THE OBJECTIVE
Rosa Cullell

De Sagrada Familia a organización criminal

«Pujol intentó montar una dinastía, pero los hijos le salieron rana -o cobradores de comisiones-. Me niego, no obstante, a creer que él no sabía nada»

Opinión
7 comentarios
De Sagrada Familia a organización criminal

Jordi Pujol.

David Trueba no ha querido (o podido) bajar al gran mito catalán del pedestal. Su serie-documental, La Sagrada Familia, es un inofensivo y repetitivo retrato coral sobre Jordi Pujol y su familia, definida en el auto judicial de la Audiencia Nacional como «organización criminal». Con 90 años, el patriarca ha sido rescatado del olvido y de la oscuridad como quieren muchos de sus admiradores. El cineasta no se ha atrevido con Jordi -el hijo de Florenci y Maria-, solo ha puesto su cámara al servicio de un desfile de periodistas, políticos y amigos del expresident.

El hombre que fundó Convergència, sustituyó a Tarradellas e inventó el nacionalismo catalán de finales del siglo XX, cuya doctrina ha alimentado el independentismo, sigue siendo respetado, incluso admirado. Pocos chistaban antes, cuando decidía lo que tocaba o no tocaba en las ruedas de prensa, y casi nadie quiere analizar ahora sus errores financieros o políticos. Se ve en las opiniones de los 50 elegidos para explicar la vida y milagros de Pujol.

Y ahora les voy a contar un cuento muy bonito: 

«Hace 80 años, un niño de 10 años subió a la cima del Tagamanent con su tío Narcís Pujol. Desde allí arriba, contemplaron una gran desolación: la ermita incendiada, las masías destruidas, el campo yermo… Y Narcís dijo: ‘Nos costará mucho reconstruir todo esto’. Y el sobrino Jordi tuvo una visión que marcaría su vida, porque ese fue el día en que decidió que su misión era reconstruir Cataluña».

Con las mismas o parecidas palabras, la historia vuelve a ser relatada en el primer capítulo del documental. Se ha convertido en un clásico. Que aquella historia era parte de la construcción de un mito, ya lo contaron Manuel Trallero y Josep Guixà, en su libro (Pujol. Todo era mentira), que abarca la vida del político desde 1930 a 1962. Llegan ambos autores a una conclusión sobre el juvenil relato: es una fábula más. En su libro, se incluyen censos de la época que explican que, en los 40, había allí varias masías habitadas y que el panorama no podía ser igual al descrito. La visión infantil fue construida a posteriori. La iglesia, eso sí, había sido quemada durante la Guerra Civil.

En el documental, más de un entrevistado asegura que el protagonista de la serie de Trueba es «el creador de la identidad catalana». En realidad, la mejor creación de Pujol ha sido su propia identidad como mito catalán indestructible.

En su obsesivo camino hacia la presidencia de la Generalitat, incluso reinventó la vida de su padre, de Florenci Pujol, un hombre que se dedicó al estraperlo de divisas y se hizo millonario.

Según uno de los grandes protagonistas de la serie, Josep Pujol, el  hijo mediano que se acogió a la amnistía de Montoro y hace ahora de portavoz de la familia, su abuelo era «un tipazo republicano, pero católico, que se dedicó a hacer dinero». Aunque el desparpajo de Josep es impagable, cabe pensar que el abuelito muy republicano no pudo haber sido; el franquismo difícilmente le hubiera dejado trabajar en la compra/venta de dólares si no hubiera estado bien conectado con el Régimen. 

Conocí a Florenci a finales de los setenta. Era un viejo y elegante jubilado, que se quejaba del hijo, porque no le dejaba meter mano en una Banca Catalana que se desmoronaba. Decía que el noi se lo estaba gastando todo en dar créditos y en repartir fondos entre el nacionalismo y sus fundaciones. En el documental, los amigos explican que a Pujol no le interesaba el dinero, que dedicaba su banco a promocionar «la cultura catalana».

Sentada ante el televisor, asistí al noviazgo de Jordi y Marta, la montañera catequista, y escuché como se repetía otra de las frases célebres del líder: «En este matrimonio, seremos tres: ‘tú, yo y Cataluña’». La frasecita se suele utilizar para recalcar que Pujol ha vivido solo dedicado «al país». ¿Los hijos? Pues se le fueron de las manos.  

Cuando llegó el momento Banca Catalana, pensé que Trueba se enfocaría en los misterios que quedaron sin resolver tras aquella quiebra que dejó en la ruina a muchos pequeños ahorradores. Del escándalo, Pujol se salvó envolviéndose en la senyera y politizando las acusaciones. Tanto él como su partido acusaron a los fiscales (a José María Mena y a Carlos Jiménez Villarejo), al presidente español Felipe González  y a los jueces de ir contra Cataluña. Felipe, durante su intervención, esboza una sonrisa socarrona y se limita a decir: «Sabía y sabe que no tiene razón».

A Pujol lo exculparon, con el voto en contra de la entonces magistrada Margarita Robles. La decisión fue rápida y muchos de los jueces ni siquiera se leyeron los tomos del sumario.

Poco se indagó. Tras este largo recopilatorio de hechos, seguimos sin saber qué se hizo de las acciones que en Banca Catalana tenía la familia. No se ha vuelto a hablar de la descapitalización del banco, del destino de la ‘caja b’ o del vaciado de arcas de las muchas empresas pantalla. ¿Papel mojado que se tiró a la basura porque no valía nada? Muchos lo dudan.   

El Gobierno decretó la pax romana. Prefirió el PSOE -y después el PP-, seguir contando con Pujol como aliado para la gobernabilidad de España. Siempre se ha necesitado a los partidos nacionalistas para gobernar. Lo estamos viviendo ahora mismo.

Jordi Pujol salió victorioso. Y, desde el balcón de la Generalitat en  la Plaza Sant Jaume, se dirigió al Estado, a los socialistas, y a los españoles, en general, gritando: «A partir de ahora, de ética hablaremos nosotros». De ética y de ‘trabajo bien hecho’ siguió hablando hasta 2003, año de su retirada.

Intentó montar una dinastía, pero los hijos le salieron rana -o cobradores de comisiones-. Me niego, no obstante, a creer que él no sabía nada, como dicen algunos, de los negocios de su sagrada familia. Pujol conocía hasta el nombre del panadero del último pueblo de Cataluña. Y menos aún pienso que su mujer, la madre superiora del clan, ahora con Alzheimer, fuera el cerebro de la trama.

Los 500 millones de pesetas en Andorra, confesó Pujol en un ataque redentor, los recibió de su padre en testamento -aunque no consta en ninguna escritura de herencia-. La prueba que presentaron es una extraña carta del pobre Florenci a Marta Ferrusola en la que el abuelo dice sufrir por el futuro de sus nietos y promete que les dejará en el testamento el dinero que ha ido ahorrando. Ni mi madre, votante convergente, se creyó la artimaña: cargarle la corrupción al muerto, al abuelo.

Vale la pena ver la serie, aunque solo sea por escuchar al inefable e incombustible Lluís Prenafeta, mano derecha de Pujol durante años. En su línea desacomplejada, cree que el líder no tenía que haber confesado. Y, para quitarle hierro a tanta acusación inmerecida-según él-, explica que «incluso en la Grecia antigua» había prácticas corruptas en la administración. Su frase final, para hacernos reflexionar, es definitiva : «Comparen a Pujol con los actuales políticos…». Encaren ese reto, si se atreven.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D