THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Sin altruismo no habrá nada

«Es la ausencia radical de altruismo lo que ha transformado a los partidos políticos en corporaciones de intereses con muchos empleados»

Opinión
10 comentarios
Sin altruismo no habrá nada

Pixabay

Leo la prensa, observo los debates públicos, las actitudes de los líderes políticos y los partidos subordinados a ellos, sus imposturas, las discusiones y broncas entre facciones, sus enfrentamientos, acusaciones y descalificaciones, el seguidismo acrítico de quienes sirven a unos y otros como sus empleados, sean políticos, militantes, periodistas, pseudo intelectuales o filósofos, politólogos o expertos, y me parece imposible que esto que llamamos España tenga algún futuro más allá de una decadencia inacabable, con un sufrimiento igualmente inacabable. Pero más allá de este desolador panorama distingo una carencia: la falta de altruismo.   

Puede parecer una paradoja que la sociedad que más ostentación hace de sus buenos sentimientos, que más exhibe sus bondadosos deseos, sea en realidad tan adversa al altruismo, pero no lo es en absoluto.  

La Real Academia de la Lengua define altruismo, en su primera acepción, como diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio. Una persona altruista sería, por tanto, aquella que actúa de forma desinteresada, procurando hacer el bien, sin esperar ni buscar un beneficio particular o incluso yendo en contra de sus propios intereses. 

En condiciones normales, es decir, en una sociedad sin emergencias ni alarmas, donde los asuntos públicos y privados discurran razonablemente bien, el altruismo tiende a adquirir un matiz pseudo religioso, en el sentido de que a la persona considerada altruista se le confiere un cierto halo de santidad, porque en esa sociedad, donde las cosas marchan razonablemente bien, lo lógico es que cada cual se dedique a perseguir sus propios intereses, a intentar cumplir sus expectativas sin desviar ninguna energía de los fines pretendidos más allá del fingimiento. 

En esta sociedad, el altruismo es una rareza que, si bien puede beneficiar a unos pocos desafortunados, no se percibe realmente imprescindible. Se contempla como una excentricidad, un esnobismo inmaculado pero esnobismo, al fin y al cabo. Por decirlo más crudamente, el auténtico altruismo sería propio de pringados, de los que no se han enterado de qué va la película y no se dan cuenta que aquí el más tonto hace relojes. 

«El altruismo no debe ser contemplado como una rareza; mucho menos como una virtud a delegar en el Estado»

En el mejor de los casos, el altruismo sería una actitud desfasada de la ética cristiana o, más convenientemente, una función subsidiaria del Estado. El caso es que el altruismo como virtud individual no se percibe como útil o necesaria sino como una desviación de la norma, o sea una anormalidad. Una sinrazón muy minoritaria en contraposición a la razón mayoritaria que nos anima a buscar el propio beneficio a toda costa. 

Soy de la opinión de que, si bien cada persona tiene el derecho y casi diría que el deber de perseguir sus propios fines —asumiendo, claro está, unas reglas de juego que eviten el abuso de unos sobre otros, la estafa, el engaño, el robo y la delincuencia en general—, el altruismo no debe ser contemplado como una rareza o una desviación; mucho menos como una virtud a delegar en un ente impersonal y deshumanizado como el Estado. 

Aun a riesgo de parecer quijotesco, estoy convencido de que el gen del altruismo es tan imprescindible para progresar y sobrevivir como lo es el gen egoísta que nos compele al nacer como seres humanos a ser ambiciosos, a crear, innovar y prosperar por nuestra cuenta. Quiero decir que el altruismo es, pese a lo que pueda parecer, una virtud mucho más racional que beata.

