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Ética del carnívoro

«Tratar ‘bien’ a un animal es utilizarlo para aquello para lo que ha sido criado a lo largo de muchas generaciones, para lo que ha sido biológicamente cincelado»

Opinión

Ética del carnívoro. | Unsplash

  • Fernando Fernández-Savater Martín (San Sebastián, 21 de junio de 1947) es un filósofo y escritor español. Aficionado a las carreras de caballos y lector de Borges. Fue profesor de Filosofía. Destaca en el ámbito del ensayo y el artículo periodístico, y además, ha incursionado en la novela y el género dramático.

Los animales humanos y los no humanos convivimos desde hace milenios o, por decirlo bien y pronto, desde el principio. Sabemos algo, pero no demasiado, de las opiniones que han tenido los no humanos sobre nosotros: podemos suponer que según su tamaño y necesidades nos habrán visto como peligrosos, torpes, apetitosos, protectores, insaciables… Aunque todos estos puntos de vista son demasiado antropocéntricos para expresar bien la consideración en que tenían a nuestros antepasados los osos de la cavernas, los cangrejos o las larvas. Lo que parece seguro es que la frecuentación de los animales no nos animalizó más, sino que contribuyó a humanizarnos. Algunos paleontólogos –y más literariamente que ellos Bruce Chatwin- suponen nuestros orígenes mas o menos así. 

En tiempos muy remotos, los animales casi humanos vivíamos aislados en mínimos grupos familiares o solitarios, tímidas criaturas que se ocultaban en la maleza, trepaban a los árboles o buscaban refugio en las cuevas. Sucedió entonces que algún gran depredador, probablemente uno de los primeros felinos, descubrió que nuestros antecesores eran nutritivos y muy fáciles de cazar. De perseguirlos de vez en cuando pasó a convertirlos en su presa número uno, en la base sustantiva de su dieta. Así entraron los hombres por primera vez de veras en la cadena alimenticia, por abajo, como nos correspondía empezar. Nuestro particular depredador fijó su residencia cerca de donde abundaban los humanos y los diezmaba con total facilidad. No podían defenderse de él, eran demasiado lentos y frágiles. Entonces aquellos animalitos dieron el paso definitivo hacia su humanidad, es decir, se comunicaron entre sí, se reunieron, formaron pequeños ejércitos (lo siento, pero antes que la tribu vino el ejército) y planearon su estrategia defensiva y ofensiva contra la bestia que les acosaba. Gracias a la necesidad de enfrentarse al enemigo común inventaron la sociedad y probablemente desarrollaron el lenguaje. También las leyendas: el héroe triunfador, la víctima inocente, los sabios que pergeñaban nuevas armas, trampas y ponzoñas para vencer al adversario feroz. El mismo gran León, el tigre colosal que se alimentaba de seres humanos, una vez vencido se convirtió en tótem, en una divinidad que podía llegar a ser protectora si se la trataba con la debida veneración. Las fieras fueron primero los enemigos que nos obligaron a pelear juntos y luego los dioses que ampararon nuestra unión.

Perdonen esta excursión prehistórica de un simple aficionado. Lo que quiero decir es que la sociedad humana es inseparable de los animales no humanos: primero, de aquellos grandes depredadores cuyo acoso nos obligó a inventar la guerra y la tribu para sobrevivir, y después de tantos otros a los que enseñamos a acompañarnos. Perros, cerdos, aves, vacas, cabras, caballos… Todos ellos provienen de especies silvestres pero transformadas por el pastoreo humano en bestias de trabajo y compañía criadas para alimentarnos, defendernos, transportarnos… Y, sí, también entretenernos, jugar con nosotros. ¿Con qué derecho? Pues con el mismo que las demás criaturas de la tierra, el aire o el mar tienen de ser lo que son y procurarse aliados o presas en el mundo viviente que les rodea. ¿A quién vamos a preguntarle lo que debemos hacer sino a nosotros mismos?

Un célebre propietario y criador de purasangres español, el Conde de Villapadierna, tuvo un excelente potro llamado Reltaj, al que hacía correr casi cada domingo en pruebas de velocidad o de resistencia. Algún amigo le comentó que estaba abusando un poco del animal y el Conde respondió: «Pues si no le gustaba correr, que hubiera nacido obispo». Es una respuesta más profunda de lo que parece. Tratar «bien» a un animal es utilizarlo para aquello para lo que ha sido criado a lo largo de muchas generaciones, para lo que ha sido biológicamente cincelado, para lo que ha sido incluido en la sociedad humana. El animal tiene derecho a ser lo que es y a ser respetado por lo que es, pero ese «derecho» le viene del hombre que lo ha inventado y que debe ocuparse de él. La naturaleza en su estadio crudo, anterior al único animal simbólico que es el hombre, no ostenta derechos sino que exhibe hechos.

