THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

Los españoles de Marruecos

«El africanismo no se limita a batallas y ejércitos, ni a política ni poder, sino que posee una profunda y cálida faceta humana que debemos conocer y respetar»

Opinión
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Los españoles de Marruecos

Ilustración de Erich Gordon.

Es el signo de los tiempos. El Occidente atormentado del que formamos parte, parece vivir incómodo con su propio pasado, ese pasado del que, en parte, reniega con estruendo. Y, como muestra, esa fracción activista que exige pedir perdón por nuestra historia colonial. Estos debates revisionistas acerca de un pasado que ya no se puede cambiar, está fuertemente condicionado por el presentismo en una doble medida. Por una parte, porque juzga el pasado con los valores de hoy y, en segundo lugar, porque se utiliza ideológicamente para el fácil posicionamiento actual, no proponiendo futuro, sino contraponiéndose con retazos parciales de un pasado denostado. Y, así, en todo Occidente, se derriban estatuas, se condenan libros, se aplican damnatio memoriae a figuras relevantes de diversa naturaleza. Es cierto que la historia siempre evolucionó sobre los escombros de su pasado, un pasado que, alternativamente, pasaba de ser admirado y añorado a resultar condenado y proscrito. Y ahora parece que toca, de nuevo, derrumbar y avergonzarnos de lo que fuimos e hicimos. Cosas de los tiempos, como decíamos, que no compartimos, pero que se evidencian cada día con su provocación retadora.

Y dentro de esta corriente revisionista e iconoclasta del pasado, me llamó la atención una performance realizada por unos activistas sobre la Escultura del Legionario, recientemente inaugurada en Madrid y que quería mostrar vergüenza y rechazo sobre nuestro pasado colonial africanista. Esto ni es nuevo ni sólo ocurre en España. Como decíamos, la corriente es occidental, tal y como podemos comprobar en países como Francia o Inglaterra. El mismísimo Harry Windsor, hermano del futuro rey se avergüenza, al parecer, de su pasado colonialista.

Pero no querría entrar en estas líneas a valorar esta corriente de revisionismo moral, ni de lo que de bueno o malo encierra. Sólo quería constatarla para centrarme a continuación en los protagonistas verdaderos de este artículo, los españoles de Marruecos, aquellas decenas de miles de personas que, por motivos diversos, se trasladaron hasta las ciudades del Protectorado para comenzar una nueva vida. Algunos, con la esperanza de regresar a España, otros muchos, con la idea de prosperar y asentarse definitivamente en ciudades como Larache o Tetuán, con una fuerte colonia e impronta española. El africanismo no se limita a batallas y ejércitos, ni a política ni poder, sino que posee, también, una profunda y cálida faceta humana que debemos conocer y respetar.

«Millones de españoles del siglo XXI tenemos antepasados o familiares que vivieron en Marruecos»

Aunque cada persona y familia lo vivió a su manera, con sus condicionantes y posibilidades, está muy extendida entre ellas el sentimiento de una fuerte nostalgia por aquellos tiempos del Protectorado. Sueldos más altos que en España, mejor calidad de vida, ambiente cosmopolita y de camaradería, entre otros factores, hicieron que muchas familias lo recuerden como un periodo especialmente feliz de su existencia. Y, nadie somos para cuestionar ese registro emocional, ante el que solo cabe el respeto y la comprensión. La literatura no podía quedar ajena a ese episodio humano de nuestra historia. Así, entre otras muchas, encontramos novelas que recogen de manera soberbia la vida de las familias españolas en Larache, como La ciudad del Lucus (Almuzara) de Luis María Cazorla o la famosísima El tiempo entre costuras (Planeta) de María Dueñas. También esos españoles que hicieron de Marruecos su hogar serán protagonistas de Los españoles de vivieron en Marruecos de Antonio-García Nieto, que próximamente verá la luz. Y es que no podemos obviar que millones de españoles del siglo XXI tenemos antepasados o familiares que vivieron en Marruecos, del que guardamos algún recuerdo transmitido por nuestros mayores. Creo que su vida merece una atención respetuosa que hasta ahora le hemos negado.

La acción contemporánea española en Marruecos comenzó en la segunda mitad del siglo XIX, durante el reinado de Isabel II, para acentuarse con la creación del Protectorado español tras el acuerdo con Francia en 1912. En 1927, una vez pacificado el territorio, se estableció la administración colonial sobre el Protectorado, que se extendería hasta la independencia de Marruecos en 1956-58. Mención aparte merece la ocupación de Ifni, situada al norte del Sáhara Español, y ocupada por España en 1934, ordenada por el Gobierno de la República, como magistralmente se narra en la crónica del maestro Chaves Nogales en el libro Ifni, la última aventura colonial española (Almuzara). Otro territorio colonial español fue el Sáhara occidental, posesión española entre 1881 y 1958 para convertirse posteriormente en provincia española entre 1958 y 1976. También allí se trasladaron familias españolas, a las que le serían aplicables los sentimientos y emociones plasmados en estas sencillas líneas.

