MyTO

Ciudadanos: réquiem por un sueño

«Es una pena que Ciudadanos desaparezca del panorama político, pero por la memoria de todo lo bueno que ha aportado, merecería un entierro digno y no este espectáculo bochornoso»

Opinión

Ciudadanos: réquiem por un sueño.

  • Doctora en Filología Española, Máster en Literatura y posgrado en la enseñanza de lenguas extranjeras. Concejal del Ayuntamiento de Barcelona (2015-16). Diputada del Parlament de Cataluña (2015-21). Colaboradora en varios programas de televisión.

Creo no equivocarme al decir que la estupefacción ante los últimos acontecimientos de Ciudadanos es general, que somos muchos los que nos preguntamos a qué viene esta cruenta batalla por los restos del naufragio, por liderar la nada, por reinar en un reino inexistente. Y me sorprende especialmente que Edmundo Bal, que hasta hace no mucho blasonaba de fiel escudero, le diga a Inés Arrimadas que tiene que abandonar la portavocía del Congreso. No sé con qué legitimidad se supone que lo hace ni quién le habrá susurrado al oído que tiene posibilidades de ganar.

Es evidente que Inés Arrimadas no está capacitada para liderar el partido porque, aunque tomó las riendas en un momento difícil, ha malbaratado todo el capital que todavía quedaba: expulsó de su lado a gran parte de los rostros conocidos y se rodeó de aquellos que por su evidente mediocridad no podían hacerle sombra, pero tampoco atraer votos. Por si eso fuera poco, lleva dos años faltando el respeto a todos los que dimos la cara por el proyecto en los momentos más difíciles y que acabamos dejando el partido ante lo que nos parecía una deriva incomprensible diciendo que estábamos en Ciudadanos, pero no éramos de Ciudadanos. Imagino que en su cabeza sonaba espectacular, como una frase rebosante de ingenio, pero le ha estallado en la cara. Edmundo Bal, María Muñoz, Sara Giménez y otros que llegaron a mesa puesta, se suponía que sí que eran el auténtico Ciudadanos, pero ahora que la han apuñalado por la espalda mi duda es si van a caer del lado del ser o del estar y, sobre todo, me pregunto qué apoyo van a tener entre los pocos afiliados que quedan.

Y es que, a pesar de todo, Inés tiene en su haber la victoria de las elecciones en uno de los lugares más complicados y fue, en unos momentos muy duros, la imagen de la esperanza para mucha gente. Es muy difícil explicar a las personas que nunca han vivido en Cataluña lo que supuso la victoria de 2017 porque fuera cuesta entender lo que es vivir bajo el peso asfixiante del nacionalismo, un nacionalismo que nos niegan la catalanidad a los castellanohablantes por mucho que hayamos nacido y vivido siempre aquí. Aunque el español sea la lengua de la mayoría de los catalanes, esto te convierte automáticamente en un ciudadano de segunda, como si los de los apellidos catalanes fueran cristianos viejos y los demás o conversos -los que intentan congraciarse con el nacionalismo- o herejes. Cuando casi nadie se atrevía a cuestionar esto, Albert Rivera y un puñado valientes decidieron reivindicar con determinación que estaban orgullosos de sus procedencias y de sus lenguas y que ya estaba bien de tratarnos como foráneos. Por ejemplo, antes de la irrupción de Cs en el Parlamento de Cataluña no se hacían nunca intervenciones en español y ahora se realizan el 30%. Este es uno de sus grandes logros: la normalización de la lengua mayoritaria.

«Es evidente que Inés Arrimadas no está capacitada para liderar el partido porque, aunque tomó las riendas en un momento difícil, ha malbaratado todo el capital que todavía quedaba»

Cabría suponer que esta reivindicación del bilingüismo sería recibida con los brazos abiertos, pero no fue así ni mucho menos. Más allá de las constantes campañas de desprestigio por parte de los otros partidos y por los medios de comunicación es tal el poder omnívoro del nacionalismo y el sometimiento y complejo de muchos catalanes que resultaba muy difícil apoyar públicamente a Ciudadanos. Hasta que llegó el otoño de 2017 y muchos de los que de una manera u otra habían intentado congraciarse con el nacionalismo o habían mirado hacia otro lado ante sus desmanes, se encontraron con la triste evidencia de que lo que denunciaba Ciudadanos era cierto y que estaban dispuestos a arrebatarles su identidad y su pasaporte español –uno de los mejores del mundo- y que eso podía suponer, por ejemplo, perder sus ahorros, por lo que empezaron a verse largas colas en los bancos para trasladar el dinero de lugar al tiempo que se iban marchando las empresas.

