La 'parajoda' de Otegi
«¿Qué pensamiento ‘progresista’ y de ‘izquierdas’ es ese que consiste en aceptar esta suerte de dominación indigna, de postración canina ante el hueso lanzado?»
Sí, no hay error tipográfico. Parajoda. Ahí va mi estipulación: dícese del hecho (jodido) que contraría a la lógica, nubla el entendimiento cabal y solivianta al respetable.
A diferencia de la ignominiosa nocturnidad con la que se celebró el debate sobre la reforma del delito de sedición para contentar al socio independentista del Gobierno, Arnaldo Otegi fue prístino a la hora de valorar el apoyo de Bildu a los presupuestos generales del Estado y al Gobierno de coalición. Vale la pena transcribir lo que dijo en su integridad: «No hay gobierno de progreso en el Estado español si los que nos queremos marchar del Estado español, y además somos de izquierdas, no sostenemos esa oportunidad. Esa es la gran paradoja. Sin vascos independentistas de izquierdas y catalanes independentistas de izquierdas no hay gobierno PSOE-Podemos en el Estado. Y eso es lo que nos ofrece la posibilidad de negociar cosas. ¿Y qué hacemos? Negociarlas a favor de la gente que consideramos más vulnerable. Las pensiones de viudedad, las pensiones no contributivas… todas las medidas de escudo social, la gestión de los impuestos especiales aquí, lo cual va a suponer que va a haber más recursos aquí para hacer políticas sociales».
«Aquí», claro, hasta que toque el «allá».
Y es que ahí radica la parajoda profunda, la auténtica. Lo que resulta parajódico no es lo que señala Otegi – que los que se quieren ir son los que «ayudan»- sino el hecho de que él, y sus votantes, y los votantes de un PSOE dispuestos a que persista un Gobierno de progreso con su apoyo, acepten que esa especie de condescendencia con la que se pronuncia el pragmático Otegi, esa suerte de chantaje cínico funja como pensamiento «progresista» y de «izquierdas».
«¿No se dan cuenta de que el que antaño fue portavoz de los señores de vidas ajenas nos trata con el arbitrio del señor feudal?»
¿Pero no se dan cuenta de que el que antaño fue portavoz de los señores de las vidas ajenas y ahora señorea sobre la hacienda común nos trata con el arbitrio del señor feudal? ¿Pero qué pensamiento «progresista» y de «izquierdas» es ese que consiste en aceptar esta suerte de dominación indigna, de postración canina ante el hueso lanzado? Apela el parajódico Otegi a los «vulnerables», los de aquí, los del Estado español, los de «menor cuantía», los del RH siempre positivo que no serán beneficiarios de sus cupos y extras de las loterías presupuestas cuasi-navideñas, y se acuerda uno del genial Luis Escobar, el Marqués de Leguineche en La Escopeta Nacional, cuando, próximo a morir, pedía que llamaran al servicio a su lecho de agonía pues «estas cosas les gustan mucho».
Es parajódico, ciertamente, que se vanaglorie uno de mejorar las «pensiones» con los recursos de todos cuando su objetivo político implica, en el corto, mejorar a los del terruño, y, a la larga, la mayor desigualdad posible entre todos los que a día de hoy compartimos ciudadanía: poner una frontera para que unos cuantos dejen de tener obligación de justicia alguna para con el resto. El plan, más o menos oculto, de Ayuso para «cargarse la sanidad madrileña y los servicios públicos», es una orgía de los Teletubbies en comparación con las consecuencias que para el Estado del bienestar español tiene el plan independentista de las fuerzas «de izquierda soberanista» vasca y catalana.
Cosas veredes, Sancho, y perdón por el tópico. Eso sí, habiendo pugnado el parajódico Otegi por mantener las pensiones de viudedad, habrá que agradecerle que ETA haya dejado de generar viudas.
«¡Aquí estamos todos!», gritó al unísono la bancada llamada socialista.
Guau.