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Neumonías de izquierdas

«Es un clásico del género de la incongruencia del político: el igualitarista rico; el defensor a ultranza de la escuela pública que manda a sus hijos a la privada»

Opinión

El portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, Pablo Echenique. | Marta Fernández (Europa Press)

  • Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado recientemente ‘Lo sexual es político (y jurídico)’ en Alianza, Madrid, 2019.

«¿Qué tiene que hacer una persona de izquierdas que tiene una neumonía?» –se preguntaba Pablo Echenique al recibir el alta del hospital de Arganda. Y añadía: «¿Ponerse a buscar en el mapa y hacer un estudio sobre la titularidad antes de ir a urgencias?». Las preguntas venían a cuento del hecho de que el centro donde ha sido tratado Echenique es de titularidad pública aunque de «gestión privada», un modelo este de la colaboración público-privado frente al que buena parte de la dizque izquierda la ha emprendido cual marinería bolchevique en el crucero Aurora.

Las explicaciones de Echenique se acompañaban de la salmodia acostumbrada sobre el cariño, la generosidad, el esfuerzo y el celo infinito de los y las (de momento no hay les) «profesionales sanitarios», convertidos en estos últimos tiempos en una suerte de batallón del bien que, por alguna mistérica componenda, se desempeñan con una excelencia que ningún otro «profesional» de ningún otro ramo podrá nunca alcanzar. Lo ha descrito muy bien en este mismo medio Alejandro Molina. Y es que pareciera que en el hospital de Arganda uno cruza el umbral del quirófano, la consulta, la sala de rayos, y toda la negrura del neoliberalismo-incompatible-con-la-vida torna súbitamente en iridiscencia humanitaria, compasión y complicidad con el progreso. Y ello incluso cuando, como es el caso, la «gestión» descansa en las garras de fondos buitre que propician mordidas y recortes salvajes.

Es un clásico del género de la incongruencia del político, sea representante o mero ideólogo: el igualitarista rico; el defensor a ultranza de la escuela pública que manda a sus hijos a la privada; el partidario de la inmersión lingüística que procura que sus vástagos respiren en el ecosistema de otras lenguas más productivas en el Colegio Británico o Alemán; el objetor de conciencia al aborto que sí practica abortos en la privada; el diputado conservador británico (o republicano de Idaho para el caso) capaz de combinar su homofobia pública con un buen despliegue de sofisticadas parafilias con su entrenador personal de Pilates; la Irene Montero que no renuncia a su herencia a pesar de estar en contra de las herencias, «consejos vendo que para mí no tengo», reza el adagio popular.

«Alinear nuestros principios con nuestra conducta puede que nos exija un esfuerzo excesivo»

Echenique, con todo, tiene algo de razón en su alegato: hay incongruencias entre la teoría y la praxis que son solo aparentes en la medida en la que alinear nuestros principios con nuestra conducta puede que nos exija un esfuerzo excesivo. En el célebre ejemplo del filósofo Gerry Cohen, yo puedo aceptar que para salvar la vida de mi compañero de armas se me debe amputar un pie (como en todo experimento mental filosófico, no pregunten por los detalles de esa relación de causalidad) pero es más que razonable exigir que sea otro – el poder público quien lo haga- y no yo mismo.

Echenique en una situación de urgencia en la Comunidad de Madrid, como el vegano perdido en el polo norte, debe tragarse sus compromisos morales mediante el expediente de ser atendido en el hospital de Arganda o de cazar una foca para no morirse de hambre. Análogamente, y sin recurrir a esos ejemplos extremos, el rico igualitarista, pero sabedor de su desidia o akrasia, puede pedir que sea el Estado quien le detraiga un porcentaje de sus recursos antes que ser él quien procure disminuir la brecha de riqueza con sus contribuciones voluntarias discretas y desorganizadas.

Pero la cuestión, para el caso de la neumonía de Echenique, no es esa. El problema es el origen de la incongruencia, es decir, si no será que las razones de esa oposición cerval de los Echeniques de este mundo a la gestión privada de los hospitales públicos son endebles.

¿Qué tiene de tan necesariamente – no contingentemente- dañino el hecho de que una prestación pública provista en función de la necesidad no sea «gestionada de manera directa» por la Administración como pide Echenique? Sentado que el acceso es universal, que hay una cartera de servicios que no se desatiende (una provisión, por cierto, que también se organiza en función del coste-efectividad y que genera «medicamentos huérfanos» y sus correspondientes «pacientes huérfanos»), ¿no es una fórmula aceptable si resulta igualmente eficaz y menos costosa?

«¿Encuentra reparo en que sean compañías multinacionales las que suministran el antibiótico?»

Imagino que a Echenique le fueron administrados antibióticos, le hicieron varias placas, quizá su neumólogo o la internista no estudiaron en una universidad pública. ¿Encuentra reparo en que sean compañías multinacionales como Roche o Siemens las que suministran el antibiótico o la máquina de Rayos X o que fuera la Universidad Europea de Madrid o la Universidad de Navarra la que formó a esos arcángeles de los cuidados?

Hace algún tiempo Íñigo Errejón recurría a los estudios de la economista Mariana Mazzucato para poner sordina a la sacrosanta y también sobre ponderada «iniciativa privada» llamando la atención sobre los muchos recursos y bienes públicos que son necesarios para esos desarrollos en bienes y servicios que tan pingües beneficios han generado a los dueños y accionistas de esas empresas. Frente al mito del lapicero de Milton Friedman para denostar toda planificación pública, el recordatorio de las vías de comunicación que posibilitan que lleguen las mercancías, o las muchas inversiones públicas en carísima ciencia básica sin las que muchas patentes no habrían llegado a emerger.

El ejemplo de Errejón era Apple y el iPhone, ese artilugio desde el que muy probablemente Echenique se «explicaba» en Twitter. Pues lo mismo el «servicio» – todo él, con sus celadoras, gerentes, economistas de la salud etc.- que le proporcionó el hospital de Arganda.

10 comentarios
  1. Amenos

    Un caso similar: el discurso muy elaborado y extenso sobre las ventajas ecológicas, sociales, económicas e incluso psicológicas d ela vida en el barrio o en «ciudades compactas». Es frecuente que algunos de sus defensores opten por vivr en casitas en urbanizacoines aisladas de un cierto nivel (sea como primera o segunda residencia).

  2. Gelabert

    Un clásico: «haz lo que te digo, no lo que yo hago». La mejor definición de la hipocresía, por muchas explicaciones retorcidas que Errejón, Echenique o el completo batallón de «progres» aduzca.
    Claro, que no excluyo a los iluminados naive que también los hay por toneladas

  3. Klaus

    Si uno va por ahí preguntando por qué el modelo ‘público puro’ sería preferible para servicios como la sanidad, la respuesta que más a menudo obtiene es algo como «hombre, porque la sanidad tiene que ser para todos, no sólo para los ricos». Y estoy hablando de mis alumnos universitarios, no de analfabetos.

    La militancia por lo público de la gente como Echenique (políticos de izquierda, quiero decir) no creo que esté basada en ningún argumento filosófico, moral, ideológico…. ni siquiera pragmático («si es público lo controlamos nosotros los políticos, como RTVE o Correos, y colocamos a los amiguetes»)

    Mi apuesta es que esa ardiente defensa del modelo público es meramente cínica y busca tan sólo aprovechar electoralmente la ignorancia de la gente.

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