MyTO

Cambiar los nombres precipitadamente

«A nuestros gobernantes les sobra al nombrar estaciones y aeropuertos mucho y mucho sectarismo, además de que toman decisiones con excesivas prisas»

Opinión

Estación de Almudena Grandes.

  • Desde siempre me ha gustado leer y escribir. En el Derecho he
    encontrado el rigor del método y en el periodismo el gusto por la
    literatura. Prefiero hacer reflexionar al lector que convencerle. Me
    considero racionalista, liberal y socialdemócrata.

En las pasadas vacaciones tomé el tren en la estación de Atocha y me di cuenta que le habían cambiado el nombre: en el billete electrónico ponía Madrid-Almud Gr. No era difícil reconocer que se refería a la escritora Almudena Grandes, fallecida en noviembre de 2021, más o menos un año antes. 

Había oído hablar de este cambio de nombre sin haberle prestado mucha atención, y no sabía si el Gobierno del Estado, la autoridad competente al ser una estación de interés general, lo había aprobado definitivamente. Pero sí, han cambiado el nombre de la famosa estación de Atocha, que ya se llamaba desde hace un tiempo Madrid-Puerta de Atocha, y ahora se le ha añadido el nombre de la escritora madrileña. Según el  BOE de 19 de noviembre pasado ahora se denomina oficialmente «Madrid-Puerta de Atocha-Almudena Grandes». Un nombre largo en exceso, pero así es.

No quiero ni puedo entrar en la disputa sobre si la escritora merece tal honor. Ha sido una novelista muy reconocida y de un indudable éxito popular. Es madrileña de nacimiento, siempre ha vivido en su ciudad natal y, por tanto, sus vínculos con la ciudad son indudables. Además, yo no soy nadie para enjuiciar su calidad literaria, soy mal lector de novela contemporánea. 

Simplemente quiero cavilar junto a ustedes, lectores, acerca de estos cambios de nombres a calles y plazas, ahora a estaciones de ferrocarril y aeropuertos. Reflexionar un poco sobre si son justos y eficaces, o la mayoría nos los podríamos ahorrar porque pueden ser respuestas oportunistas, precipitadas, coyunturales y, en el fondo, poco usadas después por los ciudadanos. Si cojo un taxi para ir al aeropuerto de Madrid le digo al taxista: «Voy a Barajas» o precisando algo más «Voy a la T-4 de Barajas». Nunca le digo voy a «Adolfo Suárez». ¿No hacen ustedes lo mismo?

El antecedente de los nombres de estaciones y aeropuertos son las denominaciones de las calles. Allí pesan la tradición popular (por ejemplo, Mira al Río Grande), la tradición más reciente, como la Gran Vía, o el homenaje a personalidades históricas respetables, desde reyes a políticos, literatos o científicos, de Felipe II a Alonso Martínez u Ortega y Gasset o Ramón y Cajal. Pensar que quizás en el futuro van a poner tu nombre en la calle del pueblo en que has nacido o vivido es un indudable reconocimiento. Pero de ello no se puede abusar y requiere de ciertos trámites: el primero que haya transcurrido un cierto tiempo para tener una perspectiva. También es necesario que el nombre suscite un acuerdo general y constituya un acontecimiento histórico positivo. 

Me dirán ustedes, ¿es esto la memoria histórica? Pues sí, quizás sí, a esto probablemente debería reducirse la memoria histórica, a recordar acontecimientos y personajes del pasado que merecen este recuerdo. Y para ello se necesita perspectiva, sólo posible con el discurrir del tiempo. 

Hasta ahora esta era la función de los nombres de las calles y plazas, recientemente se han añadido los nombres de las estaciones de ferrocarriles (que antes se denominaban del norte, del sur, o cosas parecidas, es decir, indicaciones de hacía dónde se dirigían los trenes) y ahora se llaman María Zambrano en Málaga o Joaquín Sorolla en Valencia. Zambrano era una oscura y poética filósofa de azarosa vida que tuvo un cierto renombre en sus años finales, ya de vuelta a España tras la Transición. Sorolla es ese maravilloso pintor que reflejó en sus cuadros cómo la luz del mar de Valencia tiene una tonalidad muy especial. Si hubiera nacido en Francia sería una figura internacional, un artista que marcaría tendencia y se conocería en todo el mundo. ¿Ambos están en igualdad de condiciones para que su nombre sea el de las estaciones de tren de sus respectivas ciudades? Tengo mis dudas, creo que el segundo tiene muchos más merecimientos que la primera. Pero es una opinión personal y poco autorizada. 

«A la estación de Atocha se le ha añadido el nombre de Almudena Grandes, ¿a qué estación de Madrid se le añadirá el nombre de Javier Marías, también recientemente  fallecido y colosal escritor?»

Con estas digresiones quiero simplemente llegar a una conclusión: debemos ser cuidadosos al poner nombres a las calles y plazas pero mucho más a las estaciones y aeropuertos. La razón es sencilla: hay muchas más calles y plazas que estaciones y aeropuertos. En los segundos hay que seleccionar bien y no precipitarnos: no deben ser, simplemente, personas destacadas sino símbolos que unan a los ciudadanos de un país o de una zona de este país. Para personas destacadas en su profesión u oficio están las calles y plazas, para los símbolos las estaciones y aeropuertos. 

