Qatar y la lavadora del Mundial
«El emirato busca lavar su reputación internacional al asociar el país al deporte con el fin de desviar la atención de sus violaciones de derechos humanos»
Qatar pensó que el Mundial de Fútbol era una lavadora. La dinastía Al Thani metió allí la ropa sucia de la discriminación hacia las mujeres, las condenas por adulterio u homosexualidad o las 5.000 muertes de trabajadores inmigrantes, para blanquear su imagen mundial y dejarla impoluta.
A través del sportwashing, Doha busca lavar su reputación internacional al asociar el país al deporte con el fin de desviar la atención de sus violaciones de derechos humanos. En 2010, este miniestado de la península arábiga rico en gas y petróleo ganó la candidatura para ser anfitrión del Mundial, pese al calor y su poca tradición futbolística, debido a que la delegación qatarí sobornó y corrompió a varios miembros del comité ejecutivo de la FIFA que presidía Josep Blatter.
Gracias a que el presidente francés Sarkozy y Platini, presidente de la UEFA, estuvieron en los entresijos previos a la concesión de la organización del Mundial al emirato, un año después la monarquía absoluta qatarí compró un Paris Saint Germain (PSG) en bancarrota, y lo hizo a través de Qatar Sports Investment, una rama del fondo soberano del país. En ese mismo año, la Qatar Foundation se convirtió en el patrocinador de un club global, el F.C. Barcelona, sustituida en 2013 por la compañía aérea nacional Qatar Airways. Desde entonces, el país del Golfo no ha dejado de celebrar y patrocinar eventos deportivos internacionales: Campeonato Mundial de Balonmano en 2015, de Ciclismo en Ruta en 2016 y de Atletismo en 2019.
«A partir del año 2000, la Liga qatarí fichó a golpe de talonario a los mejores futbolistas del mundo»
La presencia del país del Golfo en grandes acontecimientos deportivos proviene de la Visión Qatar 2030, una estrategia lanzada en 2008 para diversificar la economía del emirato, basada en los recursos energéticos, y transformarlo en un país avanzado. El deporte internacional se utiliza para desplegar el poder blando de Qatar con el fin atraer inversiones, promover el turismo y mejorar su reputación global; además de intentar acallar las críticas hacia un régimen que aúna todos los poderes en la persona del emir Al Thani. A partir del año 2000, la Liga qatarí fichó a golpe de talonario a alguno de los mejores futbolistas del mundo como Batistuta, Frank de Boer, Eto’o y los españoles Guardiola y Xavi Hernández; este último también se convirtió en embajador oficial de la candidatura de Qatar al Mundial junto a otros deportistas como Zidane.
Conocedores del poder global del deporte, los países autoritarios con dinero suelen recurrir cada vez más a este tipo de estrategias. Rusia, China, Azerbaiyán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos invierten en acontecimientos deportivos globales como parte de su diplomacia pública para cambiar su imagen y ganarse la atracción de otros países. Esto no es nuevo, Hitler ya utilizó las Olimpiadas de Berlín para mostrar la fuerza del régimen nazi, Mussolini en el Mundial de 1934 reforzó el patriotismo italiano y la dictadura de Videla era legitimada en el Mundial de Argentina de 1978 mientras aumentaba el número de desaparecidos.
La organización de un Mundial permite al anfitrión forjar relaciones con otros Estados y crear una impresión positiva en las multitudinarias audiencias extranjeras. La Copa del Mundo de Rusia en 2018 fue vista por la mitad de la población mundial y la final fue seguida por 1.120 millones de personas. La diplomacia deportiva de los países del Golfo también utiliza canales de televisión como beIN Sports, dirigida por el presidente qatarí del PSG, Nasser Al-Khelaifi, para comprar los derechos de retransmisión televisiva de las principales competiciones deportivas del mundo.
Qatar también creó en 2004 la Academia Aspire, un programa que le permite identificar a los mejores jóvenes atletas del mundo además de reclutar a los entrenadores y científicos deportivos más reputados a nivel global. Sin embargo, las críticas acechan al emirato porque hay países que le acusan de comprar deportistas para competir con Qatar a cambio dinero.
«Doha, en lugar de mejorar su reputación internacional, está bajo el escrutinio de la lupa global»
El deporte puede servir para lavar la imagen de un régimen autoritario, como ocurrió en el Mundial de Rusia de 2018 cuando Putin, tras haberse anexionado Crimea y estar en guerra con Ucrania, aparecía con el sátrapa saudí Bin Salman y el presidente de la FIFA Infantino, sin las críticas tan duras que Qatar sufre estos días. Doha en lugar de mejorar su reputación internacional, está bajo el escrutinio de la lupa global que lo considera un estado que trata como esclavos a sus trabajadores extranjeros, discrimina al colectivo femenino y LGTBQ, no permite el consumo del alcohol a los aficionados o te puede llevar siete años a prisión si cometes adulterio.
La presión social es cada vez mayor y cantantes de talla mundial, como Shakira o Dua Lipa, han declinado participar en la inauguración del Mundial, y los jugadores de la selección de Irán se han negado a cantar el himno en protesta por la represión en el país de los ayatolás, gran aliado de Qatar.
La monarquía absoluta qatarí olvidó poner detergente en las prendas que metió en la lavadora del Mundial. Aun así, el poder del dinero y la corrupción son mayores que la defensa de los valores fundamentales. Pensar en un boicot global no es posible y es muy probable que las denuncias de violaciones de los derechos humanos caigan en saco roto y solo nos queden en la retina los goles de la final.