Una guerra muy fácil de comprender
«Lo que no es nada complejo es quién fue desde el principio la víctima y quién el verdugo, y qué es lo que inició el conflicto: Rusia invadió Ucrania»
Desde que comenzó hace un año, la guerra entre Rusia y Ucrania ha sido muy fácil de entender. Uno podía añadir contexto, pero en el fondo era un conflicto muy poco ambiguo. Rusia quiso que fuera así. La invasión que comenzó el 24 de febrero de 2022 ya no era una operación aparentemente encubierta como la invasión del Donbás o la anexión de Crimea en 2014, que Rusia vendió como sucesos motivados por movimientos separatistas en la región (luego se descubrió que, obviamente, Rusia envió tropas y estuvo todo monitorizado por su ejército). En esta ocasión, Rusia no ocultó nada: su objetivo era llegar a Kiev. No hubo intentos de psy ops y tampoco un casus belli muy creíble (Putin habló de que había que salvar a Ucrania del nazismo, pero su objetivo real ya lo dejó claro en julio de 2021 cuando escribió en un ensayo que Ucrania pertenecía a la «nación rusa» y cuestionó sus fronteras). Era una invasión de toda la vida, justificada con la fuerza de los hechos.
Que fuera fácil de comprender no significa que el conflicto no fuera complejo. Podemos hablar durante horas sobre el desmembramiento de la URSS, el imperialismo ruso, las supuestas promesas de no expansión de la OTAN. Podemos discutir también si es posible realmente vencer a Rusia o la necesidad de pactar de algún modo. Lo que no es nada complejo es quién fue desde el principio la víctima y quién el verdugo, y qué es lo que inició el conflicto: Rusia, un imperio colonial en decadencia, invadió Ucrania, su antigua colonia.
Y sin embargo hay una legión de matizadores que, quizá por un deseo de sofisticación o por cultivar una imagen de escépticos («a mi no me la cuelan»), desvían constantemente el foco de lo importante. Acaban haciendo lo mismo que la propaganda rusa, que ya no ofrece una visión alternativa a la de sus enemigos sino que simplemente se dedica a extender la sospecha sobre ellos. Como escribe Richard Robert en un ensayo en Telos, estos escépticos son chomskianos: «Una vasta franja que va desde los izquierdistas cultivados de Le Monde Diplomatique en Francia hasta los agitados habitantes de la esfera conspiranoica, convencidos de que la verdad está en otra parte y de que nos la están ocultando. ¿Quién la oculta?: una nebulosa de círculos más o menos concéntricos, donde destacan los medios de comunicación (¡sus propietarios son multimillonarios!), pero también, según las sensibilidades políticas y los rincones del mundo, los judíos en general o los Rothschild en particular, George Soros, el Tío Sam, las grandes empresas y Occidente en sus diversas variantes: degenerado, imperialista, o ambas».
«El problema no es el escepticismo, el problema es el escepticismo unidireccional»
Es una postura más común de lo que creemos. ¿Está Ana Pastor de La Sexta, símbolo del establishment mediático, en Kiev? Entonces claramente este conflicto es manufacturado, o si no es manufacturado nos están ocultando muchas cosas. Hay una especie de hipsterismo en esta actitud. Es como el hipster que encuentra un vinilo desconocido en una tienda oscura; el chomskiano hipster es alguien que encuentra información oscura en foros que aparentemente refuta el relato oficial.
A veces ese escepticismo roza el esperpento. Tres días después del inicio de la invasión, el periodista Pascual Serrano tuiteó: «Cuando la OTAN bombardeó Belgrado, todos los testimonios que encontraban nuestras televisiones eran contra el Gobierno yugoslavo. Cuando Rusia ataca Kiev, todos los testimonios que encuentran son en defensa del gobierno ucraniano». ¡Qué mala praxis periodística! Nadie preguntó a los misiles rusos.
El propio Serrano expresó sus dudas sobre la veracidad de la matanza de Bucha, y ante el aumento de análisis de inteligencia que demostraban que efectivamente el culpable era Rusia, se justificó con victimismo: «Quienes planteábamos dudas éramos señalados como ‘conspiracionistas’ o ‘negacionistas’. Es como si dudar de la versión de un periódico o de un telediario equivaliese a negar el Holocausto».
El problema no es el escepticismo, el problema es el escepticismo unidireccional de estos chomskianos. En realidad no dudan de todo. Por ejemplo, se han creído a pies juntillas el relato de Seymour Hersh sobre el bombardeo del gasoducto Nord Stream, a pesar de que los análisis OSINT y una lectura detallada demuestran que no tiene ni pies ni cabeza. Pero es un relato que culpa a Estados Unidos. No necesitan pruebas.
Estos war hipsters resultarían tiernos si con su falso escepticismo no estuvieran blanqueando crímenes. Sus dudas no sirven para alcanzar la verdad, sino para emborronar la realidad. Su escepticismo es a veces exhibicionismo moral, otras simple maldad.