo pagar una historia secular de agravios, imposibles de olvidar y muy difíciles de perdonar). Lo que hicieron entonces el PCE, la CNT, el PSOE y otros partidos y organizaciones fue responder al ataque y defender España. Una España democrática.

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