Y ahí estaba Ciudadanos, con su corazón tribandera, reivindicando que se podía ser catalán, español y europeo y que nadie tenía derecho a arrebatarnos esto. Y ese corazón se convirtió en un símbolo de la esperanza para muchos catalanes y las pegatinas volaban en las carpas que montábamos. Ahora hace justo cinco años estábamos de campaña electoral, la mejor que he vivido, no solo por lo innovadora y por lo bien diseñaba que estaba, sino por la ilusión que generó en tantos catalanes cuando más lo necesitábamos. Además, esa ilusión sirvió para que en el resto de España se conociera más el programa reformista de Ciudadanos, unas reformas que el bipartidismo se había negado a encarar y que, desgraciadamente, la mayoría de ellas están ahora en un cajón mientras Sánchez se dedica con ahínco a desmontar lo que queda de nuestro Estado de derecho de la mano de separatistas y filoetarras.

Ciudadanos ganó las elecciones catalanas y, como si hubieran dado las doce, la carroza se convirtió en calabaza y el vestido, en harapos. Arrimadas huyó a Madrid y sembró el desencanto en los que habían creído en ella y se sintieron traicionados. Empezó ahí una sucesión de malas decisiones por su parte: burlar la elección de los afiliados al arrebatarle la candidatura a Lorena Roldán pese a haber ganado las primarias de forma abrumadora; la esperpéntica moción de censura en Murcia que tuvo como resultado que Ciudadanos se quedara sin ese Gobierno y, de rebote, sin el de Madrid y, sobre todo, su clamorosa falta de liderazgo y el rodearse de una ejecutiva compuesta en su mayoría por personas grises a las que resulta difícil ponerles cara.

Es una pena que Ciudadanos desaparezca del panorama político, pero por la memoria de todo lo bueno que ha aportado, merecería un entierro digno y no este espectáculo bochornoso. Y es que de veras fue proyecto ilusionante aunque ahora vaya camino de convertirse, como diría el poeta, en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Edmundo Bal: «Inés Arrimadas ya está amortizada por el electorado»Edmundo Bal: «Inés Arrimadas ya está amortizada por el electorado»
6 comentarios
  1. DavidMansilla

    Lo que creo que merecen es otra oportunidad para aprender de los errores, pero parece que todos los ex de Ciudadanos estáis de acuerdo en que mejor que desaparezcan. Uno podría argumentar que no merecen seguir, pero, aunque se aceptara esa premisa, la pregunta siguiente debería ser, si ellos no se lo merecen, ¿se lo merece el PP? ¿El PSOE? ¿UP? ¿VOX?
    Porque esos partidos son los principales partidos nacionales que quedan.

    Al parecer la frase que se repite mucho entre vosotros es algo así como que «es una pena que desaparezca, pero claro, no queda otra. Está escrito que tienen que desaparecer.» Pues yo no tengo pensado dejar de votarles. ¿O también está escrito que tengo que tragar con el PP? ¿La alternativa es esperar a que se forme otro partido a lo Ciudadanos y UPYD, los Centristas 3.0? Y si no son lo suficientemente cercanos a la perfección como parece que estos partidos tienen que ser para sobrevivir, ¿aceptar su entierro y esperar al Centristas 4.0?

    Si tanto os preocupan los errores de Ciudadanos y lo que supone la falta de un «Ciudadanos pata negra» en la política española, ¿por qué no intentáis ayudar desde fuera al Ciudadanos que hay, que queda? ¿Por qué no intentáis aconsejarles, decir en qué se han equivocado, por qué, y cómo solucionarlo? Eso quizás ayude a que el Ciudadanos que hay se aproxime más al ideal que tengáis de lo que debe ser ese partido. Y aplico este mismo razonamiento a los ex de UPyD.

  2. ToniPino

    Ciudadanos nació en 2006 contra el nacionalismo catalán y obtuvo su gran éxito electoral en 2017, ganando las elecciones, no por los excesos del nacionalismo, sino por el miedo a la secesión de Cataluña, que son cosas diferentes, aunque estén relacionadas. Ese “nacionalismo asfixiante” llevaba años en Cataluña y nunca produjo una alternativa sólida hasta que ese sector de catalanes que votaron por Cs se asustó por la posibilidad de salir de España, donde se siente cómodo. Desaparecido el miedo a la secesión, entre otras razones, se acabó Cs.

Inicia sesión para comentar