THE OBJECTIVE
Fernando Savater

Matzneff, el réprobo

«Lo importante es saber si nos parece aceptable que en el siglo XXI, en uno de los países más cultos de la culta Europa, se pueda anular social y humanamente a un artista sin darle voz para su defensa»

Opinión
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Matzneff, el réprobo

Gabriel Matzneff.

Gabriel Matzneff ha sido una de las figuras más notables de la prosa francesa desde mediados del siglo pasado. Nacido de una familia rusa emigrada después de la revolución bolchevique, ha escrito novelas, ensayos, poesía y sobre todo unos peculiares diarios íntimos que cubren su día a día desde 1953 hasta 2019, con especial atención a su compleja y poco convencional vida amorosa. Ha ganado por su obra premios de la Academia francesa y el Prix Renaudot de ensayo. Autor largo tiempo prestigioso pero nunca un best-seller, ha disfrutado de ayudas económicas del Ministerio de Cultura francés  y del Ayuntamiento de París para su modesto alojamiento en el Barrio Latino. 

A finales de 2019, la editora Vanessa Springora publicó un libro titulado El Consentimiento en el que contaba que fue seducida sexualmente por Matzneff cuando contaba 14 años (es decir, treinta y cinco años antes) y manejada a su capricho por él para su placer. El libro no descubría hechos desconocidos porque precisamente los diarios de Matzneff cuentan con abundancia de detalles biográficos sus aventuras amorosas con amantes siempre muy jóvenes (uno de sus primeros libros, escrito para una colección en que los autores debían hablar de sus aficiones, se titulaba Les moins de seize ans, o sea Los/las menores de dieciséis años). No ahorra de vez en cuando alguna revelación escabrosa, pero en la mayoría de los casos se detiene en las declaraciones de mutuo cariño, cartas amorosas, etc. Pero el libro de Springora llegó en un momento especialmente sensible a ese tipo de revelaciones. La reacción pública fue abrumadora. Todas sus obras fueron retiradas de las librerías, sus colaboraciones en prensa anuladas, las ayudas institucionales de las que disfrutaba suprimidas. Su casa fue registrada por la policía y sus papeles y archivos incautados. Aunque no llegó a incoarse contra él un proceso judicial, de hecho se diría que había sido juzgado y condenado a exclusión perpetua de la sociedad. Como hubo una oleada inquisitorial contra la permisiva intelectualidad posterior a mayo del 68, la mayoría de los colegas que le habían frecuentado o se consideraron un día sus amigos renegaron estrepitosamente de él. ¡Ríanse ustedes de las tres negaciones de Pedro en el monte de los Olivos! Poquísimos rechazaron secundar la cacería, entre ellos algunos que precisamente nunca habían alardeado de intimidad con él: Catherine Millet, B.-H. Levy, Alain Finkielkraut… Surgieron severos críticos literarios (alguno también en España) que aseguraron que Matzneff era un autor muy mediocre, sin mérito alguno, al que ellos sólo hojearon tapándose la nariz. Por cierto que lo mismo oímos decir cuando Salman Rushdie recibió su condena a muerte, como si la fatua de Jomeini fuese una especie de reseña desfavorable…

Pues ya ven, yo confieso haber leído desde hace décadas a Gabriel Matzneff. Empecé por un ensayo excelente, La dietética de lord Byron, que me recomendó Luis Antonio de Villena, un amigo de cuyo criterio literario me fío. Y luego seguí con otros estupendos, como Maestros y cómplices (¡soberbio título!), El toro de Falaris, etc. También he frecuentado sus novelas, que no me parecen tan logradas (demasiado costumbristas y algo retóricas, para mi gusto) y desde luego sus diarios, que me encantan. Soy muy aficionado al género autobiográfico (siempre que no se mezcle con la ficción, un signo de debilidad mental) y los Carnets noirs me llevan a los barrios de París que mejor conozco, a rincones italianos que adoro, a la compañía de amigos que he admirado y conocido bien (¡Cioran!), al comentario de libros que me gustan o van a gustarme. Pero no crean que me salto los pasajes eróticos: les diría que no es lo que más me interesa de esos libros, si no fuera porque no quiero parecerme a los hipócritas pudibundos que aseguran que van a los strip-tease por afición a la música popular. O sea que lo he leído todo todito y volumen tras volumen. También puedo asegurarles, aunque no soy crítico (¡a Dios gracias!), sino apasionado lector en lengua francesa, que Matzneff me gusta menos que Albert Camus, por ejemplo, pero bastante más que Annie Ernaux con Nobel y todo (por cierto, una señora que suele encabezar las jaurías persecutorias contra réprobos literarios).

A sus ochenta y seis años, Matzneff no ha tenido ocasión de exponer su versión de sucesos ocurridos más de treinta años atrás. Todas su obras han desaparecido de las librerías. Por lo visto la prestigiosa Gallimard se ha enterado ahora del contenido de esos libros con el mismo «sincero» escándalo con que el capitán Renard supo por fin que en el local de Rick se jugaba. Matzneff ha publicado a su costa un opúsculo de 100 páginas titulado Vanessavirus que prácticamente no se ha distribuido en Francia y que sólo puede conseguirse en la edición italiana, traducido por su amigo Giuliano Ferrara (ed. LiberiLibri). Este mes debía aparecer su último libro, un conjunto de sus crónicas en Le Point durante estos años y titulado Derniers écrits avant la massacre, pero la pequeña editorial Krisis que lo editaba ha cedido ante las intimidaciones y amenazas de muerte y ha renunciado a darlo a la luz. Esto ha ocurrido en Francia, no en Irán ni en China. La (excelente) revista mensual Causeur se ha decidido a publicar el epílogo de ese libro, no sin explicaciones y reticencias propias de quien se atreve con las caricaturas de Mahoma. Esperemos que no les ocurra nada malo.

Entiéndanme: aquí no se trata de establecer si Matzneff es culpable de algún delito, para eso están los jueces y tribunales. Ni tampoco de si aprobamos o rechazamos sus preferencias eróticas, tanto en Francia por medio de la seducción a jovencitas como en Filipinas mediante pago a muchachos de once o doce años (por cierto este último capricho tentó a Jaime Gil de Biedma y deleitó según confesión propia a Arthur C. Clarke, que pasó sus últimos años en las delicias de Ceylan. Espero que ahora no nos cancelen la lectura de Cita con Rama o la célebre 2001: Odisea del espacio de Kubrick…). Tampoco  pretendo reivindicar la calidad literaria del escritor para legitimar sus costumbres más que dudosas. Lo importante es saber si nos parece aceptable que en el siglo XXI, en uno de los países más cultos de la culta Europa, se pueda anular social y humanamente a un artista sin darle voz para su defensa ni tampoco condenarle de acuerdo con la ley. Para describir lo que uno siente ante este trato yo recurriría a una palabra que viene en el Larousse y en el Robert: honte.

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