THE OBJECTIVE
David Mejía

Qatar y Occidente

«Somos capaces de lamentar la colonización de un territorio al tiempo que lamentamos que tierras no colonizadas se resistan a la influencia occidental»

Opinión
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Qatar y Occidente

El futbolista británico Harry Kane con el brazalete 'One Love'. | Europa Press

En universidades americanas y canadienses se ha puesto de moda comenzar los actos públicos con un reconocimiento territorial (land acknowledgment): una declaración formal de que la institución se ha levantado en tierras que fueron habitadas por pueblos indígenas antes de la llegada del hombre blanco. Es una forma de pedir perdón y de honrar un vínculo histórico que se supone existe entre los nativos y esas tierras sobre la que hoy se levantan las instituciones. Suenan así: «Reconocemos que esta Universidad ocupa una tierra ancestral, de la que fueron expulsados los honorables pueblos indígenas de Ojibwe, Odawa y Potawatomi». Suelen continuar con un reconocimiento a la soberanía de los nativos y un mea culpa oficial por ser beneficiarios de la colonización y el genocidio. Lo que no me consta es que se haya devuelto un solo centímetro cuadrado de tierra a los indígenas, ¡cuánta avaricia moral! Lo queremos todo: conservar las tierras y presumir de buena conciencia.

«Este alardeo moral, que disocia la nobleza del sacrificio, es un signo de nuestro tiempo»

Algo similar ha resonado estos días en los variopintos lamentos vertidos en torno al Mundial de Qatar. Algunos lo quieren todo: la gloria de jugar una Copa del Mundo y la honra de hacer frente al tiránico anfitrión. Pobre Harry Kane, que tuvo que renunciar a lucir el brazalete arcoíris so pena de ser amonestado por el árbitro. Estos bienintencionados deportistas deberían posar detrás de una pancarta que revelara sus sólidas convicciones: «Estoy comprometido con la igualdad de género y con la comunidad LGTBI+, pero no tanto como para renunciar a jugar un Mundial, ¡ni siquiera para jugarme una tarjeta amarilla!». Este alardeo moral, que disocia la nobleza del sacrificio, es un signo de nuestro tiempo.

Pero si he traído aquí estos dos pedazos del presente no es para denunciar un postureo al que estamos acostumbrados, sino para alumbrar una contradicción más sutil que late en el corazón de Occidente. Somos capaces de lamentar la colonización de un territorio, aunque esta haya supuesto el asentamiento de una democracia liberal y el consiguiente blindaje de los derechos individuales, al tiempo que lamentamos que tierras no colonizadas se resistan a la influencia occidental. Únanse a este experimento mental. Imaginen que lo que hoy conocemos como Qatar hubiera sido conquistado por Inglaterra en el siglo XVII. Imaginen una colonización paulatina y por momentos violenta. Imaginen que pese a todo allí florecen instituciones liberales e incluso focos de industrialización. Imaginen que unos criollos ilustrados pujan con éxito por la independencia del pequeño país y en siglo y medio se convierte en una república democrática y ejemplar. Imaginen que organiza un Mundial de fútbol y su anglófono presidente pronuncia un discurso y dice: «Reconocemos que estos estadios ocupan tierra ancestral…»

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