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8-M: otro feminismo

«El feminismo que ha institucionalizado este Gobierno intenta convencer a las mujeres de que sus demandas no tienen cabida en el Estado liberal y democrático»

Opinión

Irene Montero y Yolanda Díaz.

  • Soy licenciada en Derecho, abogada en ejercicio y gerente del bufete NOVALEX SPAIN. Autora del libro ‘Populismo punitivo’ (2020 Ed. Deusto)
    Antes, columnista en Disidentia y Vozpópuli y colaboro en la tertulia del programa Herrera en Cope. Mis críticos me acusan de ser una extremista de la presunción de inocencia, algo de lo que yo me congratulo.

Cristina Ayala y Almudena Negro, amigas y candidatas a la alcaldía de Burgos y de Torrelodones respectivamente, me invitaron a participar en unas charlas sobre feminismo que organizaron en esas ciudades aprovechando la proximidad del 8 de marzo. Confieso que les he tomado prestado el título que escogieron para el acto porque me parece de lo más acertado, ya que llevo años reprochando al centro derecha su renuncia a dar la batalla por el lenguaje como parte indisoluble de las ideas. Esta dejación ha permitido a la izquierda identitaria reivindicar como propias a figuras de las que antaño abominaron, como Clara Campoamor, diputada liberal que luchó por el sufragio femenino ante la oposición férrea de las socialistas Victoria Kent y Margarita Nelken.

Los españoles en general, y las mujeres en particular, no podemos permitir que reescriban la memoria histórica del feminismo ni tampoco que lo transformen en algo distinto a lo que realmente es. Y no utilizo el verbo transformar por casualidad.

Miren, el feminismo que reivindica la igualdad ante la ley se cimenta sobre un hecho biológico constatable: el sexo. Sobre esta diferencia se han fundamentado a lo largo de la historia normas y actitudes discriminatorias que nos convertían en sujetos privados de derechos, cuando éstos no estaban condicionados a la autorización de una figura masculina, ya fuera el padre o el esposo. Las demandas de aquellas mujeres -y no pocos hombres- para revertir esas situaciones se encuentran en la base de las democracias liberales, que consagran como derecho fundamental y valor del ordenamiento jurídico la anhelada igualdad de oportunidades, a la que los poderes públicos deben dotar de efectividad desarrollando las políticas oportunas en aquellos ámbitos en los que resulten necesarias.

«Quieren dinamitar la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley en nuestro nombre»

El feminismo que ha institucionalizado este Gobierno ha intentado convencer a las mujeres de que sus demandas y necesidades no tienen cabida en el Estado liberal y democrático de Derecho basado en la economía de mercado. Nuestros enemigos son, pues, los derechos y libertades fundamentales que dan forma al sistema, ya que nuestra seguridad o bienestar pasa por invertir la carga de la prueba en el proceso penal cuando nosotras somos las víctimas o por dotar a nuestra palabra de un plus de credibilidad por razón de nuestros genitales. Se trata de un feminismo de corte totalitario, que ya no aspira a la dictadura del proletariado sino a la del matriarcado, porque allí donde no triunfó la lucha de clases lo hará la de sexos.

Quieren dinamitar la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley en nuestro nombre. Y si no me creen, les invito a revisar su producción legislativa. Con la ley del sólo sí es sí intentaron invertir la carga de la prueba en el proceso penal enarbolando el consentimiento explícito como pretexto y aderezando la reforma de los delitos sexuales con una batería de eslóganes tramposos, cuando no mentirosos.

Con la ley trans, han conferido entidad institucional al sexo sentido, de forma que la respuesta de la administración ante determinadas circunstancias ya no podrá sustentarse en la biología como hecho comprobable, sino en la identidad sentida o  autopercepción. Y cuando las decisiones de los poderes públicos no se fundamentan en circunstancias constatables, se abre la puerta a la arbitrariedad y se deja herida de muerte a la igualdad.

«El feminismo de nuestra izquierda gubernamental es tan antidemocrático como inconsistente»

Las consecuencias de legislar sobre cuestiones tan sensibles con el único propósito de instrumentalizarlas para desgastar el sistema son nefastas e irreversibles. La parte punitiva de la ley del sólo sí es sí ha demostrado tener como única utilidad la de rebajar las condenas de violadores y pederastas, las cuales acabaremos contando por miles. La ley trans comprometerá la salud mental y física de niños y adolescentes, que emprenderán un viaje sin retorno porque su voluntad fue lo único tomado en consideración para proceder a una modificación genital. Por no hablar de los numerosos fraudes que se producirán en materia de alteración registral del sexo: hombres accediendo a podios en el deporte femenino, ocupando puestos reservados por cuotas para mujeres o recibiendo prestaciones inicialmente ideadas para ellas. Efectivamente, el feminismo de nuestra izquierda gubernamental es tan antidemocrático como inconsistente.

