Chifladura cultural
«Todas las Irene, las Pam y los Sánchez estallarían como pompas de jabón si sus adversarios hablaran de la realidad, de lo que de verdad angustia a Juan Español»
España es el país de la OCDE con las mayores tasas de paro, concretamente un 12,5%, por delante incluso de Grecia (11,6%) y Costa Rica (11,5%). También es líder, junto con Francia, en dificultades tributarias y número uno absoluto en trabas burocráticas. La productividad está estancada desde hace más de tres lustros, la deuda pública supera por mucho el 100% del PIB, mientras que la libertad económica se desploma. En general, en un contexto amplio, los datos son muy preocupantes. Pero no solo los económicos, también otros, como el índice de natalidad o el envejecimiento de la población, son inquietantes.
Y, sin embargo, aquí estamos, asistiendo perplejos a una frenética competición para demostrar quién ama más a las mujeres o, en su defecto, quién las desprecia u odia con más intensidad. Porque el problema de España no es el estancamiento económico, una cuestión que por materialista que parezca en la práctica condiciona las aspiraciones vitales de las personas, afectando no solo a su bolsillo sino también a su ánimo. Hay mucho dolor, sufrimiento e incluso muerte en esta pobreza sobrevenida.
Lo que debe preocuparnos no es este empobrecimiento paulatino, imparable, ni el mal funcionamiento de unas Administraciones Públicas cada vez más caras e ineficientes y que, para colmo, se han arrogado el derecho a dar la vez. No, el problema es la lacra del machismo en un país que, hasta ayer mismo, según los datos, era uno de los mejores del mundo para nacer mujer, y por supuesto ese empeño reaccionario de los juristas —hoy, mayoritariamente mujeres, por cierto— en que las leyes sean técnicamente correctas, no una chapuza que añada al daño físico, psíquico y moral de las víctimas el escarnio de la injusticia.
«79.415,16 euros es el suelo anual de la ministra feminista, además de otras ventajas»
Sin embargo, dice Irene, paseando a un lado y otro de la tarima micrófono en mano, con pose sesuda, que las feministas «no han puesto el cuerpo» para que las leyes sean técnicamente correctas y los jueces puedan discriminar de forma coherente entre agresiones, porque no es lo mismo obligar a alguien a hacer algo en contra de su voluntad a punta de pistola que mediante el engaño o el chantaje, por ejemplo, porque una bala o una puñalada pueden quitarte la vida, pero no una mentira. No todo no es violencia, mal que le pese a Irene. El mal puede ser insidioso y abyecto pero no necesariamente violento.
79.415,16 euros es el suelo anual de la ministra feminista, además de otras ventajas, y el de Ángela Rodríguez Pam, su amiga y secretaria de Estado de Igualdad, 119.566 euros brutos, en un país donde casi el 20% cobra 950 euros o menos al mes, y cerca del 50% oscila entre un mínimo de 950 euros y un máximo de 1.500. Combatir la lacra del machismo y colocar el consentimiento en el centro —hasta ayer los violadores iban a la cárcel por ciencia infusa— no tiene precio. 573 millones cuesta a los mileuristas esta lucha feminista que Irene dirige desde un lugar que más parece una guardería que un ministerio. Una guardería carísima. Y sin embargo la lacra no mengua.
Con todo, lo que más me preocupa es la incapacidad para zafarnos de esta envolvente, donde la izquierda y, en este caso particular, Irene y sus amigas proyectan una imagen tétrica de la sociedad española que copa los debates, las tertulias y las informaciones, dejando en la sombra el verdadero drama de un país que languidece sin remedio y avanza con paso firme hacia la dependencia absoluta.
«¿Estado de bienestar? Eso era ayer. Hoy es de caridad, de paguitas que discrecionalmente otorga el bello Sánchez»
¿Estado de bienestar? Eso era ayer. Hoy es de caridad, de paguitas que discrecionalmente otorga el bello Sánchez; el jefe y, a ratos, cuando le conviene, tutor de Irene. O las generosas subidas del Salario Mínimo Interprofesional de una tropa acostumbrada a disparar con pólvora del Rey. Ellos ponen la cifra y la sonrisa de dentífrico para que otros, si pueden, apechuguen. Y si no, a la economía sumergida de cabeza. A marchar por ese otro sendero que tan bien retrató Hernando de Soto, a propósito del Perú de la década de 1980, y que 43 años después —¡quién nos lo iba a decir!— es el tortuoso camino a seguir por millones de españoles.
Pero dejemos a un lado todas estas nimiedades. Recordemos: los verdaderos desafíos son el machismo, la salvación del planeta y la prevención del odio que anida en una sociedad enferma de misoginia, homofobia y negacionismo. En lo demás, España va bien, viento en popa. Tan bien que, si acaso, lo que debe atemorizarnos es que las personas mayores conduzcan, porque según parece los conductores de 60 años en adelante acumulan el 28% de los accidentes, lo que viene a ser lo mismo que señalar alarmados, como aquella divertida noticia veraniega, que el 25% de los divorcios se producen en verano, sin caer en la cuenta que el año tiene cuatro estaciones.
Sinceramente, no sé si todo esto que soportamos merece un enunciado tan solemne como guerra cultural, porque más que guerra, a mí me parece chifladura. Todas las Irene, las Pam y los Sánchez estallarían como pompas de jabón si sus adversarios, en vez de competir en el amor hacia las mujeres y el planeta, hablaran de la realidad, de lo que de verdad angustia a Juan Español o, claro está, a Juana Española. Pero para eso, me temo, primero hay que estudiarla y conocerla, en vez de mirar tanto las encuestas.