Parlamentarismo basura
«El Parlamento solo es ya el recinto donde se escenifican los acuerdos que se toman en otros sitios y se sueltan improperios que abochornan»
Una de las pruebas de que estamos en el tiempo de prórroga de la democracia tal y como la conocemos es la degradación del parlamentarismo. El espectáculo que vemos cada semana en nuestras cámaras representativas es sonrojante. Es difícil asimilar que pagamos grandes sueldos a personas cuyo momento culminante es un insulto al adversario, un zasca, o un chiste.
El caso de la diputada de Vox diciendo que Irene Montero es ministra por acostarse con Pablo Iglesias es una vergüenza. No solo es una cuestión personal, es una muestra de esa degradación institucional. Lo explico. La ministra ha puesto en marcha una ley que alivia las penas de los delincuentes sexuales, y que ha hecho tambalear su carrera política. Sus enemigos internos, los podemitas de Yolanda Díaz, veían la oportunidad de contemplar el paso del cadáver de su adversaria sin mover un dedo.
El PSOE se hacía el muerto, y sus feministas elevaban el tono de voz contra Montero. La prensa progre deslizaba críticas a la ley estrella del Ministerio de Igualdad. Y todo ello en la víspera del Día Internacional Contra la Violencia Machista.
Pues llega la diputada de Vox y consigue convertir toda esa debilidad en fortaleza mentando la vida privada de Irene Montero. ¿Resultado? La ministra se victimiza, hace una alerta antifascista y consigue el respaldo de todos los que antes la ponían en cuestión. ¿Se puede ser más torpe que Carla Toscano? Sí, por supuesto. Lo presenciamos cada semana.
«Nunca hubo una peor Presidencia del Congreso, permisiva con la zafiedad y el chalaneo en el control parlamentario»
Entre unos y otros han convertido el parlamentarismo español actual en el peor de los últimos doscientos años. No se trata de que no haya gente preparada, con profesión y conocimientos. Los que saben algo y son capaces de articular un discurso de entidad, callan o son pixelados. El problema son las formas y los contenidos de las intervenciones de los diputados, toleradas por Batet.
Nunca hubo una peor Presidencia del Congreso, permisiva con la zafiedad y el chalaneo de las tareas de control parlamentario. El papel del presidente es mantener el tono institucional y digno, no permitir los insultos y los comentarios de barra de bar. El bajo nivel también es culpa de Batet.
Las sesiones de fiscalización del Ejecutivo, y no solo en las Cortes, no sirven para nada. Los Gobiernos, el nacional y los autonómicos, no contestan a lo que se les pregunta. El acto de control se limita a un intercambio de zascas para ver quién es más ingenioso. Asistimos así a insultos, groserías, frases hechas, noticias viejas y el aplauso calculado de la grey que se tiene detrás. El conjunto es una estafa.
Feijóo pregunta en el Senado por el pacto con los nacionalistas para la eliminación del delito de sedición, y Sánchez contesta que Rajoy era un desastre. Esta respuesta es una falta de respeto a las instituciones, a la soberanía nacional y a la democracia.
El desprecio al parlamentarismo es hacer el juego a autoritarios y totalitarios. Un liberal demócrata de verdad no cae en el mismo vicio. Es una cuestión de coherencia y dignidad. Se trata de mostrar la diferencia entre quienes gobiernan por decreto y colonizan el Estado para eludir el control, y quienes sostienen que la democracia son contrapesos y fiscalización. Es una cuestión de probar que hay un ellos, los populistas, y un nosotros, los demócratas.
«No hay mayor colaboración con la tendencia totalitaria del sanchismo que despreciar el parlamentarismo»
Esta conversión del parlamentarismo en basura es otro éxito del sanchismo. Eso es el populismo, la máxima expresión de un Gobierno que se cree en representación de la voluntad y el futuro de un pueblo y al que le sobran las instituciones intermedias.
Por esto no hay mayor colaboración con la tendencia totalitaria del sanchismo que despreciar el parlamentarismo, caer en el vicio de la verdulera en el escaño, del macarrilla con sus tres minutos de gloria parlamentaria. Si se defiende la democracia y se cree en la soberanía de la nación hay que respetarlas, y el respeto empieza por un desempeño digno del cargo público.
Otra cosa es pensar que la actuación parlamentaria es una ocasión para conseguir popularidad a cualquier precio, como en las redes sociales. Esto comenzó con la nueva política, especialmente con Podemos, epítome del mismo populismo que usa Vox. Tenemos de esta manera a personajes que utilizan cualquier cosa, hasta lo más íntimo, para atacar al adversario. Si es así es hora de considerar sin riesgo a equivocarnos que esos políticos no sirven para la democracia.
Estamos ya en esa fase en que el Parlamento falla. Ni controla ni enorgullece. Solo es el recinto donde se escenifican los acuerdos que se toman en otros sitios y se sueltan improperios que abochornan. Este escenario es el deseado por los autoritarios para rebajar la importancia de la democracia. Dicho queda.