De mujeres, naciones y razones
«Montero presupone que hay un hecho en el que consiste ser mujer, pero no es capaz de precisarlo. Y esgrime los ‘derechos humanos’ para silenciar al disidente»
«¿Ministra, qué es una mujer?», le espetó la joven a Irene Montero. Transcribo su respuesta: «Yo creo que lo importante es que sepamos que las mujeres, por el hecho de ser mujeres, tenemos más riesgo de sufrir violencia, más riesgo de sufrir pobreza y por eso es importante que hagamos políticas públicas que respeten a todas las mujeres, a todas las mujeres…». La joven no se daba por satisfecha e insistía: «Pero, ¿qué es una mujer?». La ministra replicó entonces: «Quizá lo que nos queréis explicar es que no hay mujeres que tengan pene, que las mujeres trans no son mujeres, pero mi obligación como ministra de Igualdad es respetar los derechos humanos… decir que las mujeres trans no son mujeres es vulnerar los derechos humanos».
La ministra y toda su corte de los milagros, la entera legión de quienes han alimentado intelectualmente ese discurso a partir de lecturas pseudoacadémicas mal digeridas, regularmente metabolizadas y peor regurgitadas, presupone en su respuesta que hay un hecho en el que consiste ser mujer, pero no es capaz, así la aspen, de precisarlo. Y no contenta con ello, esgrime la espada y el catecismo de «los derechos humanos» (¡cuánta banalidad y estulticia se exhibe en nombre de tu noble sintagma!) para silenciar al disidente, que no es sino el inconformista que, contra viento y marea, se resiste a abandonarse del todo a la irracionalidad.
¿Qué es una nación? Se preguntaba el historiador francés Ernest Renan allá por 1882. De entre las múltiples apuestas por precisar la intensión del término hay una particularmente odiosa por su circularidad y por hacer del concepto un contenedor vacuo: una nación es el conjunto de personas que comparten la creencia de ser una nación. Y entonces nos ocurre lo que a la joven que interpelaba a Irene Montero: «Ya, ¿pero qué es lo que creen los que comparten la creencia de ser una nación?». «Ser una nación». Y así hasta el infinito. Y más allá. Mutatis mutandis para el concepto «mujer». Las mujeres trans son mujeres porque se identifican como mujeres, y las mujeres, por el hecho de ser mujeres, sufren una violencia específica o discriminaciones u opresiones características por su condición. La inquisición no puede disiparse: ¿en qué consiste esa condición? ¿Qué es aquello con lo que se identifican las mujeres trans que dicen ser mujeres?
«Usamos el sufijo ‘trans’ precisamente para denotar lo que no se es»
Una persona trans –mujer trans para el caso- es la persona cuya «identidad sexual no se corresponde con el sexo asignado al nacer», reza el artículo 3 de la llamada ley trans. La identidad sexual es definida en la ley como la «vivencia interna e individual del sexo tal y como cada persona la siente y autodefine, pudiendo o no corresponder con el sexo asignado al nacer». Acabáramos. Hablamos, pues, de sexo. Y entonces: si las mujeres trans son mujeres, tal y como señala la ministra, es porque sienten ser como aquellos miembros de la especie humana a los que, a partir de un conjunto de características biológicas, podemos identificar como mujeres (más allá de lo que sientan o ellas mismas definan) y de hecho así hacemos, al nacer y rutinariamente. Afirmar que hay mujeres con pene u hombres con vagina es cabalmente aseverar que hay individuos de la especie humana que, aún siendo hombres o mujeres y porque se identifican como mujeres u hombres, deben ser considerados institucionalmente como aquello que biológicamente no son. Usamos el sufijo trans precisamente para denotar lo que no se es. Decir «las mujeres trans son mujeres» no conserva el mismo aire de tautología que: «las mujeres son mujeres».
Desbrozado así el terreno, entonces sí, demos las razones –con limpieza, sin trampas ni apelaciones emocionales a los «derechos humanos»- por las cuales debemos hacer así constar jurídicamente nuestra condición sexual, también como esa «vivencia interna». ¿Por qué abrazar esta ficción, ministra? ¿Qué le parecería si esa condición biológica misma que fue asignada al nacer o la vivencia interna de ser lo que objetivamente no se es para empezar no constase en el Registro Civil? ¿Qué derecho humano se vulneraría entonces?
La próxima semana se pone a la venta La razón en marcha (Alianza), una larga y fascinante conversación entre Julio Valdeón y Félix Ovejero. Ovejero es uno de nuestros más conspicuos public intellectuals, alguien que se ha fajado como pocos en desmontar las trampas argumentales y conceptuales del nacionalismo como teoría política y en poner de manifiesto la lamentable deriva reaccionaria que sufre la dizque izquierda desde hace algunas décadas. Se lamenta Ovejero del enorme coste que tiene, en tiempo y fatiga mental, la crítica a las patrañas nacionalistas, la exhibición de la quincalla que se esconde tras la noción de «lengua propia» o «nación» o «identidad»…
Ocurre algo parecido con el irracional raca-raca de lo trans, la pertinacia en mantener razones truchas y argumentos que son crasas falacias cuando no evasivas con las que se evita entrar al trapo y discutir con la honestidad de quien está dispuesto a ser convencido de las mejores razones de su interlocutor. La ministra Montero ha demostrado repetidas veces carecer de ese talante y de esa capacidad, pero no por ello habrá de achantarse ni desanimarse esta joven valiente, ni tantos otros que sienten no sólo que el rey está desnudo sino que por el hecho de que tiene pene no puede ser reina.