Egolatría y justicia
«Con la excusa de la ‘pacificación’, Sánchez ha indultado a todo aquel del que necesitaba apoyos parlamentarios y les ha cedido el relato de los hechos de 2017»
En la vida hay cosas que son justas y otras injustas. Sé que parece una perogrullada, pero viviendo inmersos en este océano de inversión de lo moral, de hacer pasar a las víctimas por culpables y a los culpables por víctimas, creo que es importante reivindicar ese anhelo de justicia que debe impregnar a todas las sociedades democráticas. El problema lo encontramos cuando los que juegan a la desinformación, a la confusión y al delirio narrativo son aquellos que deberían estar velando por unos mínimos de coherencia en las reglas de convivencia y, por tanto, por lograr una sociedad armoniosa.
La cuestión es que las democracias, sin un estamento judicial libre, no son democracias, son otra cosa. Cuando desde el Gobierno se intenta laminar la credibilidad, legitimidad y la reputación del estamento judicial, están erosionando las bases mismas de nuestra democracia. Cuando se antepone la necesidad propia, el ansia de aparecer en los libros de historia, esto podrá derivar a lo mejor en que, efectivamente, acabará siendo protagonista de la historia, pero desde un punto de vista totalmente distinto al que espera. Esta obsesión de nuestro presidente me recuerda a las palabras de Joaquin Phoenix cuando interpretaba a Cómodo en Gladiator y se preguntaba: «¿Cómo me recordará la historia? Como el sabio, como el compasivo…». Lo cierto es que, si aplicas tácticas y estrategias populistas, te rodeas de socios populistas, en fin, si pareces un populista, quizás la historia te recuerde como tal.
Lamentablemente, ejemplos de políticas populistas los encontramos en todos los ámbitos, muchos absurdos como la obsesión del ministro de Consumo con imponernos sus (supuestos) hábitos de vida, otros que dañan a la sociedad como la ley solo sí es sí, pero, como decía, en el tema de la justicia es dónde se ve ese pensamiento adanista y ególatra de nuestro presidente. Declaraciones como las de Sánchez diciendo «la derecha política y judicial han querido atropellar la democracia…» o de Felipe Sicilia al afirmar que «hace 41 años la derecha ya quiso parar un Pleno y la democracia con tricornios y ahora lo intenta de nuevo con togas» o las del fiel aliado Gabriel Rufián cuando dijo hablar «con miedo a que entre Tejero con toga».
Los ataques son constantes, nuestro presidente parece anteponer la «voluntad del pueblo» a la separación de poderes, incluso la de otros países como cuando criticó en sede parlamentaria al Tribunal Supremo de los EE UU. Su megalomanía parece no tener límite, aprovecha cualquier circunstancia para dañar la imagen de aquellas instituciones que podrían impedir su camino hacia la Historia. Todo lo dicho hasta aquí es retórica, es desinformación, es la creación de una telaraña narrativa para lograr un escenario de confusión y desprestigio institucional, todo en pos de un bien mayor, posiblemente un nuevo horizonte que reúna la intersección de intereses populistas del podemismo, el separatismo y eso que se ha venido a llamar el sanchismo.
«Sánchez ha dejado el paso expedito para que el separatismo siga imponiendo su programa totalitario en la sociedad catalana»
Pero ¿cuál sería el ejemplo que condensase en la realidad todo este despliegue ideológico-narrativo? Para mí, sin duda, sería lo que comentaba al principio del artículo respecto a la inversión de la moral y que destruye cualquier tipo de ética política y de moral democrática. Naturalmente me refiero a la política desplegada por el Gobierno respecto a los hechos acaecidos en Cataluña durante el golpe de Estado del separatismo en el año 2017.
La doble vara de medir desplegada por Sánchez es democrática y moralmente aterradora. Con la excusa de la «pacificación» y con el real interés y necesidad de mantenerse a toda costa en el poder, no solo ha indultado a todo aquél del que necesitaba apoyos parlamentarios, también les ha cedido algo dramáticamente letal para la estabilidad futura del Estado, el relato de los hechos de 2017. Les ha dejado el paso expedito para futuros desafíos y para que el separatismo siga imponiendo su programa totalitario en la sociedad catalana.
En este perverso relato de inversión moral, dónde los golpistas parecen héroes y los que defendieron la Constitución parecen los sediciosos, nos encontramos con el último capítulo, con el enjuiciamiento de los policías que actuaron en esos días en Cataluña. Recordar las duras circunstancias que tuvieron que afrontar, la presión social y política desplegada por la Generalitat y otras instituciones y partidos contra ellos, recordar que estuvieron allí para defender el orden constitucional y las libertades de todos los catalanes, incluidos la de los separatistas, aunque ellos no fueran conscientes de esto. Pues bien, por un lado, vemos la fiesta de los indultos y de la claudicación del Gobierno a los intereses del separatismo y por otro a los funcionarios que defendieron nuestro estado de Derecho…
Me pregunto: ¿quién defenderá a nuestros policías y guardias civiles? ¿quién velará por su imagen y reputación? ¿quién reivindicará la labor de estos cuerpos que afrontaron situaciones tan complejas como las de Cataluña del 2017 al 2019? La única respuesta que tengo segura es que sé quién no lo hará, quién no lo defenderá, quién hará caso omiso y será copartícipe de esta inversión de la moral, aquél que, sin embargo, sí que lamentó, en sede parlamentaria, la muerte de un etarra en prisión: nuestro presidente Pedro Sánchez.