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Pilar Marcos

'Presidenta segunda', ticket con Sánchez y desprestigio compartido

«Nuestra democracia funciona por partidos. Necesitamos recuperar un prestigio que los partidos en España tuvieron al inicio y que otros países mantienen»

Opinión
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‘Presidenta segunda’, ticket con Sánchez y desprestigio compartido

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz durante la moción de censura de Tamames y Vox | Europa Press

Quiso el azar que al día siguiente de la presentación en sociedad de Yolanda Díaz como la «presidenta segunda» -tal como la designó Patxi López en su desquiciado mitin de la cafinitrina,  al cierre de la moción de censura en el Congreso- se hicieran públicos los datos del Eurobarómetro, un amplio sondeo de opinión que, de forma recurrente, compara preocupaciones y valoración de asuntos clave entre las opiniones públicas de los 27 países de la Unión Europea

Vi un titular llamativo que animaba a indagar: «El 73% de los españoles desconfía del Gobierno». ¡Tres de cada cuatro! De toda la UE, la desconfianza en su Gobierno sólo es mayor en Grecia (74%), Rumanía (74%), Croacia (75%) y República Eslovaca (82%). Vamos los quintos.

¿Habrá otra institución que quede peor parada que el Gobierno en la opinión comparada de los españoles con nuestros socios europeos? Pues sí, la hay. El Parlamento aglutina en España una desconfianza del 78% de la población. Y sólo hay dos países europeos que confíen menos en su Parlamento nacional que los españoles: los belgas (un 79% de desconfianza) y, otra vez, los eslovacos (un 80%). Esta desafección hacia el Parlamento en España ayuda a entender, por ejemplo, por qué ha despertado un inesperado seguimiento ciudadano la moción de censura del anciano profesor Ramón Tamames contra Pedro Sánchez: si decepciona mucho o todo lo que habitualmente acontece en el Congreso y en el Senado, podrá interesar más que un poco lo que excepcionalmente suceda. 

En resumen, el Gobierno, mal, el Parlamento, peor. Y, ¿habrá alguna otra institución que aglutine aún más desprestigio, a los ojos de los españoles? Otra vez sí, hay una institución en la que somos campeones europeos de desconfianza: los partidos políticos. Según el Eurobarómetro, el 90% de los españoles desconfía de nuestros partidos políticos, sólo el 7% confía y el 3% responde que «no sabe». 

Lo primero que cabe preguntar es si esa dramática desconfianza de los españoles en los partidos políticos es o no noticia. Sin duda lo es, aunque con algún matiz. Ya se vio en el Eurobarómetro de 2015, y aquél fue el año en el que sucumbió el bipartidismo en España con la irrupción de Podemos y Ciudadanos como tercera y cuarta fuerzas políticas en las elecciones de diciembre. Entonces, la desconfianza de los españoles hacia los partidos ascendía al 86% de los encuestados (con sólo el 7% que sí confiaba), pero ahí no éramos los campeones europeos de ese baldón. Arrastrábamos el impacto político de la crisis financiera y nos acompañaban una decena de países de la UE con niveles de confianza en sus partidos inferior al 10%, con Francia, Grecia e Italia entre ellos. ¿Y en 2018, con el advenimiento de Pedro Sánchez gracias a su exitosa moción de censura? Pues los niveles de desconfianza de los españoles se mantenían, pero habían bajado a solo media docena los países europeos en los que menos del 10% de su población confía en los partidos. Ahora sólo somos dos: España y Francia, aunque con nosotros como agraciados de la medalla de oro de la desconfianza… Y con Francia incendiada.

«Si los partidos políticos aglutinan en España el máximo desprestigio, intentemos concentrar el foco de la desafección contra el adversario principal»

Esa (¿ya arraigada?) desconfianza de los españoles hacia los partidos políticos puede ayudar a entender el juego de tándem y ticket que empezaron a anunciar Pedro Sánchez y Yolanda Díaz al calor del espectáculo de la moción de censura. Contra los prejuicios sobre la ya superada ruptura del dress code de los diputados que parecía preocupar a Santiago Abascal, los dos llegaron impecables, tan fatuos como falsos pero perfectamente atildados para firmar una herencia o una boda civil, según se tercie. Él, de moderno azul eléctrico. Ella, de blanco inmaculado. De blanco de marca blanca o de blanco de novia, según evolucione su colaboración hacia tándem o hacia ticket, que no son lo mismo. 

