Dragontea
«Hay una enseñanza importante de la generación, en sentido amplio, de los Dragó, Escohotado, Savater. La vida no va de llevar razón, sino de ser alguien»
Se muere gente que no se había muerto nunca. El último, Dragó. Claves de razón práctica echó el cierre la misma semana que él, la misma en que se cumplían 40 años del Oscar de Garci. Van desapareciendo o difuminándose los agitadores que protagonizaron la tele cultural democrática, los maîtres à penser de quienes crecieron en los 80 y 90. Pasa el tiempo, claro, y cambian formatos y cánones. Garci y Escohotado se han librado hasta ahora de cancelaciones, refugiado uno en nuestra memoria cinematográfica y sentimental y el otro en su viejo prestigio ácrata y en que, francamente, nadie le entendía demasiado.
Savater se ganó la cancelación por excelencia ya hace muchos años, de modo que la berrea hoy habitual debe de saberle a poco. Dragó, por su parte, cultivó minuciosamente el odio de una parte significativa de las audiencias, quizás intuyendo que a medida que pasaban los años era su mejor antídoto contra el olvido.
Un evaluación razonable del personaje debería, aparte de dar cuenta de sus declaraciones y opiniones atrabiliarias, reflejar su encaje incómodo en la literatura y el ensayo españoles -la opinión común es que su obra tiene un valor relativo, y yo no la conozco lo bastante para afirmarlo o negarlo-. Y, claro, su papel en la televisión cultural, que es donde más huella ha dejado en el imaginario español de estas cuatro décadas. Dragó tenía la hoy rarísima virtud de una ausencia casi total de sectarismo, al menos como programador, y me dicen que también en persona; y por su plató pasaron Carrillo y Verstrynge; Gustavo Bueno y Marina; Molina Foix y el desaparecido Manuel García-Viñó, que le arreó -es fama- una bofetada fuera de cámara.
«Esto va de cebar el odio y el resentimiento en todos los momentos de la vida»
Pero otra vez tenemos evidencia de que la fragmentación de audiencias ha hecho imposible una cultura común. Y la fragmentación política hace que los partidos -unos más que otros, claro- activen esas diferencias culturales en su beneficio, o en lo que creen su beneficio, que es sobre todo emputecer la vida del país. Ha habido de nuevo ocasión de comprobar la impiedad de la izquierda: el exhibicionismo de los avatares digitales y la doctrina de «lo personal es político» y viceversa asfixian cualquier posible tregua, incluso ante el ataúd. Lo explica claramente Podemos en su último spot: esto va de cebar el odio y el resentimiento en todos los momentos de la vida, y de neurotizar a la gente con la política para que no sean capaces de relacionarse ni con sus familias si no es a través del partido.
El curso pasado en Madrid se dedicó básicamente a discutir sobre Almudena Grandes, no por lo que cabalmente podamos pensar que ha sido en la literatura y la prensa de una época de España, sino porque era una excelente ocasión de tirarle su cadáver a la cabeza a la mitad de los madrileños o de los españoles. Se acaban los nombres de las estaciones pero no se acaba la voluntad de convertir la «cultura» y los muertos en otra fuente de «polarización».
«No importa ‘llevar razón’, y es importante darse cuenta antes de hacer el tonto por tomarse uno demasiado en serio»
Hay, con todo, una enseñanza importante de la generación, en sentido amplio, de los Dragó, Escohotado, Savater. No importa llevar razón, y es importante darse cuenta en la vida antes de hacer el tonto por tomarse uno demasiado en serio. Ellos dijeron seguro muchísimas tonterías, como todos. Pero la vida no va de llevar razón, sino de ser alguien.
A mediados de los noventa, al bajar la marea felipista, se vio que el PP estaba en paños menores en lo «cultural» -no, obviamente, porque no hubiera en España una gran cultura de derechas, e incluso muy de derechas; sino porque los circuitos oficiales habían sido monopolizados por el PSOE y el aznarismo parecía tener que contentarse con figuras esotéricas o aparentes sobreros-. Así se configuró este grupo heterogéneo -pienso también en Luis Alberto de Cuenca-.
Les cupo en todo caso la suerte de haberse podido insertar en la universidad y los medios mucho antes de la llamada del poder, en una época en la que no eran aún entornos del todo precarizados; así que nunca les faltó puerto en que fondear. Por eso mismo tengo la sensación de que ellos aún pudieron servirse más del poder que el poder de ellos. Cosa que no puede predicarse de las promociones actuales.