A la estación de Atocha se le ha añadido el nombre de Almudena Grandes, ¿a qué estación de Madrid se le añadirá el nombre de Javier Marías, también recientemente  fallecido y colosal escritor? ¿Quizás a la estación de  Chamartín porque no queda otra? Y después, cuando se muera el siguiente que también se lo merezca, ¿tendremos que inaugurar una nueva estación para así ser justos en materia de memoria histórica? 

Al margen de este tema: ¿no creen que en general nuestros gobernantes se precipitan y les falta prudencia y contención? También, probablemente, nivel cultural. Y les sobra, convengan conmigo, mucho y mucho sectarismo, además de tomar decisiones con excesivas prisas. Así pasa lo que pasa, así se equivocan, lo hemos experimentado en estos días, estas semanas y estos meses. Esperemos que la tendencia no llegue a contarse por años.

20 comentarios
  1. oveco

    Me entero de una buenísima. Ya se sabe que Carmena cambió el nombre de la plaza Vázquez de Mella, en el centro de Madrid, para llamarla plaza Pedro Zerolo. El mérito de Zerolo consiste en haber sido un activista gay, no sé si el primer concejal gay de Madrid.

    Me entero sobre el asunto. Vázquez de Mella era un intelectual carlista, y se puso su nombre a la plaza en 1944. Entre 1931 y 1939 se llamaba plaza Ruiz Zorrilla, que era un político republicano y masón del XIX. El nombre original, que tuvo de 1840 a 1930 y de 1939 a 1944, era el de plaza de Bilbao, puesto en honor a la victoria liberal de levantar el asedio a dicha ciudad en la primera guerra carlista.

    Cada régimen, lo mismo, poniéndole su marca a la pobre plaza.

  2. oveco

    Por falta de memoria histórica, la de verdad, los españoles seguimos cometiendo los mismos errores.

    Con esto de los nombres de lugares públicos empezó la república, que rebautizó vías como avenidas 14 de abril o calles Galán y García Hernández. Luego el franquismo devolvió diez por uno, llenando las ciudades de nombres de afectos al régimen. La democracia retiró los casos más sangrantes, valga la palabra, algo justificado.

    Cuarenta años después de la constitución, volvemos a la carga. Hay que eliminar cualquier vestigio de la época de Franco, y sustituirlo por los nuevos afectos al régimen. Almudena Grandes es una escritora importante de nuestro tiempo, pero no se usa su nombre por eso, sino por su afinidad política, porque cubre la cuota progresista y feminista. Y con qué gusto lo hacía: sus columnas en El País eran un triste ejemplo de sectarismo.

    Julio César, que era de izquierda, ordenó respetar las estatuas de Pompeyo, el rival conservador al que había vencido en una guerra civil. Cicerón comentó que así había asegurado las propias. Los españoles seguimos con lo nuestro, que es el espíritu de Caín.

  3. 23xtc

    Como no tengo otra cosa que hacer le copio lo que ha escrito Abreu para que no crea que todo el monte es como cree que son y es.

    » Es de justicia reconocer que el único idioma ¡y gran idioma!, que existe en España es el español. Que es mucho más que un idioma ¡es la koiné hispana! «…»Manuel Rivas o Quim Monzó, son escritores españoles que escriben en lo que les apetece, como es lógico en un país libre. Podrían ser escritores catalanes o gallegos si existiera un país catalán o gallego. Pero no existen. Un idioma no es más que un sistema de comunicación, no confiere ciudadanía ni conlleva nacionalidad o Patria adjunta. Todos los escritores españoles, escriban en el gran idioma español o en una de las lengüitas menores y regionales que se usan en España, son escritores españoles. «…»Es decir, que comprendan de una vez que el llamado castellano no existe. Será un pequeño paso, es cierto, pero al menos será dado en la dirección correcta. «…» ¿A nadie le da vergüenza lo del 25 por ciento de español en Cataluña? Es algo humillante y grotesco»…»Los españoles viven inmersos en un mundo de supersticiones, la primera, la existencia de ciudadanías vasca, gallega, catalana, y así hasta las diecisiete comarcas. Pero. Los ciudadanos catalanes no existen, los ciudadanos vascos, los ciudadanos gallegos y etcétera, no existen. Solo hay una ciudadanía en España, la de los españoles». «En una España de ciudadanos españoles libres e iguales, el gran idioma español ha de ser obligatorio en todo el sistema educativo, institucional y de justicia. El que quiera hablar, escribir o estudiar una de las lengüitas menores españolas podrá hacerlo, como es natural, pero no deben tolerarse imposiciones que perturben la igualdad ni el acceso al trabajo ni el buen funcionamiento de la España de ciudadanos libres e iguales, hermanados primera e irrevocablemente por el gran idioma español.»

    «Llamar castellano al gran idioma español es una aberración impuesta por los nacionalistas tribales regionales para colocar (cosa demencial) el gran idioma español al mismo nivel que sus regionales lengüitas. Pura mezquindad. Una maniobra divisiva, ruin, mezquina, burra y antiespañola»

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