THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Alternativas a la cárcel para las bandas latinas

«Algunos somos partidarios de periodos de prisión cortos pero intensos. Es decir: que el reo viva a costa del Estado muy poco tiempo, pero que lo sienta larguísimo»

Opinión
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Alternativas a la cárcel para las bandas latinas

Erich Gordon

El otro día se libró una batalla campal con navajas en pleno Ensanche de Barcelona. Tuvo que desplegarse la Arro, los antidisturbios ligeros de los Mossos d’Esquadra. Al cabo de unos días fueron detenidos 14 de estos alborotadores, miembros de las llamadas bandas latinas que siguiendo los esquemas de algunos países centroamericanos reclutan a niños desamparados, o con tendencias violentas, y tras someterles a un metódico lavado de cerebro y a unos rituales de iniciación que suelen involucrar el derramamiento de sangre, los convierten en asesinos para defender el monopolio del tráfico de drogas en determinados territorios urbanos o suburbanos.

En Madrid durante el año pasado se produjeron seis asesinatos por las guerras entre dos de estas bandas que han adquirido ya hechuras internacionales: Dominicans don’t play y Trinitarios. En ese mismo periodo, en el plan de lucha contra las bandas juveniles en Madrid y sus alrededores, la Policía Nacional detuvo nada menos que a 1.400 pandilleros, muchos de ellos menores de edad. Son cifras que publican los periódicos y que dan la impresión de que el problema es serio y se va extendiendo más allá de la capital y de Barcelona.

Más tarde o más temprano será imperativo un cambio de legislación en el sentido de que un niño que está avezado a asesinar no será ya considerado irresponsable a efectos penales. El tiempo confirmará esta prognosis. Parece lógico pensar que un niño, o un mozo, de 12, 13, 14, 15 años, que es capaz de matar –en estos casos suele ser a puñaladas o a machetazos, lo que requiere cierto temple viril- ha alcanzado una «edad adulta» o una madurez u hombría un poco precipitada –como esas niñas que tienen muy prematuramente su primera regla—; madurez que debería, en mi modesta opinión, granjearle de inmediato el derecho al sufragio en los comicios y al trabajo remunerado, y paralelamente el derecho a pasar largos años rehabilitándose en un presidio, para luego, una vez bien aprendida la lección, reintegrarse a la sociedad como un ciudadano ejemplar, tal como suele pasar.

De momento, si la ratio de detenciones de pandilleros en Madrid y Barcelona sigue a este ritmo, lo cual es previsible dado el incremento de la criminalidad, habrá que habilitar para ellos nuevas y grandes penitenciarías, lo que supone un indeseable gasto económico para el Estado.

Véase lo que pasa en El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele, que le ha declarado la guerra a las maras –nutridas bandas de delincuentes que habían llegado a imponer en el país un clima de terror— ha enviado al ejército a apresar a cualquier persona sospechosamente tatuada –signo de identidad de los pandilleros— para encerrarla en una megacárcel que acaba de levantar, con capacidad para 40.000 presos. Éstos, además, serán sometidos a alguna clase de trabajos forzados para «devolver a la sociedad por lo menos una parte de lo que le quitaron» cuando campaban libres y haciendo daño, pero aun así no se nos escapa que el gasto en vigilancia y alimentación de tanta gente será altísimo.

No me parecería nada mal, desde luego, que cualquier español tatuado fuera inmediatamente detenido y aporreado por la policía; pero encarcelarlo, no. A todos los efectos hay que evitar el dispendio de aumentar una población reclusa que ya es demasiado numerosa.

«El efecto punitivo y el escarmiento tendrían el mismo efecto que las condenas a largos años de privación de libertad»

Algunos somos partidarios de periodos de prisión cortos pero intensos. Es decir: que el reo viva a costa del Estado muy poco tiempo, pero que lo sienta larguísimo, como una eternidad. El efecto punitivo y el escarmiento tendrían el mismo efecto que las condenas a largos años de privación de libertad.

Hay maneras de conseguir este efecto. La primera, el «traje para experimentar qué se siente al envejecer» diseñado por el ergonomista Wolfgang Moll, del que dieron noticia los periodistas Maldonado y Cabezas el pasado 13 de diciembre en este diario. El traje se creó con propósitos médicos y formativos, pero podría tener otras aplicaciones. Un niño malo, encerrado en la cárcel y obligado a vestir todo el día, siquiera durante un corto periodo de tiempo, este traje experimental, sentirá que le han caído de golpe seis décadas. Molestos zumbidos le atravesarán el cerebro, le temblarán las manos como afectadas de Parkinson, las piernas le fallarán, abrumadas por un peso indecible: ir al comedor o salir al patio le supondrá un infierno. Sentirá pinchazos en las articulaciones y en la espalda. En fin, un horror. Pero seguro que aprende la lección.

Otras posibilidades las sugirió hace unos años (no sé hasta qué punto en serio) la filósofa de la Universidad de Oxford Rebecca Roache, investigadora en el Oxford Centre for Neuroethics. Una idea, por ahora todavía impracticable pero todo es cuestión de proponérselo, sería trasladar la conciencia del criminal a un ordenador debidamente programado, y acelerar el funcionamiento de éste a la enésima potencia para que en pocas horas experimentase siglos de privación de libertad.

Otra idea: alterar con drogas ad hoc la percepción del paso del tiempo del reo, de modo que los minutos le parezcan largos como años.

Hay que ir pensando en soluciones imaginativas como éstas de la doctora Roache, sobre todo si en los próximos años la situación económica de nuestro querido país se sigue deteriorando, y, con ello, aumentando la criminalidad, como parece inevitable. En el siglo XIX, la Gran Bretaña dickensiana se encontró con un problema así –desempleo, miseria, superpoblación, delincuencia- y lo resolvió exiliando a cientos de miles de presos a Australia.

Por cierto que ese continente sigue estando medio despoblado, pero aquella gente de allí se ha vuelto muy exclusiva y remilgada y dudo de que aceptase fraternalmente a nuestros pandilleros latinos como nuevos colonos. Es mejor agarrar al toro por los cuernos y aplicar al problema, como digo, soluciones imaginativas.

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