Damos por supuesto que la «presidenta segunda» (Patxi dixit) pretende aglutinar en su nueva marca «Sumar» el declinante espacio político de Podemos, para luego hacer un tándem poselectoral con el PSOE de Sánchez equiparable a la coalición que él hoy mantiene con lo que fue el partido de Pablo Iglesias. De ahí que abunden las bromas sobre los ‘piolets de última generación’, con ‘la izquierda, en vilo, a la espera de las represalias de Iglesias’. 

Pero la palabra clave no es tándem, sino ticket. Si Sánchez fue capaz de mal-copiar el sistema de primarias de Estados Unidos para aplicar una estricta taxidermia al PSOE, ahora puede estar pensando en mal-copiar el modelo de ticket presidencial estadounidense para intentar salvarse él con la presentación de una lista electoral que arrumbe las ya huecas siglas socialistas, que quedarían integradas en una mucho más moderna plataforma que podremos llamar ‘Progresistas’. Por ejemplo y por qué no. Progresistas de blanco y azul eléctrico. Además, si el plan es de ticket, y no de tándem, Iglesias sólo podría utilizar su piolet para iniciarse en el alpinismo. Y habrá más ticket, con muy poco tándem, si los retazos del Resplandor de Podemos (hoy en las manos gemelas de Belarra y Montero) terminan de difuminarse hasta la irrelevancia en las elecciones municipales y autonómicas de mayo.

La «presidenta segunda», con su nonato «Sumar», es así, para Sánchez, la última coca-cola en el desierto de la desafección que él sabe que atesora entre los españoles. ¿Será suficiente? Lo sería para ambos si su ticket les permitiera situarse -al menos, en las encuestas- como primera fuerza, por delante del Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo. Ahora los dos están, simplemente, fuera del futuro. Pero no lo será para ella si su papel queda relegado a báculo de él. Y Sánchez puede verse obligado a ingerir la misma pócima de la ambigüedad yolandista que ya ha probado Iglesias. Por cierto, fueron incontables las veces en las que Sánchez, y después Díaz, repitieron las palabras «Partido Popular» en sus intervenciones en la moción. Como si no hubiera más partido que el PP o como si fuera ésa la formación política que promovió la censura contra Sánchez. 

«Si el plan es de ticket, y no de tándem, Iglesias sólo podría utilizar su piolet para iniciarse en el alpinismo»

La insistencia sanchista en el «Partido Popular, Partido Popular, Partido Popular…» se entiende mejor con el Eurobarómetro en la mano: si los partidos políticos aglutinan en España el máximo desprestigio, intentemos concentrar el foco de la desafección contra el adversario principal. Se entiende eso y más cosas. Por ejemplo, se entiende mejor la fuerza con la que irrumpieron Podemos y Ciudadanos en 2015, o el inesperado éxito de Manuela Carmena como candidata al Ayuntamiento de Madrid (que se diluyó parcialmente con su mandato), o también por qué tiene todo el sentido que candidatos muy potentes opten por esquinar el protagonismo de las siglas de su partido en elecciones que saben que pueden ganar por sí mismos… Sólo los muy potentes, claro.

Evidentemente, la solución óptima no es ésa: nuestra democracia funciona como democracia de partidos. Por tanto, necesitamos recuperar un prestigio que los partidos en España tuvieron al inicio de la democracia y que otros países mantienen. Hoy, en la UE, Dinamarca, Holanda y Luxemburgo son los países que más confían en sus partidos políticos. Y han abandonado el farolillo rojo de una confianza inferior al 10% en sus partidos países como Grecia o Italia, que estaban tan mal como nosotros en 2015. 

Hay más instituciones que aglutinan elevadas dosis de desprestigio ciudadano entre los españoles. Nuestra desconfianza en los medios de comunicación es la cuarta mayor de los 27; solo superada por la que tienen hacia sus medios los griegos, franceses y eslovenos. Y nuestra desconfianza en la Justicia es la octava mayor de la UE. A cambio, confiamos más que la media europea en nuestra policía y en nuestros médicos, en especial en estos últimos. La confianza de los españoles en nuestro sistema sanitario y en los médicos es la sexta más alta de la UE. Solo nos superan Holanda, Malta, Dinamarca, Suecia y Finlandia. Y empatamos con Luxemburgo. Habrá que cuidar que esto no esté ya también camino de perderse y, en el entretanto, seguir repasando toda la información diferencial que el Eurobarómetro ofrece sobre las opiniones de los españoles. Es más que interesante.

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