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Eduardo Laporte

Qatar 2022: venció el fútbol

«Más allá de consideraciones éticas, el fútbol vence y demuestra su tirón transversal, global, multicultural, incluso apolítico»

Opinión
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Qatar 2022: venció el fútbol

Messi, tras la victoria de Argentina. | Reuters

Las cifras de audiencia del último (y quizá el más emocionante de las últimas décadas) Mundial dejaron claro que lo del boicot como solidaridad con los muertos en la construcción de los estadios era cosa de cuatro gatos de tuiter. Algunos lo anunciaron en los compases previos con mucha afectación, dignidad y puñito en el pecho. No se descarta que hubiera cierta arabofobia en la decisión, algo en cierta manera entendible en cuanto que en Irán y países del entorno se ahorca a todo aquel que defienda derechos humanos, futbolistas incluidos. 

Personalmente, me sumé al boicot de manera tangencial. Creo que nunca he visto más partidos de un Mundial que en este de Qatar, además con un horario favorable al público español. Lo que no hice fue comentar lances, jugadas y detalles en redes sociales, durante el transcurso del mismo. A nadie le importó este gesto íntimo, ni se cambió el mundo ni se reducirá la esclavitud en Qatar. Pero yo sentí algo contrario a la resaca moral, como una caricia de dignidad, con ese inane gesto, el de no sumarme a una fiesta que tenía algo de obsceno si uno piensa, aunque sea un minuto en los miles de trabajadores muertos cuyas familias ni siquiera han recibido indemnización. En Auschwitz, los que no pasaban por la cámara de gas también solían morir por «causas naturales». 

Quizá algún día se haga justicia con respecto este genocidio del andamio, con este gol a los derechos humanos que nos coló el régimen qatarí. Los juicios de Lusail. 

Y, mientras, el fútbol. A su ritmo, a su aire, como un lenguaje universal que todos entienden, como la música, imposible de apresar, de traducir, de limitar. Decía Franco Battiato que el deseo es como el humo; al final se cuela por cualquiera rendija. Parecido pasa con el fútbol y sus audiencias millonarias de verdad democrática. Más allá de consideraciones éticas, el fútbol vence y demuestra su tirón transversal, global, multicultural, incluso apolítico. Quizá la única parcela en que la máxima del «todo es política» o «lo personal es política» no fructifica. 

«El boicot era otro intento de insuflar de política al fútbol, y el deporte rey parece resistirse a ello»

De ahí también que el boicot haya fracasado: era otro intento de insuflar de política al fútbol, y el deporte rey parece resistirse a ello, parando esos embates como el Dibu Martínez los penaltis decisivos. 

Porque el fútbol demostró tener vida propia, al margen de influencers y líderes de la opinión moral. Para, a la postre, demostrar que podía con todo, es decir, que seguía siendo el mayor espectáculo del mundo y su salud, en tiempos sólidos y gaseosos, más sólida que nunca. Tanto como para diluir las corruptelas de la FIFA, de la UEFE, de la RFEF y de la Asociación de Futbolistas Mancos de Navalmoral de la Mata. 

La determinación de los hijos de la guerra de los Balcanes al masacrar a Brasil liderado por el pelopollo Neymar Jr. El tapamiento de boca marroquí a la veleidosa Portugal de un desquiciado Cristiano. El final por la puerta de atrás del soberbio Luis Enrique, que en esta edición habrá aprendido, quizá, la posibilidad de abrazar la humildad. La remontada de pizarra del equipo de Van Gaal y el Topo Gigio de Messi, entre la demagogia icónica y el gesto para la eternidad. El segundo penalti, fallado, de Kane, ante su amigo, compañero de equipo y sin embargo rival; un Lloris que se vistió, como Molière en escena, del amarillo de la derrota y muerte en el partido decisivo. 

El Dibu Martínez vistió en cambio de verde esperanza, la que pareció no perder nunca el equipo argentino ante todo el universo en contra. Ese gol de falta pesadillesca en el último minuto de los neerlandeses, las no menos infernales injerencias de Mbappé en la final de Lusail o ese penalti pitado con sangre fría arbitral a Gonzalo Montiel que de nuevo derribaba la construcción de la victoria. 

Hubo justicia poética en que el propio Montiel marcara el suyo en la suerte de penaltis, como que lo ejecutara, en un disparo timorato, lento, lloroso, pesado, el propio Lionel Messi. Espectador consciente de Mundiales desde el USA94, creo que ese es ya el momento decisivo del último medio siglo de fútbol. Ahí todos íbamos con Messi, incluso este que escribe y que cuenta con su pasaporte francés además del rojigualdo. A veces la vida rima, dice un amigo, y siempre hay que ir con la poesía. 

No descarto que muchos de los que se dejaron la vida en la construcción de los estadios de Qatar hubieran preferido que el público disfrutara del fruto de su esfuerzo. Que se emocionaran y minimizaran sus problemas con la complicidad de esos 11 contra otros 11. 

Porque que el fútbol, ajeno a las miserias humanas de quienes lo gestionan y venden al mejor postor, venza, tiene algo de hermosa lección. Como si el propio fútbol nos metiera un gol a todos. Un gol de otra dimensión, de otro tiempo y otro espacio. Enhorabuena al campeón.

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