THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

Rafa

«Con Rafa se nos va también una forma de entender la vida, por mucho que empiece a quedarse, ya no será tan nuestro y cada vez será más suyo»

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Rafa Nadal. | Miquel Borras (Reuters)

Escribir sobre la retirada de Rafa Nadal es como hacer un obituario sin finado. Parece que le estás robando verdad a la noticia, engañando un poco, como si no fuese del todo porque para él nada fue cierto tampoco. O imposible, que viene a ser lo mismo, pero sin el esfuerzo que conlleva el sacrificio de esa victoria larga, dominar veinte años el tenis mundial como si fuese cualquier cosa. Siendo todas. 

Para él ha sido doloroso y rentable, como siempre pasa con los primeros en algo. Faltaría más, de tantos ésos pocos. Pero además partía de un escalón inferior porque se rompió las cuerdas tantas veces que por cada clac sonaba más roto, y sabio, cambiando de técnica y cegando la paciencia de sus rivales, los protas del tiempo que se cierra en tres hombres, Federer, Djokovic y Nadal, que dominaron el juego de la pelotita como nunca antes. Pero además ha sido el mejor ejemplo para un par de generaciones que hicieron suyas las gestas, los pinchazos del pie, los dolores, los huesos astillados, y las catorce veces que levantó el premio de vencedor en la pista Philippe-Chatrier, de Roland Garros, porque si hay un rey de la tierra, este ha sido Rafa Nadal, consiguiendo que suene el himno de España en París tantas veces que no se olvidarán. Gracias a él. Y del Real Madrid. 

Pasará la historia y recibirá homenajes comenzando a vivir, dejando atrás la disciplina de la élite, la complejidad de sus días, la rectitud de sus formas, la cruzada diaria contra la normalidad, porque en un tipo así nada era normal. Y con Rafa se nos va también una forma de entender la vida, por mucho que empiece a quedarse, ya no será tan nuestro y cada vez será más suyo. Y volverá de pronto, o eso ha dicho. Pero lo hará para despedirse a lo grande, y para sacarle partido y memoria, que por algo se ha hecho viejo con nosotros. 

Hay obviedades mediocres de criticar al que no se alcanza, ni se roza, pues no llegan ni subiéndose a una caja, en plan Pedro J. en la redacción de El Mundo, o los oradores del Speaker´s Corner, de Londres, donde Rafa consiguió subirse cojo tras horas de combate. Qué hubiese conseguido si no hubiera estado tan roto. Aunque también eso era parte de sus victorias. Así por recordarlo, 92 títulos individuales, 22 Grand Slam, 36 años, y toda la vida por delante. Ahí es nada. Luego, tío Tony con su método, ni cruel ni villano de tan llana que era su bondad, recta, jodida; esa forma de entrenarnos un poco a todos al toque. Y en cada momento de cima, como en aquél Wimbledon que rompió el reinado del suizo, en Indian Wells, en Madrid o Roma, Nadal vencía el torneo y a sus límites naturales, desafiando las normas del físico que se partía en trozos con tal de seguirle en cada golpe. Y fue precisando la manera de hacerse menos daño, cambiando de juego, de muñeca, de golpe y de pisada, como hace ahora para dedicarse a ser un tipo normal. 

«Parece que ha pasado un vendaval, se cierra una página de la historia, y nos damos cuenta porque hemos sido parte de ella»

No tuvimos mejor deportista español hasta la fecha, ni mejor persona dentro de esa coraza de metro ochenta y cinco, y un brazo izquierdo que ni Sir Henry Cooper a la mandíbula de Urtain. Parece que ha pasado un vendaval, se cierra una página de la historia, y nos damos cuenta porque hemos sido parte de ella, hemos viajado con él y con su manera de escribir la historia. Quizá eso nos pueda, nos asusta más saber que cerramos también nuestra etapa sin haber hecho tanto, sin ese palmarés, recordando que le vimos llegar, pelear y ahora, marcharse. Mientras, nuestra vida pasaba subiendo y bajando esta montaña rusa al tiempo que él no se bajaba del podio. Y con su despedida también decimos adiós un poco nosotros mismos, eso nos da pavor, nos dibuja un paisaje distinto, sin Rafa, donde no queremos mirar pues no sabemos lo que vamos encontrarnos, al menos, sí sabemos lo que no, y eso es lo que nos aterra, que con él se vaya esa parte de nosotros que vemos alejarse. 

Yo, mero escritor de su tiempo, sólo puedo decirle lo que otros muchos le habrán dicho cientos, miles de veces durante estos años en los que le hemos visto ganar y ganarse a sí mismo en cada juego: gracias, Rafa.  

Contigo dejamos de jugar, de ganar y también de ver los torneos de tenis, con tu adiós nos despedimos muchos, cuánto hemos cambiado mientras tu seguías ahí rompiéndote cada día al son de otra ovación en la grada. Buena banda sonora para tu memoria. Un silencio, un quejido al llegar a la bola, y otro aplauso que caía contigo al suelo de la tierra mojada. Qué buena canción para un hasta pronto.

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