Una colosal y radical mudanza
«El conformismo no puede ser una alternativa para un país que, siguiendo los pasos de Argentina, avanza con paso firme hacia la salida del ‘primer mundo’»
Aunque, visto en perspectiva, pueda resultar inverosímil, lo cierto es que Mariano Rajoy tenía un plan cuando llegó a La Moncloa en 2011. Quiero decir que algunas personas de su partido se tomaron la molestia de analizar la crítica situación de España para confeccionar una agenda de medidas urgentes y reformas que deberían haberse aplicado durante los primeros cien días de gobierno. Esa era, al menos, la teoría. La práctica la conocemos todos. Rajoy, tan pronto fue investido presidente, tiró el plan a la papelera y se dedicó a improvisar a conveniencia.
Así, si bien es cierto que durante la campaña electoral se cuidó mucho de no prometer de forma clara bajar impuestos (astutamente se limitó a insinuarlo), sí se comprometió a no subirlos. Sin embargo, una vez en el poder los subió como nunca antes ningún gobierno lo había hecho. Es más, el entonces ministro de Economía, Cristóbal Montoro, alardeó de haber adelantado a la izquierda por la izquierda en materia tributaria. Tiempo después, un jocoso Rajoy bromeaba sobre esta hazaña en compañía de Felipe González, ante el estupor y el cabreo de millones de exvotantes.
Durante aquella legislatura récord en subidas de impuestos, el argumento esgrimido por el Gobierno de Rajoy fue la deuda oculta. Literalmente, «deuda que no aparecía en ningún sitio, que estaba en los cajones». Así, sin más explicación ni pormenores, Rajoy quedó liberado de cualquier compromiso, se dedicó a gobernar a discreción, el Partido Popular acabó perdiendo seis millones de votos y él mismo se marchó por la puerta de atrás, moción de censura mediante, dejando para la historia unas palabras de despedida reveladoras: «Es lo mejor para mí, para el PP y para España». El orden, querido lector, lo decía todo.
«En España, los políticos y los partidos jamás piden disculpas»
Hoy, Mariano Rajoy se ha convertido en un personaje innombrable para aquellos que aún nos atrevemos a señalarle como uno de los grandes responsables de la postración actual de España. Dicen que insistir en señalar a Rajoy descarga de culpa al Partido Socialista. Y que en lo que hay que estar es en echar al autócrata Sánchez. Solo el Partido Popular puede nombrar a Mariano. Y lo hace para honrarle, porque no le queda otra. O le honra o entona el mea culpa. Y, que se sepa, en España, los políticos y los partidos jamás piden disculpas.
Pero no me interesa el innombrable. Lo he traído a colación por un único motivo: la deuda «inesperada» que aguardaba en los cajones. Porque aquella deuda misteriosa cambió el signo de nuestra historia. Permitió al PP escurrir el bulto y dejar sin tocar el peso muerto del Estado que, con el tiempo, ha alcanzado cifras pavorosas.
Todo esto viene a propósito de las declaraciones del vicesecretario de Economía del Partido Popular, Juan Bravo, que parece dispuesto a recurrir a la misma estratagema para eludir meterle mano al Estado. A Juan Bravo le gustaría poder decir a los españoles que con un gobierno de Alberto Núñez Feijóo se van a bajar los impuestos, pero advierte que «tenemos que llegar a ver lo que nos encontramos» (en los cajones, por supuesto). Eso sí, prometió que no se establecerá «ningún impuesto» nuevo, lo que literalmente no descarta que, llegado el caso, se incrementen algunos «impuestos viejos».
La excusa de los dichosos cajones nunca me pareció argumento suficiente para echar por tierra cualquier ambición reformadora. Es más, en mi opinión fue una tomadura de pelo. Existen ejemplos en el mundo democrático de alternativas políticas que llegan al poder y, a pesar de encontrarse con una situación mucho peor de lo esperado, no renuncian a sus planes de reforma. Porque un plan, un verdadero plan no se desmorona con el primer contratiempo. Lo contrario revela una incompetencia intolerable. Cuando un gobierno en la sombra está bien trabajado, es serio y quienes deben llevarlo a efecto tienen verdadera voluntad política, no hay sorpresa en los cajones que propicie la renuncia.
Sinceramente, me cuesta mucho imaginar que alguien que se dedica a la política pueda ser tan cándido como para no esperar lo peor de un gobierno socialista; ni que decir tiene cuanto peor es lo que debe esperar del socialismo sanchista.
Quiero decir que, si el responsable económico del Partido Popular lo único que es capaz de prometer, al albur de los socorridos cajones, es que con Feijóo de presidente al menos no estaremos peor, más vale que dimita y cierre la puerta al salir. Porque quedarnos como estamos no es ningún chollo. Al contrario, es un lujo que los españoles no nos podemos permitir.
«No es suficiente ni mucho menos prometer que no se crearán impuestos nuevos»
El conformismo puede que sea una alternativa tentadora en la gris carrera del político de nuestro tiempo, pero de ningún modo lo es para un país que, siguiendo los pasos de Argentina, avanza con paso firme hacia la salida del «primer mundo». El conformismo, en todo caso, es el camino más seguro hacia el desastre.
Así que no, no es suficiente ni mucho menos prometer que no se crearán impuestos nuevos. Una promesa que como ya advierto deja abierta la puerta a subir los que ya existen. O se reduce el esfuerzo fiscal de los españoles y se pone a régimen a las administraciones, o mejor no hagan nada. Los españoles no necesitamos chicos obedientes, que se limiten a asentir en Bruselas, como si gobernar España consistiera en delegar en la ayuda forastera.
¿Qué no es fácil plantar cara, dentro y fuera de España? Por supuesto. Pero eso es lo que nos hace falta. Si el encargo les viene grande, hay otras ocupaciones a las que pueden dedicarse. Nadie les pone una pistola en la cabeza para que sigan en política. Estoy convencido de que aún quedan en los partidos o al menos en sus alrededores personas más audaces, que han aprendido de los errores y son conscientes de que aquella frase de San Ignacio de Loyola, «en tiempo de tribulación, no hacer mudanza», que el rajoyismo convirtió en santo y seña, estaba equivocada. En estos tiempos atribulados, lo que nos hace falta es una mudanza, una colosal y radical mudanza.