Por si todo lo anterior no fuera suficiente, pretenden tutelarnos diciéndonos a las mujeres cómo tenemos que vestir o maquillarnos para no ser cosificadas, cuestionando hábitos como el de la depilación o incluso imponiéndonos la forma de obtener placer sexual, porque se entiende que lo que hace disfrutar a Ángela Rodríguez o a Irene Montero debe de hacernos gozar a todas. Conciben a las féminas como pobres víctimas necesitadas de un gurú, de alguien que nos guíe en el tránsito de una tutela patriarcal a una estatal.

Por eso rechazan a las mujeres que triunfaron y triunfan sin comprarles su mercancía averiada: no soportan figuras como las de Thatcher, Barberá, Aguirre o Ayuso, entre otras muchas. En su club exclusivo prima la ideología por encima de cualquier otra consideración. Yo les ahorro el trabajo de expulsarme, porque jamás me he visto reflejada en sus pancartas insustanciales y eslóganes huecos. Estoy segura de que hay miles, millones de mujeres que, como yo, rechazan que ellos se arroguen nuestra representación cuando salen a manifestarse o nos toman en vano. Nuestro feminismo rechaza la victimización o la criminalización colectiva, reivindica los valores democráticos y, sobre todo, abraza la libertad.

32 comentarios
  1. Mandapelotas

    Votar a Feijoo, votar PP es dar el voto a las políticas del PSOE: a la memoria histórica; al aborto; al sí es sí; a las leyes de género; a la segregación del español en las aulas; a la injusticia y desigualdad de las autonomías; a la religión climática, etc…
    No hay más que ver que no las quitaron cuando pudieron y laa votan poniéndose de perfil.

    Que no os engañen, el PP es socialismo, no es de derechas

  2. Campeonisimo

    Resumen de lo que hicieron los del PSOE por el voto femenino:

    — Margarita Nelken diputada por el PSOE. “Poner un voto en manos de la mujer es hoy, en España, realizar uno de los mayores anhelos del elemento reaccionario». (Ya hay que ser mala hija para decir esto de su madre).

    — ,” Indalecio Prieto, líder del PSOE. “Se ha dado una puñalada trapera a la República,” (En estos de puñaladas a España el PSOE si que es especialista).

    !!!!QUE OS VOTE TXAPOTE¡¡¡¡

  3. Campeonisimo

    Algunas cositas más de como a los socialistas, no querían que las mujeres votaran:

    — Victoria Kent: «Si las mujeres españolas fueran todas obreras, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino». Eso si que es democracia.

    –«Cuando transcurran unos años y vea la mujer los frutos de la República y recoja la mujer en la educación y en la vida de sus hijos los frutos de la República (…) entonces, señores diputados, la mujer será la más ferviente, la más ardiente defensora de la República», defendía Kent. «Si las mujeres españolas fueran todas obreras, si las mujeres españolas hubiesen atravesado ya un periodo universitario y estuvieran liberadas en su conciencia, yo me levantaría hoy frente a toda la Cámara para pedir el voto femenino», añadía.

    — La tesis de Kent se basaba en que las mujeres, en su mayoría sin formación y sin experiencia democrática, votarían influenciadas por sus maridos o por la Iglesia, de tal manera que hacía falta un esfuerzo previo de pedagogía en valores republicanos. Como ejemplo, ponía la falta de mujeres en las manifestaciones para pedir una mejor educación y sanidad, la ausencia de protestas femeninas contra la guerra de Marruecos o su nula oposición a Primo de Rivera. Reconocía la valentía de las universitarias que acabaron en la cárcel por protestar, pero, a su juicio, hacían falta muchas más como ellas.

    A todas esta majaderías de Victoria Kent le respondió Doña Clara Campoamor:

    — «¿Que cuándo las mujeres se han levantado para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres? Segundo: ¿Quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los hombres? ¡Las mujeres!».

    — Otro de los brillantes requiebros discursivos de Campoamor fue darle la vuelta a la convicción de que el hombre influiría en el voto de la mujer: «Los que votasteis por la República, y a quienes os votaron los republicanos, meditad un momento y decid si habéis votado solos, si os votaron sólo los hombres. ¿Ha estado ausente del voto la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer no influye para nada en la vida política del hombre, estáis —fijaos bien— afirmando su personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos».

    — Incluso las posiciones biologistas encontraron una firme respuesta por su parte: «A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros».

    Todo resumido y solo una muestra de como Victoria Kent como buena socialista no le llegaba ni a los tobillos de Clara Campoamor.

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