MyTO

El fin de Godard o un cansancio extraordinario

«El hombre cansado ya sólo puede ver la existencia como una desgracia, cualquier actividad como una agitación sin sentido, y cualquier amor como algo ridículo»

Opinión

El recientemente fallecido cineasta francés Jean-Luc Godard. | Europa Press

  • Nacido en Barcelona en 1956, escribe artículos para la prensa y ficciones. Su último libro publicado es la novela ‘Pronto seremos felices’.

A mediados del pasado mes de septiembre murió en su casa de Rolle, Suiza, a orillas del lago Leman, el cineasta y figura destacada de la nueva ola del cine francés Jean-Luc Godard. Tenía 92 años. La prensa informó de su fallecimiento con su habitual puntualidad, pero despachó el asunto sin detenerse mucho en él, porque Godard caía antipático y el tiempo no ha sido clemente con la atrevida y, se podría decir, arrogante experimentación del cine que practicaba, que a muchos les resultaba irritante. Yo no he dejado de pensar en esa muerte por el hecho de que fue voluntaria (suicidio asistido, legal en Suiza, como país plausible y adelantado que es mientras en otros, más toscos, no hay manera de superar las trabas de una rancia mentalidad clerical interminable), y por los motivos de su gesto que, antes de irse, explicó: estaba cansado, muy, muy cansado.

Estaba cansado, extraordinariamente cansado. O sea: no es que sufriera demasiado a consecuencia de los achaques propios de la edad, no estaba muy enfermo, y tampoco es que estuviera deprimido como pueden estarlo los muy viejos que han visto irse a parientes y amigos y se han quedado más o menos solos e indefensos en un mundo que se ha vuelto áspero, despoblado, incomprensible y hostil. No, pero sucedía que Godard estaba fatigado. Fatigadísimo. Debería yo ahora repasar Semper Dolens, el manual que Ramón Andrés dedicó al suicidio a través de la Historia, porque ahora mismo no recuerdo otro caso en que se alegue el cansancio como causa o explicación para ese gesto radical. El caso es que tengo el libro en Barcelona, no al alcance de mi mano.

Sucede que Godard estaba muy cansado. ¿Pero cansado de qué? Como jubilado que era y bien cuidado como estaba, todavía manejando algunos proyectos más o menos ilusorios, podía descansar todo lo que quisiera, pero parece que no era bastante. Estaría cansado del peso del propio cuerpo, cansado del peso del mundo.

Para rumiar sobre el tema estoy escuchando una de las cantatas más famosas de Bach Ich habe Genug (Ya he tenido bastante), que por cierto le encantaba a Cioran (la comenta un par de veces en sus Carnets) en la versión de Herreweghe, y una vez más he pensado en la extraordinaria rareza de estas músicas celestiales de las cantatas bachianas en contradicción con el mensaje tétrico que suele llevar la letra, aquí Schlummert ein, ihr matten Augen (Cerraos, cansados párpados) y Ich freue mich auf meinen Tod (Me alegrará mi muerte). Brrrrr. 

«Está el cansancio de estar en comunidad y también el cansancio de la soledad»

Supongo que el cansancio de Godard debía de ser como el que, después de ser apuñalado por misteriosos sicarios, sintió Kaspar Hauser, cuyas últimas palabras antes de morir fueron precisamente éstas: «Cansado, cansado». O sea, no se trataría de que el desdichado Kaspar sintiese un daño doloroso, sino de un malestar difuso, un debilitamiento general que lo hace todo desapacible, doliente, y desnuda todas las cosas del interés que puedan tener. En vez del libro de Ramón Andrés me sale al paso el Ensayo sobre el cansancio de Peter Handke, donde habla de alguien que «fue acometido por el cansancio que tiene la fuerza del sufrimiento», estando en la iglesia, el día de Navidad. (¿Por qué le acometió? ¿Es que sonaba precisamente Ich habe genug?) Para Handke, en ese librito, todo resulta muy fatigoso. Está el cansancio de estar en comunidad y querer salir «fuera»; y también el cansancio de «estar en una habitación, en las afueras de la ciudad, solo», el «cansancio de la soledad».

El hombre cansado de Handke, como supongo que pasaría con Godard, ya sólo puede ver la existencia como una desgracia, cualquier actividad como una agitación sin sentido, y cualquier amor como algo ridículo, porque la extrañeza del otro también cansa. Lo propio del cansancio es desde luego bajar los brazos y querer sentarse. Al sabio Sileno de la antigüedad mítica, que solía estar ebrio y de buen humor pero que cuando estaba sobrio era un gran pesimista, se le atribuye el aforismo que dice: «Mejor sentado que de pie, mejor echado que sentado, y mejor que echado, muerto». Quizá Godard lo conocía y lo aprobaba.    

