THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

La gran domesticación

«En la pretensión de convertir a la mujer en sujeto revolucionario, se confunde el ‘patriarcado’ con el poder o las élites»

Opinión
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La gran domesticación

Detalla de la manifestación feminista del pasado 8 de marzo. | Europa Press

Carlos Moya, que fue amigo de Escohotado y de Curry Roldán -Carlos vive aún, si no me sacan ustedes del error-, sostenía que la historia de Occidente es la de la domesticación del hombre por la mujer. Ellos, su generación, representaban un momento particular de ese proceso, en el que había comparecido la libertad sexual pero no habían desaparecido los «roles de género»; y, entre sobremesas y canutos, circulaban las parejas. Que los «roles» puedan llegar a desaparecer es contencioso, pero tampoco se pretendía entonces; pues lo perentorio era deshacer las convenciones burguesas y, sobre todo, darse gusto. Quizás fuera más razonable, sobre todo para ellos.

La generación europea de entreguerras, el modernism de los anglosajones, vivió también su momento contracultural, pero ellos venían de la Gran guerra, que era algo un poco más serio que los dormitorios del 68. Cathy Gere ha documentado el impacto que el matriarcado ancestral de minoicas despechugadas postulado por Arthur Evans tuvo sobre la psique del período -que estaba a punto de caramelo para el matriarcado o para lo que fuera, todo sea dicho. Robert Graves abrazó la teoría de la Diosa blanca, que era, aparte de una poética, una manera de abrazar sucesivas encarnaciones de la diosa. Marija Gimbutas rastreó el origen de los indoeuropeos en los kurganes de la estepa póntica y recreó la destrucción de las sociedades matriarcales de Europa a manos de los arios, que pasaron a fuego los santuarios de la Diosa con sus celestes dioses masculinos del trueno y la tormenta.

Después de la segunda guerra no estaba el horno para historias de invasiones arias, pero las teorías de Gimbutas hallaron acomodo en un feminismo cada vez más asertivo y en busca de paradigmas históricos. Hoy sabemos con alguna certeza que, si bien no existió esa gran comunidad matriarcal y pacífica en la Europa neolítica, las oleadas indoeuropeas de la estepa fueron reales; y la revolución que está propiciando la genética de poblaciones en la historia ha reverdecido la teoría kurgan, adaptada por David W. Anthony y otros. No hubo un matriarcado pacífico originario, pero algo hubo; y las fratrías de guerreros-pastores arios que se extendieron de la Península ibérica al Ganges alumbraron otro mundo.

«Hoy convivimos con una teoría vulgar del patriarcado que no explica nada»

Pero las modas culturales tienen vida propia, y las guerras entre élites se libran con las herramientas a mano. Hoy convivimos con una teoría vulgar del patriarcado que impide toda distinción y que, como cualquier explicación omnicomprensiva, no explica nada: en la pretensión de convertir a la mujer en sujeto revolucionario, se confunde el «patriarcado» con el poder, las élites o incluso la políteuma. Pasada la liberación masculina y jeta de los 60 y 70, de las camas redondas y las sucesivas encarnaciones de diosas progresivamente más jóvenes, hoy son otras las que reclaman sus espacios de poder. No se adivina tras los titulares cotidianos una teoría coherente de la emancipación femenina, entre otras cosas porque el sujeto revolucionario no es la mujer -menos aún desde la controversia trans– sino ciertos colectivos particulares de mujeres de clase media profesional. De ahí la distinta consideración del aborto, derecho incontestable, o la prostitución y la gestación subrogada; por más que Patxi, en su momento rothbardiano en la tribuna del Congreso, berree una paradójica autopropiedad de los cuerpos femeninos sobre la que nadie -ningún hombre ni Estado- puede opinar.

Antes de retirarse a Ibiza a morir, Escohotado amenazó un libro sobre el feminismo imperante -que, por otra parte, ha mutado ya un par de veces desde la última calada de Antonio, y  ahora anda perdido en el minoico laberinto trans. Carlos imagino que ya habrá dicho todo lo que tenía que decir sobre el particular. Ellos, que podían, se dedicaron a la gaya ciencia cuando la emancipación era una operación personal, quizás frívola, pero nunca la máscara de otro oficialismo.

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