Solo una cosa es segura: lo imposible
«Cabría recordar a algunos optimistas que todos los seres vivos superan victoriosamente las adversidades hasta que llega una que acaba con ellos»
La frase del título es de Adolf Hitler. Parece que la pronunció cuando sus generales le advertían de la dificultad, la práctica imposibilidad de conquistar determinada región. Por una vez tenía razón: lo imposible es lo que siempre acaba sucediendo.
Al socaire del final de los derechos de autor sobre los libros de Stefan Zweig (1881-1942), un autor que estuvo muy vigente en España hacia el final del franquismo, luego desapareció y luego Acantilado sacó del olvido y devolvió a la palestra, proliferan las nuevas ediciones que encuentran un lugar destacado en las librerías. De la mencionada editorial barcelonesa he recibido sus ensayos biográficos Tres poetas de sus vidas: Casanova, Stendhal, Tolstói. Y de Alianza Editorial, sus ediciones de los Momentos estelares de la humanidad, de Novela de ajedrez y de la autobiografía El mundo de ayer, que es uno de los libros más interesantes de Zweig, si no el mejor. (El mejor para mí sigue siendo, aunque supongo que por motivos muy subjetivos, la novela La piedad peligrosa, a la que Vallcorba rebautizó con un título más cercano al original: La impaciencia del corazón, que por cierto recuerda al título provisional que Proust le puso a la Recherche: Las intermitencias del corazón).
He vuelto a leer, ahora en la edición de Alianza, con nueva traducción de Eduardo Gil Bera, El mundo de ayer, que es un libro de agudas intuiciones y también de ingenuidades asombrosas. Como la primera vez, lo que más me ha llamado la atención es el canto a la estabilidad del mundo de ayer que conoció Zweig, siendo «el mundo de ayer» el previo a la Primera Guerra Mundial. Un mundo en el que aún funcionaba con regularidad que parecía eterna el imperio austrohúngaro, regido por la figura patriarcal de Francisco José. Era la llamada belle époque, en la que no hubo guerras europeas (España era otra cosa) durante 40 años, desde la victoria prusiana sobre Francia de 1870 hasta 1914. Escritas estas memorias durante la Segunda Guerra Mundial, Zweig echa una mirada retrospectiva a sus andanzas y viajes de la primera década del siglo XX y dice (pág 209): «Quizá sea difícil describir a la generación actual, que ha crecido en medio de catástrofes, derrumbes y crisis, y para la que la guerra ha sido una posibilidad continua y una expectativa casi cotidiana, el optimismo y la confianza en el mundo que nos animaba a los jóvenes desde aquel cambio de siglo. Cuarenta años de paz habían fortalecido el organismo económico de los países, la técnica había dinamizado el ritmo de la vida, y los descubrimientos científicos habían enorgullecido el espíritu de aquella generación».
«Desde las primeras páginas se celebra la ‘previsibilidad’ de la vida para todos»
Es una letanía nostálgica que atraviesa todo el libro. Desde las primeras páginas se celebra la previsibilidad de la vida para todos. (Una previsibilidad, desde luego, engañosa, como luego los acontecimientos se encargaron de revelar). Siempre leo esas páginas con el corazón un poco encogido, comparándolas con los tiempos actuales, aparentemente tan previsibles. Aquel que describe Zweig era también «el mundo de la seguridad», título del primer capítulo. «Todo parecía basado en la duración, y el propio Estado figuraba como el mayor garante de esa continuidad». Derechos y deberes estaban perfectamente delimitados, la moneda tenía un valor invariable, todo tenía «su norma, su peso y su medida establecidos». «Todo se mantenía firme e inamovible en aquel vasto imperio, y, en lo más alto, el viejo emperador, que si se moría era sabido (o al menos eso se creía) que vendría otro y nada cambiaría en el orden debidamente establecido».
A continuación, se explaya Zweig sobre la pasión de los vieneses por el teatro y la devoción de todas las clases sociales por los grandes actores y actrices. Añadamos que los Habsburgo no eran racistas y para los judíos como Zweig el imperio era un vasto territorio que les ofrecía posibilidades de medrar, como a cualquier ciudadano. Naturalmente el reverso de la moneda de un mundo tan seguro y previsible y mensurado era el aburrimiento, la rutina, el paternalismo, la represión en las costumbres, la beatería, condiciones que, sobre todo a los jóvenes, sientan o pueden sentar como un corsé apretado.
No ignoro que puede ser un ejercicio pueril extrapolar las condiciones de una época pasada a la actual, pero no puedo evitarlo. Entre nosotros, ¿quién hubiera dicho que estallaría la crisis de las subprime? ¿Que Grecia había engañado a la CE para ser aceptada en ella y en realidad estaba en bancarrota? ¿Que vendría de China una pandemia que nos tendría encerrados en casa, saliendo sólo por las noches, enmascarados?
«Todos estos imprevisibles acontecimientos me figuro que dibujan una pauta»
¿Quién nos habría dicho que Rusia invadiría Ucrania? ¿Y que a diferencia de lo que pasó en Chechenia esta vez las potencias occidentales se involucrarían en el conflicto?
Todos estos imprevisibles acontecimientos me figuro que dibujan una pauta y que ahora lo lógico es esperar la irrupción de Bielorrusia en la guerra, quizá el estallido de algunas bombas atómicas, la aceleración del desastre ecológico, la autodestrucción de la especie. Algunos optimistas se complacen en recordar que gracias a su inteligencia y maleabilidad la humanidad siempre ha sabido y siempre sabrá alzarse sobre los retos que le han salido al paso. Es puro pensamiento religioso o magicista, pues supone atribuirle al ser humano un destino metafísico, una fatalidad triunfal.
Cabría recordar a esos optimistas a priori que no solo el ser humano, sino todos los seres vivos, afrontan y superan victoriosamente toda clase de adversidades, hasta que llega una que -¡ay!- acaba con ellos. Sin embargo, como hay que vivir y estar alegre, me recreo en la idea de que el próximo acontecimiento inesperado bien podría ser de signo no cataclísmico sino positivo, y para convocarlo y apresurarlo recuerdo el verso de García Calvo: «…sentados en corro sonriendo, / lo inesperado esperamos: que se levante / un soplo de aire fresco».