THE OBJECTIVE
David Mejía

El intelectual en España

«El análisis de los discursos históricos sobre el intelectual sirve para medir los ritmos cardiacos de un país casi siempre taquicárdico»

Opinión
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El intelectual en España

El escritor e intelectual Miguel de Unamuno. | Wikimedia Commons

«¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicarlo, no lo sé». La perplejidad de San Agustín en el arranque del libro XI de sus Confesiones es trasladable a gran cantidad de palabras que creemos comprender hasta que una pregunta sencilla nos obliga a cincelar una definición complaciente. Uno de esos conceptos es el de «intelectual», a cuyo transcurrir histórico dedica David Jiménez Torres su último ensayo: La palabra ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019).   

Jiménez Torres no se centra en hacer una taxonomía de los intelectuales que fueron en el largo siglo que abarca su estudio, sino que recoge los usos, connotaciones y discursos resultantes de una palabra que nunca ha dejado de ser evasiva. Hoy permanece abierta la discusión respecto a quiénes son merecedores del título: ¿es cuestión de sabiduría? ¿De capital cultural? ¿O quizá de autoridad moral? El intelectual es un sujeto histórico, y por eso es escurridizo; su única estabilidad es su ambigüedad. Relacionamos indefectiblemente al intelectual con la política, pero no existe bando ideológico desde el que no hayan sido atacados. Los discursos que rodean la figura del intelectual fluyen al ritmo de las coordenadas históricas. Por eso cualquier lector interesado en la historia contemporánea de España disfrutará de este ensayo que respeta la cronología de los hechos pero los hilvana desde esa figura.

El libro abarca la genealogía del término en un viaje que nos traslada desde 1889 hasta 2019. Entre medias transitamos a la crisis finisecular, el fin de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, el advenimiento de la Segunda República, la Guerra Civil y la dictadura franquista, la Transición, los años de crecimiento, la crisis financiera y lo que vino poco después. El ensayo de Jiménez Torres permite corroborar que el análisis de los discursos históricos sobre el intelectual sirve para medir los ritmos cardiacos de un país casi siempre taquicárdico. Porque han sido influyentes y han sido ignorados, han sido odiados y admirados. Unos salían en la tele y otros no salían de la torre de marfil. Han sido acusados de ventajismo y desfachatez, se han puesto delante y detrás de balas y banderas. Se les ha llamado cobardes y se les ha llamado valientes. El intelectual no es, claro, el único pulsómetro de un país, pero sí uno que aporta buena información sobre quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes no deberíamos volver a ser.

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