Piqué, Shakira y el riesgo de salir con un artista
Shakira, cualquiera lo sabe, se ha limitado a hacer lo que cantantes y poetas han hecho desde antiguo: escribir y cantar para ahogar las penas
He seguido con mucho interés la cuita entre Piqué y Shakira. La misma vida que, cruel, nos condena con una actualidad política tan chusca como tediosa nos compensa, indulgente, con esta maravilla que es también un reto intelectual para los columnistas.
Piqué y Shakira lo dejaron hace meses y, desde que tal desgracia ocurrió, ella ha cantado varias veces contra él. Este despecho, esta rabia expresada en versos que escuchan cientos de millones de personas («Cambiaste a un Ferrari por un Twingo / Cambiaste a un Rolex por un casio»), le ha valido también algunas críticas. Unos le piden que olvide a Piqué, que deje de dedicarle canciones despechadas porque ni siquiera eso merece. Otros la acusan de impostura, de utilizar su divorcio para vender discos y hacer dinero, si bien ésta es una acusación que, debidamente considerada, no puede ser más injusta. Shakira no estaría haciendo en tal caso nada distinto a lo que hacemos todos los juntaletras: transformar sus experiencias vitales en palabras y vendérselas a alguien por un puñado de moneditas. De algo hay que vivir.
Otros le imputan una falta aún más grave: la de propinarle un puntapié a Piqué en el culo de sus hijos, la de estar infligiéndoles un daño innecesario y evitable; a su juicio, Shakira debería guardar silencio, cantar sobre otras cosas, ser menos explícita, más discreta. Otros, por último, no la critican por haber escrito una canción de desamor sino por haber escrito esa canción de desamor. La consideran poco elegante e incluso hiriente con la actual señora de Piqué: ¿acaso hay en el sector de los coches algo más vulgar que un Twingo? Un Dacia cualquiera, supongo, pero ni una Shakira despechada es capaz de tanta crueldad.
Yo asumo, por supuesto, muchas de las críticas. Asumo que Piqué ni una canción de desamor merece, que está feo compararse a una misma con un Rolex y a otra mujer con un Casio (aunque Quevedo hizo lo mismo con Góngora y no lo criticamos tanto), que los hijos estarán sufriendo lo indecible y también que entre los poemas en carne viva de Lope y las canciones ídem de Shakira ha acontecido algo similar a una decadencia. Asumo todo esto y, aun así, no comprendo el revuelo. Shakira, cualquiera lo sabe, se ha limitado a hacer lo que cantantes y poetas han hecho desde antiguo: escribir y cantar para ahogar las penas. Se podrá cuestionar la calidad de la canción, cierto, también la elegancia de su letra, sin duda, pero nadie podrá decir que es novedosa. De hecho, si Piqué no fuese Piqué o si aun siendo Piqué su relación sentimental no hubiese sido tan mediática, todos estaríamos bailando lo de Shakira con Bizarrap despreocupadamente, sin remordimientos.
El poeta y el cantante siempre han llorado cantando, siempre han ajustado sus cuentas de amor juntando versos. Eso es así desde que la civilización y el arte existen. La mejor canción de Calamaro, «Crímenes perfectos», llora la pérdida de la mujer amada y «Cuestión de gravedad», uno de los mejores álbumes de Sidecars, es todo él un grito de rabia contra la persona a la que uno ama y sin embargo se marcha: «Donde estabas tú / cuando se rompió mi corazón / Surcando el cielo azul / No bajabas la mirada». Escribir versos para cantarlos luego con la voz rota es una de las mejores formas de desahogo; quizá la única satisfactoria para el artista. Shakira expulsa sus demonios, exorciza su alma, cantando contra Piqué y nada más injusto, creo, que negarle la posibilidad de hacerlo.
Uno sabe, además, a qué se expone cuando sale con un artista. Por un lado, es una bendición, porque los días de brindis, risas y besos él los sublima después con su arte. Qué bien las cartas de amor, qué bien los poemas agradecidos, qué bien las canciones festivas. Pero, por otro lado, es una condena cuando de eso ya no quedan más que recuerdos perturbadores y dos corazones desgarrados. ¿Cómo pedirle entonces al artista que no exprese su tristeza con la misma vehemencia con la que expresó su alegría? ¿Cómo pedirle que no vuelque en el papel su sufrimiento, su rencor, su rabia?
Lo más doloroso, supongo, es que los poemas de desamor superen casi siempre a los de amor. Qué frustrante debe de ser para la otra persona que su ausencia haya engendrado mejores canciones que su presencia, que las páginas memorables, las que sobrevivirán al tiempo, se hayan escrito cuando ella ya no está.