Italia: la apuesta de Elly Schlein
«Es la antítesis de Giorgia Meloni. Viene a cambiar el Partido Democrático y sin reservas, ideológica y generacionalmente, llevándolo a la izquierda»
El relevo en la dirección del Partido Democrático italiano resultaba inevitable. En los dos últimos años, bajo la dirección de Enrico Letta, el PD había cumplido con la misión que desde 1943 fijara entonces a su antepasado comunista Palmiro Togliatti: en una situación de profunda crisis para Italia, poner el interés nacional por encima de las conveniencias del partido. Gracias a ello, el Gobierno Draghi pudo funcionar, encarando con éxito la crisis económica y sanitaria ligada a la pandemia, y aglutinar a fuerzas tan dispares como la izquierda de Liberi e Uguali o la Lega de Salvini, pasando por el Movimiento 5 Estrellas. Una maniobra poco explicable de este último dio en tierra con el experimento y el fracaso sirvió para que la inteligente posfascista Giorgia Meloni, aquí amiga de Vox, lo capitalizase en nombre de la oposición solitaria que ejercía. Jugando hábilmente con el rechazo a la inmigración y sobre la base de una adecuación a las exigencias democráticas -y europeístas, ejemplo Ucrania- las últimas elecciones administrativas confirmaron el éxito de esta nueva derecha y la derrota del centro-izquierda, ya vencido, por debajo del 20% de votos en las elecciones generales.
Un problema para el futuro del PD viene dado por el peculiar sistema de nombramiento del secretario general, mediante unas primarias de diferente contenido. Votan primero «los círculos», las agrupaciones del partido, que cuenta unos 150.000 militantes. En estos comicios votaron por una clara mayoría a Stefano Bonaccini, presidente de Emilia-Romagna, estimado por el buen gobierno como heredero del PCI. Pero hay una segunda fase en que votan los simpatizantes, y si bien han bajado en 400.000 desde la elección de Letta, siguen siendo más de un millón. Es además muy posible que entre los votantes se colasen incluso militantes de otros grupos como el Movimiento 5 Estrellas, poco amigos de Bonaccini. El resultado está a la vista. Los simpatizantes se han impuesto al partido.
«Bonaccini representaba la resignación a un declive controlado»
Como antes Zingaretti, Bonaccini representaba la continuidad, esto es, una actuación siempre moderada, demasiado responsable, sin otro atractivo que la buena gestión del político modenés; dicho de otro modo, la resignación a un declive controlado. Por eso perdió con casi un 46% frente al 54%, ante una candidata joven, muy audaz, que por su propia personalidad encarna ya una fractura respecto de la imagen tradicional del centro-izquierda italiano.
Ruptura también respecto de los perfiles habituales. Con 37 años de edad, hija de profesores, una figura que recuerda a escala menor a Rossy de Palma -con una nariz, dice, etrusca y no judía-, amante de los videojuegos y de la música de vanguardia, y sobre todo bisexual, inclinada hacia el propio sexo. Elly Schlein es la antítesis de Giorgia Meloni. Su autodefinición es la más tajante respuesta a la proclamada por la líder de Fratelli d’Italia. «Soy Giorgia, mujer, madre y católica». Utiliza el masculino: «Soy el presidente de…». Frente a ella, Elly Schlein dice: «Soy mujer, amo a una mujer, no soy madre y no por eso soy menos mujer». Nada tiene de extraño que una oposición dura a Meloni sea su primer propósito. Viene a cambiar el PD y sin reservas, ideológica y generacionalmente, llevándolo a la izquierda. En este sentido, su ejemplo positivo es Pedro Sánchez, por lo que toca al éxito de una política autónoma del socialismo, y el negativo un Partido Socialista francés en riesgo de desaparición.
La han apoyado los simpatizantes del Norte y de las grandes ciudades, el sector menos satisfecho con el descenso sosegado a los infiernos, y sin duda encontrará su obstáculo principal en las zonas de Italia, desde Emilia-Romagna al Sur, donde el partido mantiene su arraigo a escala comarcal y local. Bonaccini está dispuesto a colaborar, pero no es seguro que otros notables sigan el mismo camino, con la modernización que Elly Schlein esboza. Los tiburones exdemócratas del centro, Renzi y Calenda, cuentan con ese fracaso. Además, en el debe y el haber de su trayectoria política hay partidas de distinto signo. Positiva, su versatilidad, que le llevó a participar activamente en las campañas de Barack Obama de 2008 y 2012, aprendiendo allí el valor de las plataformas de apoyo que activan la transversalidad. Positivo también su discurso y su estilo del cambio, que si difícilmente atraerán a los jóvenes y adolescentes, encajan con los profesionales y clase media de cuarenta años, entre quienes está reclutando a sus principales colaboradores. El prolongado envejecimiento del PD encarnaba ya la muerte de la izquierda. Y si es cierto que su candidatura a la presidencia es de ayer, seis días posterior a la recuperación de la tessera, del carnet, el hecho es que su salida del partido fue fiel al espíritu de este, al no querer compartir la militancia con quienes le traicionaron en 2013, no votando -en secreto- a Romano Prodi para presidente de la República, y abortando en consecuencia una candidatura decidida por voto democrático y público.
«Una y otra vez, en su discurso y en sus formas, Elly Schlein reivindica ‘lo nuevo’».
Ahora hay que esperar a ver cómo se despliega en su manifiesto aún por precisar la triada de buenos propósitos: lucha contra la desigualdad, derechos civiles, reformas laborales (salario mínimo, reducción de horario, paridad salarial, fin de los contratos temporales). La base es la habitual de una izquierda socialista: resulta necesario contrarrestar la política neoliberal que fomenta las desigualdades. Falta por saber la letra pequeña de su desarrollo. La línea de cambios a favor de una política de género es también evidente. Secunda la política occidental de apoyo a Ucrania, veremos si con la firmeza de Enrico Letta, y sobre la inmigración -con la catástrofe de Calabria que coincide con su designación- habrá que ver la proyección definida por ella sobre Italia, de la política conjunta europea que reclama.
Una y otra vez, en su discurso y en sus formas, Elly Schlein reivindica «lo nuevo». Al margen del éxito o del fracaso de su intento, conviene recordar que entronca con el cambio profundo en la mentalidad de las nuevas generaciones en Europa. Aquí lo conocemos en la versión cutre de Podemos, pero en Francia ya penetra a fondo los gustos, los valores, y como en el 68, la contestación que ejercen sus portadores frente a toda discriminación de género y la tolerancia que sobre la misma había imperado. El orden moral que reivindica Elly Schlein no aspira a ser tolerado, sino a erosionar y hacer desaparecer en definitiva, no solo el tradicional, sino aquellas formas de progresismo que hoy considera regresivas (y machistas). Y no sin intransigencia.