Quizá había leído a Byung-Chul (de quien el otro día escribía aquí Ángel Peña), que sostiene, en el libro que le hizo famoso, La sociedad del cansancio, que éste ya no es una cuestión personal sino una patología social, la enfermedad emblemática de nuestro tiempo, provocada por la autoexplotación característica de esta fase del capitalismo. Me parece una interpretación del presente ingeniosa y plausible, pero tampoco se me olvida que el ensayo comenzaba dictaminando que el siglo XX (o sea el siglo XXI) ya no era, desde un punto de vista patológico, una época bacterial o viral, pues ésta fue superada por la técnica inmunológica, presunción que la Covid vino a desmentir por la vía de hechos rotundos e inapelables. Quizá Godard conocía, quizá Godard sintiéndose tan cansado pensó en el poema de Goethe que, según cuenta Kundera -en La inmortalidad, que es sobre todo una novela sobre el cansancio-, se aprenden todos los niños alemanes:

Uber allen Gipfeln
Ist Ruh,
In allen Wipfeln
Spureste du
Kaum einen Hauch.
Die Voglein Schweigen im Walde.
Wante nur, balde,
Ruhest du auch.
(En todas las cumbres
hay paz,
en todas las copas de los árboles
no oirás
ni respirar.
Los pájaros callan en el bosque.
Sólo espera, pronto,
tú también descansarás.)
El filósofo de moda nos aconseja no hacer nadaEl filósofo de moda nos aconseja no hacer nada
4 comentarios
  1. JdDMM

    Esta noche he soñado con una estafa. Un actor famoso caído en desgracia había encontrado un puesto de trabajo en unas oficinas kafkianas que gracias a sus servicios al partido socialista le servía para ir tirando en la vida sin morirse de hambre pues al parecer el famoso actor estaba en la indigencia. Como había sido una celebridad popular, los usuarios del departamento donde estaba desterrado lo reconocían y le pedían autógrafos , le hacían gracias y la pelota por esa sensación de amistad y proximidad que la gente siente por personajes mediáticos. El famoso entonces aprovecha esa bajada de la alerta al peligro de la gente para enviarlos con una especie de tíquet donde escribia su autógrafo a otro departamento, y con un giro burocrático que en mi sueño ya presagiaba ese horror al vacío que te conduce directamente a las garras del monstruo del timo, los usuarias se dirigian cabizbajos a dónde un equipo de horripilantes oficinistas los esperaba para consumar la estafa. En esa escena había una larga cola de gente que nos mirábamos unos a otras como sí ya conociéramos las malas intenciones y estuviésemos dispuestos a aceptarla sumisamente porque la trama en la que se insertaba era tan compleja que temíamos que nos tomaran por locos sí alguien o algunos, se atrevía a denunciarla. Pero yo ayer leí en una entrevista a una neuróloga que durante el sueño nuestro cerebro sigue trabajando y que su capacidad para resolver problemas es más ágil que durante la vigilia porque trabaja sin el estorbo de la realidad, digamos que con valentía y en mi sueño, que era una analogía de un matadero, uno de los usuarios de los oscuros servicios secretos de la DGT donde van a parar los famosos caídos en desgracia, se enfrentaba a las secretarias que se parapetaban detrás de un mostradorcito cuando ya nos habian sacado la pasta después de que le entregaremos el tíquet donde estaba la firma del famoso- el famoso se parecía a Anthony Franciosa- y esparciendo un polvo blanco por el aire advertían entre gritos de alarma que nos fuésemos corriendo pues ese polvo era venenoso. Todos corríamos despavoridos, aterrados a morir envenenados mientras ellas se escondían detrás de un fichero alto de metal pintado de gris. Entonces yo, supongo que envalentonado por la entrevista de la neuróloga, me ponía a gritar como un loco para advertirles a la gente que aquéllo era una estafa, un timo y que el polvo que habían esparcido era inofensivo y entonces me agachada y recogía el polvo del suelo y me lo llevaba a la cara a manos llenas y entonces mi cara,…cómo escribirlo? Se deshacia bajo una capa de polvo talco y las secretarias estafadoras de la DGT salían de detrás del fichero inermes, con los brazos caídos, deprimidas y sabiéndose víctimas de una justicia que se les echaría encima sin piedad.

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