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Esperanza Aguirre

La 'ley del solo sí es sí' como síntoma

«El escandaloso fracaso del Ministerio de Igualdad lo podríamos considerar como un síntoma muy alarmante de la decadencia de nuestra clase política»

Opinión
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La ‘ley del solo sí es sí’ como síntoma

La ministra de Igualdad, Irene Montero. | Europa Press

Poco antes de las elecciones generales de abril de 2019 tuvo lugar en televisión un debate a seis con la participación de Aitor Esteban, Gabriel Rufián, Inés Arrimadas, Irene Montero, María Jesús Montero y Cayetana Álvarez de Toledo. Allí se habló de las políticas sociales que sus respectivos partidos llevaban en sus programas electorales. El PSOE, entre sus propuestas, incluía una nueva regulación de los delitos sexuales, basada en que el silencio nunca se podía tomar como consentimiento. Fue entonces cuando Cayetana pronunció una escueta frase que, sin más, constituía una carga de profundidad en el discurso de la Montero socialista: «Una duda, ¿de verdad van diciendo ustedes sí, sí, sí hasta el final?».

Recuerdo esto para señalar que la iniciativa de esta nefasta ley, que ahora ha sido aprobada, fue del PSOE. Aunque, después de enero de 2020, formado el Gobierno de coalición con Podemos, le dejara a sus socios podemitas su redacción, elaboración y defensa.

Ahora podríamos entrar en el análisis de la susodicha ley. Un análisis que está llenando infinitas páginas de periódicos e incontables tertulias en las radios y televisiones. Pero antes de que comentaristas y tertulianos empezaran a hablar de la ley, ya había hablado la realidad. Y la realidad es que, cuando los jueces han empezado a aplicarla, se han encontrado con que, de acuerdo con la redacción definitiva del texto que ha acabado en el BOE, los siniestros delincuentes sexuales de toda laya salen favorecidos. Algunos, hasta el punto de haber alcanzado inmediatamente la libertad. Una libertad que el sentido común, además de la legislación anterior, les tenía vedada.

Aquí es donde comienza mi reflexión. ¿Cómo es posible que, después de casi cuatro años de darle vueltas al texto, después de haber pasado por el Consejo de Ministros, por Comisiones Parlamentarias y hasta por los Plenos del Congreso y del Senado, salga un engendro tal que consigue un resultado diametralmente contrario al que buscaban las fuerzas políticas que lo proponían?

Aunque algunos insinúan que los podemitas no querían castigar demasiado a los delincuentes sexuales, me resulta difícil creerlo cuando, desde el caso de la Manada, no han parado de pedir más dureza en las penas. Entonces, repito la pregunta ¿cómo se ha llegado a este sinsentido?

«El sinsentido al que se ha llegado tiene que ver con la escasísima preparación intelectual de los políticos que han elaborado la ley»

La primera respuesta que a cualquiera se le ocurre  tiene que ver con la escasísima preparación intelectual, profesional, jurídica y hasta lingüística de los políticos que han elaborado el texto de la Ley.

De manera que este escandaloso fracaso de todo un ministerio, creado casi con el único objetivo de redactar esta ley, lo podríamos considerar como un síntoma muy alarmante de la decadencia de nuestra clase política.

Al pensar en esa decadencia me he acordado estos días, en que se ha conmemorado el centenario del nacimiento de Manuel Fraga Iribarne, del asombro que me provocó, cuando era presidenta del Senado, descubrir en la maravillosa biblioteca de esa casa un ejemplar de Los seis libros de la justicia y el derecho del jesuita del siglo XVI Luis de Molina, editado por la Facultad de Derecho de Madrid en 1941, con la traducción del latín que había hecho un joven estudiante de esa facultad de sólo 18 años, que era, precisamente, Fraga.

Fraga no se quedó ahí. A los 22 años fue número uno en las oposiciones a Letrado de Cortes, a los 24, sacó las de diplomático, a los 25, la Cátedra de Derecho Político de la Universidad de Valencia y a los 30 la de Teoría del Estado de la Universidad de Madrid.

Después, como político tendría sus aciertos y sus errores, haría cosas bien y cosas mal, se podría estar de acuerdo con él o no. Eso es materia para otra reflexión, aunque el balance de su larga trayectoria a mí me parece más que positivo. Pero lo que nadie podía esperar de él es que si quería alcanzar algo, redactara un texto que consiguiera el resultado opuesto. Había llegado a la política convenientemente alfabetizado.

«Desgraciadamente, para medrar en política lo más importante es enredar dentro de los partidos»

Desgraciadamente, la partitocracia, en la que se ha convertido nuestro régimen del 78, hace que, para medrar en política, lo más importante sea enredar dentro de los partidos, y no, como debería ser, la preparación intelectual y profesional que tendrían que tener los aspirantes a ser elegidos por los ciudadanos para trabajar por el bien común.

Ahora estamos contemplando el espectáculo lamentable de Sánchez que intenta forzar al Supremo para que arregle el desaguisado que él ha dirigido. Para disimularlo un poco utiliza a su empleado en la Fiscalía General del Estado. Por supuesto que no se le ha pasado por la cabeza, enfatuado como está por su convicción de que va a pasar a la Historia, destituir a la ministra que ha metido la pata hasta el corvejón, ni, mucho menos, reconocer que a él le corresponde la responsabilidad última de la colosal majadería legislativa que su Gobierno ha perpetrado.

Aunque el asunto es muy serio, es imposible no mantener una malsana curiosidad por ver cómo sale el sanchismo-podemismo del lío en que se ha metido por la ineptitud y la idiocia de algunos de sus dirigentes.

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