Infiltraciones policiales
«En esto consiste la tristeza congénita del nacionalismo: la preferencia por las abstractas derrotas del pasado sobre las gloriosas victorias presentes de la carne»
Mi nombre favorito de todos los tiempos es el de un futbolista: el Inseminador Astudillo. Solo que ese futbolista, descubro ahora, no existe. Hay un argentino Astudillo y seguro que puse la radio en el momento en que algún comentarista lo llamó así en un arrebato de entusiasmo goleador y yo pensé que era su apelativo permanente. Como no soy aficionado al fútbol, ni sabía ni tuve ocasión de revocarlo. Así que en mi cabeza se ha mantenido ese futbolista, con su rutilante nombre, inseminando las áreas…
Me he acordado de él, antes de saber que no existía, al conocer la noticia del policía inseminador de mujeres independentistas, que ha puesto a burbujear mi cerebelo heteropatriarcal y reptil. La carcajada me viene limpia, como con los tartazos y tortazos de Charlot: un hilo de risa directo desde la realidad, sin intermediaciones. ¡No tengo ninguna culpa! Al policía le mandaron que se infiltrara y se infiltró hasta el fondo, y repetidas veces. Ahora ocho infiltradas (¡ocho!) están que trinan al saber que se lo estuvieron montando con un poli. Pero que les quiten lo infiltrado.
Pienso en la vida del policía, cuyo trabajo era infiltrarse, saliendo a ligar después del trabajo. Como el actor porno Ron Jeremy, al que un amigo mío se encontró en un bar nocturno de Los Ángeles tratando de ligar patéticamente (siempre es patético) con una chica. Cuando fracasó y la chica se fue, se acercó mi amigo, le invitó a una copa y se pusieron a charlar. «¿Cómo es, Ron», le preguntó mi amigo, «que después de pasarte el día follando en los rodajes, te vienes a un tugurio como este a intentar ligar con una chica que está peor que las actrices que te follas y encima te desprecia?». Jeremy respondió lo que cualquier oficinista: «Pero aquello no cuenta, es el trabajo; y después del trabajo tengo que salir a buscarme las habichuelas sexuales, como todo el mundo». (Lo de las habichuelas sexuales es traducción libre mía). Así que nuestro policía tal vez terminó infiltrándose también, en sus ratos libres, en otras mujeres del espectro ideológico. Algunas lamentarán ahora no haberlo sabido durante la infiltración en cuestión, lo que las privó de su momento Village People.
«Da pena que las ‘indepes’ infiltradas desdeñen los dones materiales del Estado español»
En Twitter ha habido grandes intervenciones, se han hecho todas las variaciones posibles sobre el asunto. Por ejemplo, escribe Donna: «Les mandamos un mazao para follar y también les sabe mal. Ya no sabe uno qué regalar a los nacionalistas». Es verdad. Da pena que las indepes infiltradas desdeñen los dones materiales del Estado español. Viéndolas, no es aventurado considerar que sus resultados ligones hubiesen sido tan penosos como los de Ron Jeremy fuera de las películas, si no les hubiera echado una manilla el Estado provisor. Y se lo agradecen en forma de demanda. A aquellos encamamientos libres (tal vez lo único luminoso que tuvieron en esos oscurantistas años) les llaman ahora «relaciones sexoafectivas disfuncionales y heteropatriarcales». Al descubrir «la farsa» han sufrido «un gran impacto emocional». Lo cual es enternecedor en personas que conviven sin problema con la gran farsa independentista, que, a diferencia de la del policía, no les ha dejado satisfacciones tan contundentes. Una de ellas es especialmente sensible a haber estado liada con un hombre del que desconocía «su identidad real». Algo que podría aplicarse a todas las relaciones de la gran mascarada erótica.
Lo que fueron gozosos encuentros, les parecen ahora «abuso sexual y tortura» y «violencia institucionalizada». En esto consiste quizá la tristeza congénita del nacionalismo: la preferencia por las abstractas derrotas del pasado sobre las gloriosas victorias presentes de la carne.