Como digo, en una sociedad que marche razonablemente bien, puede entenderse que el altruismo se perciba como un anacronismo o, como mucho, una competencia del Estado, aunque a largo plazo esta percepción se demuestre peligrosamente equivocada. Sin embargo, cuando esa sociedad, lejos de marchar razonablemente bien, entra en barrena y se ve abrumada por la corrupción, la ineficiencia y, mires donde mires, en los asuntos públicos abundan los desafueros y pésimos ejemplos, o los individuos toman conciencia de que el altruismo les concierne, o difícilmente la sociedad saldrá bien librada.

Lo que intento defender no es un altruismo absolutista con el que desvestir a un santo para vestir a otro o exigir darlo todo a cambio de nada. Es más modesto y, sobre todo, compatible con nuestro natural egoísmo. Se trataría de un altruismo compatible, por ejemplo, con el político que busca colmar sus ambiciones, pero a cambio acaba prestando a la sociedad un buen servicio. También lo sería con el intelectual que hace un estupendo negocio vendiendo un libro al calor de alguna crisis, pero a cambio proporciona a los lectores honestidad intelectual y algunas ideas valiosas. Lo que no puede ser es que la ambición del político, lejos de servir a la sociedad en alguna medida, solo la perjudique. O que el intelectual, lejos de ser honesto, busque complacer el sectarismo de los más incondicionales o, peor, servir al poder para ganar dinero y relevancia. 

Pero este altruismo modesto no solo sería deseable en políticos e intelectuales, además de periodistas, politólogos y expertos. También lo sería en el ciudadano de a pie. De hecho, sería más necesario en este último que en cualquier otro. Porque si las personas corrientes no asumen que deben ofrecer por sí mismas alguna contrapartida, además de señalar culpables, para que la sociedad de la que forman parte salga adelante, difícilmente serán capaces de exigirlo cabalmente y de presionar a los que se han situado por encima. 

«Ningún político o mesías evitará que las deudas se cobren»

Quiero decir que, si las personas comunes son las primeras que se niegan a transaccionar con la realidad, a aceptar que evitar el desastre requiere también por su parte algún sacrificio, alguna renuncia, la política seguirá siendo un ejercicio de ruindad y oportunismo. Los gobernantes de hoy y los que aspiren a serlo mañana, continuarán prometiendo imposibles, diciendo generalidades, mintiendo y asegurando que tienen una solución mágica para cada problema, que es posible salir del atolladero sin demasiados cambios o que serán otros los que apechugarán con la parte del león del sacrificio. 

Es probable, querido lector, que considere, y con razón, que trasladar la responsabilidad de este altruismo de forma indiscriminada al común es una injusticia, porque son muchos los que llevan demasiado tiempo sufriendo en sus carnes los excesos de otros. Pero siento decirle que la lógica de las deudas no distingue lo que es justo o injusto, solo atiende a un principio inexorable: que las deudas se pagan. En el mejor de los supuestos, los manirrotos, corruptos y sinvergüenzas podrían acabar en los tribunales. Pero las deudas no se extinguirán. No es nada personal, solo negocio. Ningún político o mesías evitará que las deudas se cobren. Al contrario, tal y como ha venido sucediendo, unos y otros nos girarán las facturas regularmente envueltas en eufemismos… y más promesas.

Es muy posible que me equivoque, pero diría que es la ausencia radical de altruismo lo que ha transformado a los partidos políticos en corporaciones de intereses con muchos empleados, propiedad no ya de unos pocos accionistas sino de dos o tres espabilados. Y, por añadidura, ha convertido el liberalismo en el negocio de un puñado de funcionarios, vendedores ambulantes, youtubers e influencers; el conservadurismo, en el refugio de gente ignorante y resentida que, más que recuperar la fe en la civilización, busca resarcimiento; el progresismo, en una industria donde la consigna «lo personal es político» es llevada hasta sus últimas consecuencias; y la sociedad española, en una jaula de grillos.

Sinceramente, no sé si lo nuestro tiene remedio. Aunque siempre he pensado que el mañana no está escrito, mucho me temo que sin una mínima dosis de altruismo no habrá nada. Asumirlo sería, no obstante, un buen comienzo. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D