La Gestapo de la lengua
«El supremacismo que se esconde detrás de tanta norma lingüística parapolicial es preocupante. Faltan políticos audaces y sobran espías de patio de colegio»
Mi lengua es totalmente bilingüe. Hablo catalán y castellano. Son mis idiomas maternos, aunque no los únicos que utilizo habitualmente. Aprender lenguas (y utilizarlas para entenderme) ha sido uno de mis objetivos de vida. Por defender el derecho a que los niños catalanes se eduquen en ambos idiomas y que el español, en Cataluña, se considere oficial (que lo es), me han calificado de «supremacista».
La Plataforma per la Llengua, una agrupación sobradamente subvencionada, decidió insultarme públicamente. Qué se le va a hacer. El ultranacionalismo lleva años amenazando, haciendo listas de periodistas «antipatriotas». A la espera de la nueva campañita inquisidora, lo que no vale es que el resto de la sociedad y los partidos constitucionalistas se encierren en un silencio cómplice. Hay que defender el castellano sin miedo. Como hicimos antes con el catalán.
Según el Anuario del Instituto Cervantes 2022, el español es hablado por casi 600 millones de personas. Esta misma semana, representantes de las 23 academias del idioma común se reúnen en Cádiz bajo el lema Lengua española, mestizaje e interculturalidad. Alrededor de 300 expertos debaten, en esta cita trianual, sobre un vehículo de comunicación que compartimos a ambos lados del Atlántico. Un tesoro que no va contra nadie.
En otra esquina de la península ibérica, en Cataluña, los independentistas ya dan por fallido el procés, la unidad nacionalista ha explotado por los aires y Esquerra Republicana solo gobierna porque Pedro Sánchez aún les necesita. Vive el ultranacionalismo el preámbulo de las próximas elecciones municipales con mucho nerviosismo; le faltan temas y motivos para seguir obteniendo votos del enfrentamiento.
Las sedes de las empresas no vuelven, la inversión extranjera escasea y el PIB per cápita catalán ha caído por debajo de Madrid, País Vasco y Navarra. Cataluña, que siempre había liderado la entrada de capital en España, va ahora por detrás de Euskadi y Madrid. Los partidos indepes buscan argumentos que ilusionen a su agotado seguidor. Y la víctima vuelve a ser la lengua. Pretenden hacernos creer que vivimos el apocalipsis lingüístico del catalán, cuando la escuela lleva décadas de inmersión total.
«No hay ninguna razón para despreciar el conocimiento de una de las lenguas más habladas en el mundo»
Es siempre la misma cantinela: la lengua propia se muere debido a la imposición del castellano por parte del opresor Estado español. Es una falsedad, pero funciona entre sus fans. Mis hijos treintañeros hablan, leen y escriben en catalán mucho mejor que sus padres, abuelos y bisabuelos. Los avis no estudiaron esa lengua en el colegio, pero la utilizaron en casa y en sus trabajos; incluso durante el franquismo.
He defendido siempre la importancia de la cultura propia del lugar donde nací, pero quiero que mis nietos también estudien, a fondo, el español. No hay ninguna razón para despreciar el conocimiento de una de las lenguas más habladas en el mundo, menos aún para querer que se convierta en una asignatura de idioma extranjero.
Hace 20 años, vivíamos nuestro bilingüismo más tranquilamente. Esquerra, partido entonces minoritario, aún no había puesto fecha a la independencia. A Jordi Pujol y a Convergència no les hacía falta, pues mandaban a su antojo en el castillo de la Generalitat.
Había inmersión, pero no se perseguía al profesor que enseñaba en castellano ni se ponían detectives en los recreos de la escuela pública. Nunca se preguntó a los maestros qué idioma hablaban en casa. Tampoco se exigía que las enfermeras de otros lugares de España o Latinoamérica, que vienen porque las necesitamos, tuvieran el mismo nivel de catalán que una persona nativa. Los políticos independentistas, me juego lo que quieran, no se atreven a exigir ese nivel a los cuidadores de sus ancianos padres.
Vivimos tiempos de ilegalidades, impostura y, peor aún, de una ignorante tontería que solo busca llamar la atención. Una joven escritora catalana, desconocida fuera de su entorno, ha anunciado que impedirá que su nueva novela sea traducida al castellano. ¡Menudo disgusto nos ha dado! Más peligroso es que un millar de médicos promueva hablar a los pacientes en catalán, aunque no les entiendan.
Hablando de ocurrencias, en Salt, un pueblo de Gerona gobernado por ERC, han propuesto hablar sólo en catalán durante un periodo de 21 días, el tiempo necesario, dicen, para un cambio mental de hábitos, para que los inmigrantes se adapten. «Inadaptats» es la palabra del año.
«Hay que rechazar tajantemente ese odio antiespañol que se fomenta desde los tentáculos de la Generalitat»
Esas iniciativas las podemos tomar a risa, restarle importancia o reaccionar en contra de cualquier propuesta para fastidiar a los catalanes que hablan castellano. Hay que rechazar tajantemente ese odio antiespañol que se fomenta desde los tentáculos de la Generalitat.
Tras insultarme en las redes y apuntarme en la pizarra de los malos, me llegaron algunas llamadas, correos y whatsapps. Para saber cómo estaba. Les respondí lo de siempre: estoy bien, en el mismo sitio. Creo en la socialdemocracia liberal, en la solidaridad territorial y en una Europa culta y multilingüe capaz de prosperar unida. También en el federalismo que, como vemos en Alemania o en la misma España, se basa en la cooperación entre estados (länder o autonomías). El independentismo quiere todo lo contrario: la división de los pueblos de España. Por eso, desprecia el federalismo.
Me da absolutamente igual lo que diga sobre mí la Gestapo de la lengua catalana, la que quiere echar de la educación, de la sanidad y de la vida pública a todo el que no acepte sus antidemocráticas normas. Sin embargo, pienso que los partidos que han representado durante décadas el voto de la inmigración, que siempre han creído en la democracia construida en la Transición, han de hablar alto y claro a favor del castellano.
No comprendo que se acepte, en silencio, la imposición política y educativa de los que pasean sus apellidos catalanes como si tuvieran patente de corso.
El supremacismo que se esconde detrás de tanta norma lingüística parapolicial es preocupante. Faltan políticos audaces, capaces de construir puentes de progreso, y sobran espías de patio de colegio. Catalanes constitucionalistas, no sigáis mudos. Sacad la lengua.