Otro clavo en el ataúd de los europeos
«El Parlamento Europeo ha aprobado esta semana, por abrumadora mayoría, una nueva vuelta de tuerca al sistema de comercio de derechos de emisiones de CO2»
Tengo 52 años, una rodilla maltrecha y un relativamente reciente y evidente sobrepeso.
Si la Ciencia dijera que la única forma de limitar los daños creados por un nuevo virus informático es que yo corra una maratón en menos de cuatro horas antes de fin de junio, pues mi cuerpo (y solo el mío, hay un consenso superior al 99% en la Ciencia) generaría en ese momento una sustancia clave para la fabricación de un microchip que conectado en todas las redes informáticas del mundo serviría de vacuna, daría igual en cuántos entrenadores, nutricionistas, rehabilitadores, masajistas y expertos en dopaje invirtiera la Humanidad ingentes cantidades de dinero: ese milagro deportivo no podría suceder. Quizá (y solo quizá), con la nutrición y el entrenamiento adecuado, podría alcanzar ese logro antes de final de 2024. Por lo tanto:
- La inversión acelerada sería estúpida e improcedente (posiblemente mi cuerpo sufriera tanto que antes que lograr el objetivo falleciera en el intento).
- La Humanidad tendría que adaptarse para minimizar los daños de ese virus.
- Yo trabajaría encantado para intentar lograr el difícil objetivo a medio/largo plazo.
- Los investigadores deberían ir pensando en otras formas de fabricar una vacuna por si, como es probable, yo fuera incapaz de conseguir la atlética hazaña
Con el cambio climático y los objetivos de descarbonización de cara a 2050 pasa algo parecido.
El mundo consumió en 2022 cerca de 14.000 millones de toneladas equivalentes de petróleo (mtep) de energía primaria. De ellas, cerca de 12.000 mtep fueron de energía fósil (el mundo continúa obteniendo alrededor del 80% de su energía primaria de fuentes fósiles). Reemplazar esa enorme cantidad de energía por fuentes libres de CO2 es tarea hercúlea. Algunos dirán, con razón, que como el reemplazo se va a hacer por electricidad procedente de fuentes libres de CO2 como las renovables, y como el rendimiento de la energía fósil deja bastante que desear (solo se transforma en energía consumida final, comparable con la energía eléctrica renovable, una parte de la energía primaria fósil), no hay que utilizar el consumo de energía primaria fósil para estimar la magnitud de la tarea, sino el consumo final de energía fósil.
En el gráfico adjunto, elaborado a partir de los datos de consumo de energía final fósil hasta 2022 de la Agencia Internacional de la Energía y completado linealmente con lo que deberíamos hacer para llegar a consumo final fósil cero en 2050, puede atisbarse visualmente la inmensidad de la tarea. Si tenemos en cuenta también que los únicos minibaches en el incremento de consumo de energía final fósil de dicha gráfica corresponden a la crisis asiática de 1998, a la crisis de Lehman Brothers y a la crisis de la covid, el avieso lector quizá empiece a adivinar que reducir ese consumo no parece sencillo, y sí en cambio doloroso. Según dicha agencia y como representa la imagen, el consumo de energía final procedente de fuentes fósiles en 2022 fue, aproximadamente, de 6.700 mtep.
Así pues, solo tendríamos que reemplazar ese consumo de energía fósil final por fuentes de energía libres de emisiones de CO2 antes de 2050.
Hagamos unos números de servilleta:
- Quedan aproximadamente 10.100 días hasta el final de 2050.
- Por lo tanto, para eliminar 6.700 millones de tep al año habría que eliminar, aproximadamente, unas 660.000 tep cada día
- 660.000 tep equivalen, aproximadamente, a 7.700 GWh.
- 7.700 GWh es, aproximadamente, la producción anual de un reactor nuclear de 1GW de potencia. O la electricidad anual generada por 1.000 turbinas eólicas de 2 MW de potencia operadas a muy buen rendimiento. O por unos 12 millones de paneles solares de 295W de potencia.
Bueno, pues olvidándonos de que la fabricación de cemento y acero supone cerca del 15% de las emisiones totales, de que la agricultura y ganadería rondan el 20%, del brutal coste de sustitución de todas las calderas de gas, carbón y gasoil en el mundo y del de todos los vehículos ligeros y pesados que funcionan con diésel o gasolina, y creyéndonos que todos los barcos y aviones serán sustituidos por sus equivalentes que funcionen sin emitir CO2 antes de 2050, la sencilla tarea que nos queda por hacer sería equivalente a:
- Inaugurar cada día de aquí a final de 2050 una central nuclear de 1GW. Para que nos hagamos una idea, en las siete décadas que lleva la Humanidad utilizando electricidad de origen nuclear, se han construido alrededor de 400 reactores en todo el mundo.
- O instalar, cada día de aquí a 2050, 1.000 turbinas eólicas de 2MW de potencia… asumiendo que pueden instalarse tal cantidad de turbinas con un alto rendimiento, pues no olvidemos que, como es lógico, ya están operando parques eólicos en gran parte de los sitios óptimos desde el punto de vista de la existencia de viento. Para que nos hagamos una idea, en la actualidad se está instalando apenas la décima parte de esa cantidad (y no olvidemos que, para cumplir con la fecha, los retrasos se van acumulando: lo que no instales hoy deberás recuperarlo… y cada día queda un día menos).
