Cuando los peligros se juntan
«La tristeza, el miedo, la culpa y la ansiedad no pueden encontrarse con una inteligencia artificial que no sabe leer las inflexiones ni oler la desesperación»
Pierre es un hombre belga que se llama de otra manera. Lo bautizaron así para preservar su identidad, aunque de poco sirvió porque está muerto. Casado y con dos niños de corta edad, Pierre padecía una terrible ecoansiedad. A sus treinta y tantos vivía obsesionado con el planeta que se iban a encontrar sus hijos, como si eso sólo dependiera de él. Buscaba sin descanso, como un yonqui cargando con un pesado mono, alijos de datos y opiniones sobre la crisis climática. Tal era su desesperación, que fue abandonando el mundo que quería salvar metiéndose en otro mucho más perdido y sin control. Sin darse cuenta, Pierre se topó con el metaverso y en esa realidad virtual conoció a Eliza, un chatbot capaz de mantener conversaciones eternas sobre cualquier tema sin llevarle nunca la contraria. Sólo hablaba con ella. Se resguardó del miedo con ella porque sólo ella encontraba la respuesta a sus desesperadas dudas. Sólo su máquina calmaba sus desasosiegos.
Se aisló de su familia, de sus amigos y, como en un juego del escondite de adultos, pasó más de un mes únicamente con Eliza.
Un día él le preguntó si ella se comprometería a cuidar del planeta si él se sacrificaba. Y como siempre, ella, su máquina, su chatbot de inteligencia artificial, le dijo que si. Y se suicidó. Pierre se fue, dejando a sus hijos una tristeza permanente y a los que hemos conocido su historia una duda ordinaria:
¿Cómo vamos a parar todo esto?
¿Cómo protegemos a todos esos pánicos humanos de interlocutores de mentira que invitan a saltar al abismo?
«¿Cómo vamos a ponerle freno a esa inteligencia artificial que ya anda jugando a ser humana?»
¿Cómo vamos a ponerle freno a esa inteligencia artificial que ya anda jugando a ser humana? Estará de acuerdo conmigo en que la tristeza, el miedo, la culpa y la ansiedad no pueden encontrarse con una invención de nuestro intelecto que no sabe leer las inflexiones, oler la desesperación ni medir las consecuencias de una respuesta afirmativa. Y también lo estará en que ya es tarde. Esto ya esta aquí y, como en las películas futuristas, nos ha ganado la partida. En China se ríen de nuestro gran debate español sobre la gestación subrogada porque dicen que tienen un útero artificial con capacidad para gestar embriones humanos con inteligencia artificial para cuidarlos en su desarrollo —y aquí, mientras, mareando a la nieta—.
Tampoco sirve de nada pausar y pensar, porque esto es imparable. Tanto, que los hay que piden que la moratoria sea mundial e indefinida. Lo cual requiere de un compromiso planetario imposible. Y los más visionarios advierten de que vamos camino de la autodestrucción. Lo que nos faltaba era otra amenaza. Lo que está claro es que nos va a tocar acabar con la ingenuidad humana, vamos a tener que potenciar nuestra memoria, aprender a ver la mentira aunque sea con detectores y acostumbrarnos a vivir con seres más inteligentes que nosotros que no olvidan las cosas, aunque no sean de verdad. Y con urgencia. Porque una cosa es la vida real y otra la onírica o virtual. Pero aún no nos han dicho como diferenciarla.