«Dotados de imaginación, memoria y visión de futuro, los humanos conocemos no sólo el dolor, como el resto de los animales, sino también el sufrimiento, una de nuestras exclusivas»

¿Sufren los animales no humanos? Sin duda, como los demás seres vivos y tanto más cuanto más alto están en la escala de la consciencia. Sentir es padecer, como ya reflejó el gran poeta nicaragüense: «Dichoso el árbol que es apenas sensitivo y más la piedra dura, porque ésa ya no siente, pues no hay dolor mas grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente». Los que sentimos, lo sentimos mucho, padecemos pero también gozamos. Dotados de imaginación, memoria y visión de futuro, los humanos conocemos no sólo el dolor, como el resto de los animales, sino también el sufrimiento, una de nuestras exclusivas. Pero además somos capaces de descentrar nuestro padecer, de ponernos en el lugar de otros seres capaces de sentir. El sufrimiento humano, dotado de imaginación,  no acaba nunca porque incluye a nuestros semejantes y hasta a los que menos se nos asemejan, en cuyo lugar también nos ponemos a veces para padecer. Así es la poesía, que decora la realidad en busca de su sentido emocional la religión, que la trasciende. Pero la ética es la búsqueda racional de una vida humana mejor por medio de normas que encauzan nuestros actos, no es poesía ni desde luego religión. La religión aspira a algo mejor que la vida, pero la ética pretende solo una vida mejor, una vida humana mejor. De la vida en términos absolutos, de sus padecimientos y gozos generales, sólo podría ocuparse quien la creó: y Ése o Eso no parece demasiado interesado en el asunto.

(Comunicación leída en el Primer Simposio sobre Bienestar Animal Europeo).

4 comentarios
  1. Pinton

    Quizá, podria ser que, algunas de las manadas de entre los animales, ya tengan establecidos sus propios derechos animalistas y entre animales.

    Cuáles son mos animales y de qué especies, qué tienen derecho a seguir vivos o los cuales en sus panzas, es tambien un instito animal, de los que los animales tienen convertido en costumbre, y sobre el que queda mucho por explorar. Pero de ser este el caso, nosotros, humanos, estaríamos duplicandoles los derechos y relizandoles concesiones de nuestra humana humanidad que ni necesitarían, ni nos habrían solicitado.

    Que no hayan salido todavía expertos investigadores humanos dedicados a averiguarlo, y sí muchos a erigirse en portavoces de seres mugientes y balantes, dice muy poco de nuestro semejantes en cuanto a seres racionales.

    Ahora, eso sí, considero que todos estos ejercicios derechizantes con los animales nos va a venir muy bien para cuando nos contacten los extraterrestres.

  2. Libe_Aldecoa

    Eso mismo era lo que aprendí desde pequeña cada verano en Berástegui cuando íbamos al caserío.
    Allí además de las huertas y los campos había que cuidar de las ovejas, los cerdos, las gallinas, los conejos, las vacas, los caballos y los perros pastor.
    Mis tíos, no comfomes con esta tropa, la acompañaron, con no poca afición, de quince animales humanos -no es imaginación- a los que llamaba primos; la más pequeña era un año mayor que yo.

    Mis tíos tenían inteligencia, poca escuela y mucho trabajo.

    Afortunadamente, hoy podemos desasnarnos y aprender lo mismo y más leyendo y pensando estas hermosas y necesarias palabras.

  3. Feliu

    Es un recurso muy humano: querer culpar al otro del dolor del «amigo». La verdad es que la voluntad de muchos no está precisamente en hacer el bién. Recurtir a «Ese, o a Eso», que no está por la labor, es algo simplista, además de un poco ignorante. Es un pensamiento que viene impuesto cuando uno desconoce que significa el concepto dios. Si no cree que exista Diós, como puede preguntarse que lo que no existe pueda estar por la labor?. Es una pregunta absurda.
    I, si existiera, y no estuviera por la labor, ya no seria «Eso o Ese», seria mas bién eso o ese, algo así como «una vaca que ha parido»: otro animal mas, que seguramente también sufriria dolor.

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