THE OBJECTIVE
Esperanza Aguirre

Objetivos totalitarios

«Si de verdad se quisiera acabar con la pobreza, Sánchez nunca tendría que haber puesto ese ministerio en manos de una comunista irredenta como Belarra»

Opinión
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Objetivos totalitarios

Pedro Sánchez.

Como se acercan las elecciones, estamos viendo cómo los partidos que integran la coalición Frankenstein ponen algún interés en señalar lo que les separa a unos de otros. Pero no pueden tapar que lo que les une es muchísimo más que las pequeñas diferencias que ahora quieren aparentar. Y es que los sanchistas, los comunistas bolivarianos, los golpistas catalanes y los bilduetarras han constituido, desde hace casi cinco años, un bloque monolítico de una solidez que se ha demostrado inigualable.

De ahí que puedan presumir de haber aprobado, sin perder ni una sola votación, más de ¡200 leyes! en este periodo. Y habría que añadir ¡y qué leyes! Tanta actividad legislativa, que ellos presentan como un éxito, para una liberal como yo no es sino la muestra de un afán intervencionista desenfrenado y constante. Porque los liberales creemos que hay que legislar poco y, eso sí, muy bien. Siempre para incrementar el marco de libertades en que pueden moverse los ciudadanos, no para limitarlo ni, mucho menos, para dictar reglas de comportamiento de esos ciudadanos.

Al contemplar la solidez del bloque que nos gobierna, es obligado preguntarse qué es lo que une con tanta fuerza a los partidos que lo integran. Y, aunque parezca demasiado dura, la primera respuesta a esa cuestión es la de que están tan unidos porque, cada uno a su manera, comparten unas raíces totalitarias.

Si tuviera que señalar cuál es la principal característica que identifica a un partido político como totalitario, siempre diría que es su voluntad de cambiar la forma que tienen los ciudadanos de pensar, de vivir y de comportarse hasta en lo más íntimo. Como consecuencia de ese afán de cambiar hasta las conciencias de los ciudadanos, los partidos totalitarios también intentan cambiar a su gusto la historia de su país e, incluso, las constantes milenarias de su cultura y sus costumbres.

«¿Cómo puede ser que el partido hermano de los partidos socialdemócratas europeos sea ahora líder de una coalición totalitaria?»

La Historia y la tozuda realidad ya demostraron cumplidamente a lo largo del siglo XX, no sólo la condición totalitaria de todas las variantes del comunismo, sino también su rotundo fracaso allá donde se aplicaron. Por mucho que, como está pasando en el caso español, se presente como comunismo populista bolivariano.

Lo que, en un primer momento, resulta más difícil de ver es hasta qué punto el partido líder de esa coalición también está infectado por el virus del totalitarismo. ¿Cómo puede ser, se preguntarán muchos ciudadanos más o menos ingenuos, que el partido hermano de los partidos socialdemócratas europeos, que tanto colaboraron al progreso de sus naciones y que tanto lucharon contra el comunismo, sea ahora líder de una coalición totalitaria?

Pues lo es, porque ha hecho suyos esos propósitos de, como decía antes, cambiar la forma de ser de los ciudadanos, de reescribir la Historia de España y de terminar con lo que han sido, desde hace siglos, nuestras costumbres y nuestra cultura.

¿En nombre de qué? En nombre de esos dogmas ideológicos que se encierran en algunas palabras que, utilizadas como coletillas, se han apoderado o están intentando apoderarse de la forma de pensar y de expresarse de todos.

Una muestra muy evidente de esto la tenemos en la Agenda 2030, a la que Sánchez ha dedicado hasta todo un ministerio. No sé si hay muchos ciudadanos que sepan qué es esa agenda. Lo que sí sé es que, aunque no lo sepan, ese ministerio y esa agenda están influyendo en la vida de los ciudadanos mucho más de lo que ellos imaginan.

En septiembre de 2015, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó, en nombre de los 193 Estados que la componen, la Agenda 2030, que es un documento que contiene 17 objetivos, llamados de Desarrollo Sostenible. Cualquiera que lea los 17 objetivos estará totalmente de acuerdo con todos ellos. Basta con leer el primero: «Poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo». Porque todos esos objetivos son expresión de deseos de acabar con todos los grandes problemas humanos: la pobreza, la desigualdad entre hombres y mujeres, el acceso para todos a un trabajo digno, a la salud y a la educación, la protección del medioambiente y, por supuesto, la paz y la prosperidad.

«La palabra ‘sostenible’ se ha convertido en una especie de fetiche, como también la palabra ‘inclusivo’»

Lo que sí sorprende es que a algo tan evidente como eso, que, de una u otra forma, es el objetivo de todos los Estados, se le haya dado tanto bombo. La respuesta está en la palabra «sostenible», que aparece 14 veces en el enunciado de los 17 objetivos. Esta palabra se ha convertido en una especie de fetiche, como también la palabra «inclusivo» (a la que, por cierto, también Pedro Sánchez ha dedicado otro ministerio). Un fetiche que nadie se atreve a poner en cuestión y que todo el mundo, desde los alumnos de Primaria hasta los presidentes de grandes empresas pasando por los políticos de todos los partidos, usa con veneración porque saben que si no lo hacen van a ser censurados por los inquisidores de los dogmas de la corrección política.

Y ahí está la trampa. Si por «sostenible» se entendiera el respeto al medio ambiente y el cuidado de la Naturaleza, no habría que mencionar la palabra tantas veces. Pero no, los autores de la Agenda –y no olvidemos que de los 193 Estados que componen las Naciones Unidas las democracias plenas son una minoría- al repetir machaconamente esa palabra están imponiendo con ella una determinada interpretación de la protección de la Naturaleza: la que proviene de la ideología woke, que lleva consigo, en primer lugar, la consideración del hombre como un ser maligno y depredador, y, en segundo lugar, la pretensión de que sólo los Estados, y no los ciudadanos, pueden cuidar el medio ambiente.

Si de verdad se quisiera avanzar en la consecución de los objetivos que se propone la llamada Agenda 2030, empezando por el primero de acabar con la pobreza, Sánchez nunca tendría que haber puesto ese ministerio en manos de una comunista irredenta como Ione Belarra, porque la Historia ya ha demostrado que, con el comunismo, la pobreza no es que no disminuya, sino que crece exponencialmente.

Pero lo más probable es que el auténtico objetivo de esa Agenda es el de apoderarse de nuestra manera de pensar, a base de hacernos repetir esa coletilla. O sea, un objetivo totalitario.

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