La Charo: némesis del cuñao
La ocupación inglesa hacía necesario a William Wallace del mismo modo que la charocracia hace necesario al cuñao
Tengo muchos libros empezados, con cinco, diez, a veces hasta veintipico páginas escritas pero ahí están, en mi ordenador, aguardando el momento en el que decida llevar una vida más sosegada que me permita escribir y, sobre todo, esperando una visita de las musas o un soplo divino que me inspire. Pero de entre todos esos libros hay uno que me apetece especialmente terminar y que es, además, el único que no es una novela: se titula Anatomía del cuñao. El primer esbozo del libro lo hice aquí, en El Liberal, y creo que funcionó razonablemente bien. En él propuse una definición —cuñao es toda aquella persona que habla pontificando, en forma de homilía, y que además lo hace por caridad, por mostrar a su interlocutor la verdad que le ha sido revelada— y expliqué que hay varios tipos —el futbolístico, el político, el gastronómico…—. Añadí, además, que la figura del cuñao es de lo poco que queda de la Españita feliz y que hoy, para nuestra desgracia, está en peligro de extinción.
No obstante, en ese artículo me guardé el esbozo de lo que, espero, será el último capítulo del libro, la conclusión a la que llegué antes incluso de ponerme a escribir: el cuñao tiene un enemigo acérrimo, una némesis, que es, paradójicamente, quien puede salvarlo de extinguirse: la charo. Porque la charo también pontifica, pero no habla: grita. Y desde luego que no lo hace por caridad, pues no tiene ninguna verdad que comunicar: las más de las veces lo hace por imponerse; otras muchas, sólo por joder. Es decir, que mientras uno sólo pretende enseñarnos dónde comprar el mejor jamón —¡y más barato!— la otra nos abronca porque nuestra mascarilla no tapa la nariz. Por eso, porque comparten la forma pero no el fondo o el fin, la charo es la némesis perfecta del cuñao, su contrario, su antítesis, y la presencia de aquella refuerza, ¡hace necesarias! las obras de éste. Sucede un poco como con los héroes, que lo son en gran medida porque existe un antihéroe, un enemigo al que combatir: William Wallace —sí, siempre pongo el mismo ejemplo— fue un héroe porque existía el malo, el inglés, que oprimía a los suyos, y él se rebeló. O sea, que la ocupación inglesa hacía necesario a Wallace del mismo modo que la charocracia (o tiranía charocrática) hace necesario al cuñao.
Y aviso ahora porque me huelo la crítica fácil: no se trata de reducir estas dos categorías, charo y cuñao, a lo femenino o lo masculino, porque hay hombres que, con sus regañinas, sus escándalos, tienen mucho de charo y, sobre todo, mujeres que tienen mucho de cuñao. Quiero decir que las dos son categorías transversales, que no discriminan por edad, sexo, raza o nacionalidad y que, en consecuencia, cualquiera puede integrarlas aunque algunos sean más proclives que otros.
Mi conclusión, por lo tanto, es que estamos ante la posible resurrección de la figura del cuñao, que estaba ya agonizando, a puntito de morir porque no había logrado encontrar su sitio en este mundo apátrida, globalizado, hipertecnológico. Y que son las charos, por mucho que les joda, las que lo pueden resucitar.