- O instalar, cada día de aquí a 2050, 12 millones de paneles solares de 295W de potencia. De nuevo, no olvidemos que las zonas de mejor insolación se van ocupando poco a poco, y que probablemente no sea muy sensato transportar energía solar fabricada en Oriente Medio a la Rusia Ártica, por ejemplo. Bueno, pues actualmente estamos instalando apenas el 25% de esa cantidad.
Todo lo anterior está basado en la hipótesis de que las necesidades de consumo de energía final de la Humanidad permanecerán constantes de aquí a 2050 (algo sumamente improbable teniendo en cuenta que de aquí a entonces la población global aumentará un 15% como poco, y que muy previsible y deseablemente miles de millones de seres humanos que viven en países en desarrollo incrementarán de forma muy importante su actual consumo de energía: hay cerca de 3.000 millones de personas cuyo consumo energético anual actual es inferior al de una nevera normalita. O que la propia extracción de materias primas y fabricación de equipamientos para la transición energética requerirá de… muchísima energía).
En resumen: es casi más probable que yo, un cincuentón gordo y lesionado crónico, corra la maratón en menos de cuatro horas dentro de dos meses, que la Humanidad se descarbonice por completo de aquí a 2050, salvo milagros tecnológicos sumamente imprevisibles.
Lo que haría cualquier gobernante sensato pues, y al igual que en la analogía de mi proeza atlética, sería:
- Darse cuenta de que esta inversión gigantesca y acelerada no va a funcionar, y reevaluar cómo y dónde se pueden obtener mayores éxitos con un menor coste.
- Fijarse mucho más en la adaptación al cambio climático que lo que se hace actualmente.
- Plantearse objetivos de descarbonización a (mucho) más largo plazo, modificando/anulando determinados tratados internacionales como el Acuerdo de París. Un acuerdo vinculante que, si la ciencia y los modelos climáticos están en lo cierto (importante «si»), no se va a cumplir, dará lugar a situaciones muy desagradables en los juzgados, que causarán daño innecesario a millones de personas.
- Invertir mucho menos en descarbonización con tecnologías inmaduras, e invertir mucho más en Investigación y Desarrollo de nuevas tecnologías disruptivas CO2 free.
Lamentablemente, la inmensa mayoría de los gobernantes mundiales no son sensatos, siendo los campeones del mundo de la insensatez los líderes europeos. Precisamente esta semana se ha aprobado en el Parlamento Europeo, por abrumadora mayoría, una nueva vuelta de tuerca al sistema de comercio de derechos de emisiones de CO2 (engendro financiero creado para encarecer artificialmente las actividades que emiten CO2 de forma que sus alternativas sin emisiones, más caras, resulten aparentemente más baratas o menos caras de lo que en realidad son). Traduciendo rápidamente del europolitiqués al español, lo aprobado consiste en que:
- Las fábricas que emitan CO2 incrementen sus costes de fabricación (costes que por supuesto transmitirán a nosotros, los clientes, en forma de mayores precios). Sí, esas fábricas tendrán la alternativa de fabricar sin emitir CO2 (lo que lógicamente también encarecerá el coste de los productos que compremos, pues si fabricar sin emitir CO2 fuera más barato que hacerlo emitiendo, hace tiempo que las empresas fabricarían a gusto de los feligreses de la Iglesia de la Calentología).
- El carburante de un vehículo de transporte por carretera será más caro, pues a su coste actual, ya bien trufado de impuestos, añadirá el coste de cada tonelada de CO2 que emita.
- Se encarecerán el gas, el gasoil, el fuelóleo o el carbón de las calderas de calefacción. Para poner el termostato en los mismos grados, cada ciudadano pagará un pico más desde 2027. O desde 2028, pues los muy cachondos de los parlamentarios europeos así lo han estipulado «en caso de que los precios de la energía sean en 2027 excepcionalmente altos».
- Se acabarán «de una vez» los vuelos baratos. Con la introducción de los derechos de emisiones en el sector aéreo, podemos olvidarnos de pasar un fin de semana en Roma o en Londres. O mejor dicho, pueden olvidarse aquellos ciudadanos que ahorran durante meses para darse actualmente ese lujo. Los privilegiados de altos salarios y patrimonio seguirán volando a disfrutar de Venecia o Brujas, y además estarán mucho menos agobiados por la presencia de gente vulgar, de esa que compra en el Primark y ensucia las aceras con sus hábitos de pobres.
Algún día, algún político, en algún lugar, explicará que la clave para incrementar el bienestar de parados, jubilados, accidentados, pobres o vulnerables de un país, y de los demás ciudadanos, es maximizar el crecimiento económico y la productividad de ese país. Pero ese día está muy lejos y ese político no será europeo, al menos si tengo que juzgar por los disparates que se aprueban semana tras semana en las instituciones comunitarias. Por abrumadora mayoría.