Desde mi juventud me interesé por Marruecos, al que viajé con frecuencia desde la época de estudiante universitario. Estas pasadas navidades pasé, de nuevo, unos días en Tetuán, ciudad que siempre me produce una viva emoción, tanto por su impronta andalusí como por la honda huella que dejamos durante el Protectorado.

El primer asentamiento en Tetuán data desde la prehistoria. Merece la pena conocer la ciudad mauritano-romana de Tamuda, excavada en gran parte por españoles, que se encuentra en una pequeña meseta sobre el río Martín, con unas vistas inmejorables de la cercana ciudad blanca. En época romana, el río era navegable hasta Tamuda. Posteriormente, en su desembocadura, se estableció el principal puerto mediterráneo de Marruecos en época medieval, la actual Río Martín. 

«La comunidad morisca de Tetuán perduró durante siglos, manteniendo los apellidos y su nostalgia por un Al Ándalus idealizado»

Tetuán fue fortificada en época meriní, pero sería a finales del siglo XV, con la llegada de los granadinos de Piñar, con Al Mandri a la cabeza, cuando comenzaría a tomar su brillo y fisonomía actual. Estos primeros andaluces crearon el barrio del Bled, el pueblo, núcleo de la medina histórica. Sobre este barrio, los moriscos expulsados de España bajo el reinado de Felipe III crearon el barrio de Al-Ayún, las fuentes. La comunidad morisca de Tetuán perduró durante siglos, manteniendo los apellidos y su nostalgia por un Al Ándalus idealizado, tendiendo a casarse entre ellos. Todavía hoy en día existe una amplia comunidad que se sabe descendiente de moriscos. Tengo la fortuna de mantener amistad, por ejemplo, con Amín Chachoo, que pertenece a una de las familias moriscas más conocidas de la ciudad, y al que hemos editado la obra La música andalusí.

A finales del XIX, los españoles regresamos, por poco tiempo, tras las guerras contra Marruecos de la época de Isabel II, con O’Donnell a la cabeza. Pero la actual impronta hispana de la ciudad, además de su clásica fisonomía andaluza-morisca, se debe al periodo del Protectorado español sobre el norte de Marruecos, del que Tetuán sería capital desde 1913 hasta 1956. Precisamente, el difunto rey Hasán II –muy duro con la población del Rif en general y de Tetuán en particular– ordenó la adaptación del edificio central de la Alta Comisaría española para convertirlo en el actual palacio real de la ciudad. Su hijo Mohamed VI ha normalizado la relación de la casa real con la región, en la que incluso veranea en una lujosa mansión que posee en Rincón, un pueblo muy cercano a Tetuán y de toponimia netamente española.

Pasear por el ensanche español de la ciudad supone mirarnos en el propio espejo del recuerdo. Aún se leen numerosos rótulos de establecimientos, tiendas, cafés y hoteles en español. El famoso edificio de la Unión y el Fénix español destaca a las puertas mismas del palacio real. A día de hoy aún existe una significativa colonia española en Tetuán, donde mantenemos el colegio español Jacinto Benavente, para Primaria, el instituto español Nuestra Señora del Pilar, para Secundaria y el instituto Juan de la Cierva para Formación Profesional. Los tetuanís mayores hablan correctamente español, que se pierde entre los jóvenes, debido, desgraciadamente, a una expresa política de Rabat que no quería un Rif que hablara español como segunda lengua en contraposición con el francés usado en el resto del territorio. Por eso, valoramos la fructífera tarea que el Instituto Cervantes desarrolla en las ciudades de Tánger, Tetuán, Fez, Rabat y Casablanca.

Fueron muchos lo españoles que vivieron y soñaron en Tetuán, ciudad que la mayoría de ellos amó y en la que algunos encontraron la muerte, para ser enterrados dignamente en el que todavía hoy se conoce como Cementerio Español, donde durante más de un siglo –aún se aprecian enterramientos recientes– sepultaron a sus difuntos. La vida y la muerte son dos caras de una misma moneda y, para conocer el alma de la colonia española, resulta del todo obligado conocer su cementerio.

«El arqueólogo Pelayo Quintero murió en Tetuán, adonde fue destinado en 1939 a la inusitada edad de 72 años»

Nunca lo había visitado y no quise desaprovechar la ocasión de hacerlo durante este viaje. Además, lo haría con un interés especial, el de localizar y honrar la sepultura de Pelayo Quintero, un español insigne que, tras una larga y fructífera carrera como arqueólogo en Cádiz, terminó sus días en la ciudad blanca del Rif, uno de tantos españoles, en suma, que impregnaron con sus sueños las paredes encaladas de Tetuán.

