La izquierda y la Constitución
«Por razones inconfesables, la izquierda ha renunciado a celebrar el pasado luminoso de nuestra Constitución y da la impresión de aventurarse hacia un nuevo régimen»
No he sido capaz de averiguar si fue el mismo día de entrada en vigor de la Constitución o en su primer aniversario cuando varios periódicos regalaron, insertada entre sus páginas, una reproducción en papel de la bandera de España. Yo entonces vivía en Moratalaz -para quien no conozca Madrid, un barrio mayoritariamente de trabajadores y gente humilde- y aún recuerdo la sorpresa y emoción con la que observé que muchas personas colocaron esa bandera en sus ventanas y balcones, lo que rápidamente pasé a hacer yo con la mía, que había obtenido con El País.
Eran otros tiempos. La Constitución había sido una gigantesca conquista, sobre todo para la izquierda, y fue la izquierda la que más celebró. No había, por tanto, en aquel gesto de la bandera colgada en un barrio de izquierdas ninguna muestra de resignación o derrota, sino todo lo contrario, de triunfo y, cuando más, de generosidad. Colgar en la terraza la bandera de España que El País había entregado a sus lectores era una manera de decir: esta bandera por fin es nuestra, por fin es de todos.
En los meses previos, el asunto de la bandera había sido objeto de debate, pero la izquierda de entonces, que, aunque procedía de una tradición republicana, era, sobre todo, pragmática, entendió rápidamente que la concesión sobre los colores de la enseña nacional era menor comparado con lo que se obtenía a cambio: la libertad, la democracia, la justicia, la igualdad; en definitivo, todo aquello por lo que la izquierda llevaba años luchando.
La Constitución era, sí, una gran conquista para España. Pero era, sobre todo, una gran victoria para la izquierda, que consiguió sacar adelante su versión del documento, -la única, por cierto, que nos equiparaba con Europa- y que, además, impuso una visión de la sociedad que ha sido dominante prácticamente hasta nuestros días.
Por eso resulta tan difícil entender hoy que la izquierda actual abomine de ese pasado y la emprenda a pedradas contra esa Constitución, bien de manera activa o pasiva. Uno de los partidos del Gobierno, Podemos, combate a diario lo que llama «el régimen del 78», al que alude como una herencia de Franco y no como lo que realmente fue, una gesta de los españoles actuando en su mejor versión. Los socios que sostienen con sus votos al Ejecutivo protagonizaron hace apenas cinco años un levantamiento contra la Constitución. Uno de ellos, Bildu, fue en su día conocido como la representación política de ETA, el único grupo que trató sistemáticamente de derribar nuestra democracia a tiros. El propio presidente del Gobierno decía hace unos días actuar en defensa del «pasado luminoso del republicanismo».
«El espíritu que forjó la Constitución, el de la moderación y el pacto, ha quedado barrido del escenario político»
Por razones inconfesables, esa izquierda ha renunciado a celebrar el pasado luminoso de nuestra Constitución y da la impresión de aventurarse hacia un nuevo régimen. Digo inconfesables porque nadie habla aún abiertamente de ello, pero esas son las intenciones que se atisban en cada paso que esa izquierda da. El espíritu que forjó la Constitución, el de la moderación y el pacto, ha quedado barrido del escenario político. Los valores que se desprenden de nuestro texto constitucional -la igualdad de los ciudadanos ante la ley y el respeto al Estado de derecho- son sustituidos hoy por derechos confusos de minorías nacionales o sociales que enfrentan a los ciudadanos. Las mismas instituciones que la izquierda insistió en su día en proteger ante la falta de convicción democrática de la derecha, son hoy objeto de un asalto impúdico que mina su legitimidad entre los ciudadanos.
Olvidado ya el luminoso pasado constitucional, borrada la épica de aquel momento, derribadas las estatuas de los protagonistas de aquella obra -¿algún niño de un colegio en cualquiera parte de España es capaz de citar los nombres de los padres de nuestra Constitución?-, queda abierta la puerta a su destrucción.
Hubo un tiempo reciente en que se habló de reforma constitucional. Con buen criterio, se pensaba que algunos artículos de nuestra ley suprema requieren una puesta al día. Se entendía entonces que aquello habría que hacerlo con la garantía de lealtad de todos los implicados en el proceso. Ese tiempo ha pasado. Esa lealtad ha desaparecido. Hoy la izquierda tiene otro plan. Sin reparar en el hecho de que fue la izquierda la gran artífice y principal beneficiada del texto aprobado hace mañana 44 años.