La conciencia asilada
«Rilke no fue un narcisista ni mucho menos un solipsista, sino más bien un alienado que se sirvió de la poesía para acogerse a una especie de derecho de asilo»
Cien años de los Sonetos a Orfeo. Proliferan artículos, reseñas y semblanzas. La crítica, que no da una, se obstina en señalar el desarraigo de Rilke. Uno se pregunta si hablan del mismo libro. Los Sonetos, a diferencia de las Elegías de Duino, constituyen un canto decidido, jubiloso y sacralizador de la tierra.
Influye en los críticos, supongo, el tópico del intelectual-judío-centroeuropeo-finisecular: el escritor germanoparlante del ocaso austrohúngaro -como Kafka-, presa de una infeliz infancia edípica -como Musil-, que hace del extrañamiento ante el mundo su seña de identidad. Hay mucho de eso en Rilke, sin duda: el poeta nómada, fronterizo, que erige una tronera en su interior. Pero es cuando menos reduccionista despacharlo como mero caso clínico.
En la contraportada de la edición de Visor hay una curiosa errata, uno de esos gazapos que involuntariamente aciertan. Es un extracto del texto que Valéry le dedicase en agosto de 1926, donde afirmaba que Rilke habitaba un tiempo puro que le permitía, a través de días idénticos, ver distintamente la muerte, gracias a «una conciencia completamente aislada» (une conscience tout isolée). Pero aquí dice «asilada».
¿Asilada? No es del todo incorrecto. Rilke no fue un narcisista ni mucho menos un solipsista, sino más bien un alienado que se sirvió de la poesía para acogerse a una especie de derecho de asilo, haciendo de su conciencia un castillo, como el de Duino, o un torreón, como el de Muzot, desde el que escuchar el aleteo del ángel.
Conciencia aislada es, en cambio, la de Leonard Lowe, el paciente catatónico de Oliver Sacks en Despertares. Viéndolo encerrado en un cuerpo inerte, el trasunto de Sacks, Malcolm Sayer, recitaba La pantera, uno de los poemas más conocidos de Rilke. Su imirada se ha cansado de tanto observar / esos barrotes ante sí, en desfile incesante, / que nada más podría entrar ya en ella. / le parece que sólo hay miles de barrotes / y que detrás de ellos ningún mundo existe…
En la adaptación cinematográfica, Robert De Niro interpretaba a Leonard. Que no se llevara un Oscar por una de sus mejores interpretaciones se debe, según la leyenda, a que antes lo habían ganado Dustin Hoffman por Rain Man y Daniel Day Lewis por Mi pie izquierdo, agotando el cupo de discapacidades. Cierto es que después lo ganaría Al Pacino por Esencia de mujer y Tom Hanks por Forrest Gump, conque puede que la leyenda no sea cierta.
«Conciencia asilada, más bien, de quien buscó un nuevo arraigo en la aceptación del destino y la consagración de la tierra»
Si hay una imagen que define la conciencia asilada de Rilke es su encuentro con Lou Albert-Lasard en un pueblecito de los Alpes, tal y como lo cuenta Antonio Pau en La belleza y el espanto. Se alojaban en la misma pensión y todavía no se conocían. Albert-Lasard estaba sentada en un banco mirando el valle en lontananza. Andando el tiempo, sería una gran pintora expresionista; entonces solo era una estudiante de arte que pasaba un mal momento. Rilke preguntó si podía sentarse a su lado y charlar con ella. Ella respondió que no podía hablar con nadie. ¿Entonces -replicó él- puedo sentarme a su lado y no hablar?, y ella afirmó con la cabeza. Así se pasan tres días, sentados juntos sin abrir la boca. Ella no sabía que ese hombrecito menudo, con su cuaderno de apuntes en el bolsillo de su chalequito de satén, abotonado hasta el cuello, era el gigante cuyos poemas se sabía al dedillo.
Ni desarraigo ni conciencia aislada. Conciencia asilada, más bien, de quien buscó un nuevo arraigo en la aceptación del destino y la consagración de la tierra; conciencia jubilosa de quien, tras unos ojos acuosos y unas hechuras infantiles, gritó como un coloso su canto de afirmación: «No temáis sufrir y lo que pesa / devolvedlo pues al peso de la tierra». El músico se retira a las montañas y solo unos pocos, poquísimos, pueden escuchar su canto. La sonrisa que curva sus labios es como la lira de Orfeo.