Pelayo Quintero, de origen conquense pero gaditano para la trascendencia, murió, como sabemos, en Tetuán, adonde fue destinado en 1939 a la inusitada edad de 72 años. En la capital del Protectorado aún tuvo la ilusión y la energía suficiente como para poner en marcha su museo arqueológico –sobre todo con piezas de Lixus y de Tamuda– y de excavar esta última ciudad. Murió el 27 de octubre de 1946 y fue enterrado en un sencillo nicho del cementerio español. 

Pelayo Quintero impulsó las excavaciones arqueológicas en Cádiz, logrando desentrañar gran parte de su pasado fenicio. Impresionado por el previo descubrimiento del espectacular sarcófago fenicio masculino, se obsesionó en vida con encontrar el femenino. No lo consiguió. Sin embargo, los duendes del azar, o los designios del destino, quién sabe, hizo que en 1980 se produjera un hallazgo doblemente espectacular. Por fin apareció el bellísimo sarcófago femenino… ¡justo en el solar donde Pelayo Quintero había erigido su singular casa y en la que vivió durante años! Nuestro arqueólogo había dormido sobre la dama de sus sueños, sin que jamás llegara a sospechar la cercanía de su descanso eterno. Pero las caprichosas extrañezas que rodearon a los sarcófagos aún nos tenían reservada otra asombrosa e inesperada revelación. En 2020 se analizaron los restos que contenían ambos sarcófagos… ¡y de nuevo saltó la sorpresa! En el masculino reposaba una mujer y en el femenino un hombre, paradojas hermosas y caprichosas de la arqueología que nos apasiona. Pelayo Quintero es, pues, un personaje adornado por un aroma literario que se engrandece con los años.

Conocí por vez primera el nombre de Pelayo Quintero durante una visita al museo de Tetuán, muchos años atrás, ya. Alguien, desgraciadamente no recuerdo quién, me habló de él. «Creó el museo arqueológico» –dijo- «y murió aquí. Está enterrado en el cementerio español y alguien pone cada año flores rojas en su tumba blanca». Aquello me impresionó vivamente. Me interesé por el personaje, al que algunos escritores, como Felipe Benítez Reyes, habían cantado en sus obras.  Narré la historia de Pelayo Quintero en mi libro Leyendas de Tartessos y desde entonces quise conocer su tumba del cementerio español, situado en las afueras de la antigua medina y rodeada por un alto muro blanco. Aún mantiene, por cierto, la exclusividad de uso para nuestros compatriotas.

«Una amplia calle, cuidada y bien encalada, separa el cementerio civil del militar»

Entramos con respeto al lugar donde tantos españoles que hicieron de Tetuán su hogar reposan su sueño eterno. Una amplia calle, cuidada y bien encalada, separa el cementerio civil del militar. En 1999 el Ministerio de Defensa español sufragó su acondicionamiento y alguien lo mantiene en un buen estado de conservación. En el militar se mezclan tumbas sin nombre, probablemente de reclutas fallecidos en algunas de las cruentas batallas que allí libramos, con las tumbas fastuosas de los Altos Comisarios. Pero nos interesaba más el civil, el cementerio de los españoles de Marruecos, que ocupan nuestro recuerdo.

Paseamos con hondo respeto entre las tumbas blancas. Al rato, logramos encontrar lo que buscábamos. Un nicho, de difícil localización, confundido entre los muchos existentes, custodiaba los restos del arqueólogo insigne. Logramos descubrirlo, con emoción, entre los miles de enterramientos. Con respeto leímos su epitafio: «El Excmo. Señor D. Pelayo Quintero Atauri, director del Museo Arqueológico de Tetuán, falleció el 27 de octubre 1946. RIP. Tu esposa no te olvida». Su esposa, doña María Hidalgo, se trasladó a su Málaga natal tras enviudar, donde suponemos que sería enterrada, tras no figurar su sepultura en el cementerio tetuaní. Concluida la visita, me sentí aún más cercano a los anhelos de los españoles de Marruecos, simbolizados, en la ocasión, por la figura para mí admirada de Pelayo Quintero

Y, al igual que hemos glosado la figura del arqueólogo, podríamos haberlo realizado con otras muchas de las que allí descansan, tan cerca y tan lejos de la España actual. Cada una de esas sepulturas custodia una historia, un recuerdo, una vida con sus alegrías y sinsabores. Fueron españoles que hicieron de Tetuán su hogar y a los que debemos respetar y honrar, nos sintamos más o menos cómodos con nuestra propia historia. Los españoles de África en general –también podríamos incluir a Guinea Ecuatorial– y de Marruecos en particular, merecen nuestro cálido recuerdo. Que nadie los humille o avergüence, que nadie nos humille ni avergüence, porque, de alguna manera, ellos son –somos- nosotros. Un nosotros que, en parte digna, yace enterrado bajo las tumbas encaladas del hermoso cementerio tetuaní. 

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