MyTO

Barcelona se madrileñiza

«A falta de recursos imaginativos, la Ciudad Condal ha caído en el recurso fácil y rápido de más terrazas y más cerveza. Estamos ‘madrileando’, pero mal»

Opinión

Ilustración de Erich Gordon.

  • Periodista. Pasé años dedicada a la gestión y a escribir en la intimidad. Mi patria son dos lenguas, el castellano y el catalán. Cualquier casa de ópera es mi refugio. Y Wilson, mi perro de aguas luso, me acompaña en los naufragios.

Llegué a Barcelona, con siete años, a la casa de mis abuelos en el Eixample de Barcelona, un lugar tranquilo,  casi sin tráfico y con plátanos en las aceras. No había un parque a la vista ni más de un bar abierto en las esquinas, pero los colmados ponían en sus puertas cestos llenos de fruta y el comercio, más moderno que en otros lugares de la península ibérica, mostraba productos de Francia. «Bienvenida al Quadrat d’Or», me dijo mi abuelo Josep Muniesa (conocido como Pepito), cuando abrió la puerta de su piso.

Viví durante algunos años en ese cuadrado dorado, en la calle Casp de la Ciudad Condal junto a Paseo de San Juan. Crecí, me independicé, cambié de barrio y trabajé en el extranjero, pero siempre creí que nadie, nunca, se atrevería a tocar el elegante y funcional Eixample pensado al milímetro por Ildefons Cerdà. Sus manzanas de 133 metros cuadrados (113 para viviendas y 20 para acera, calzada y otra acera) son pura geometría urbanística. Cerdà pensó en el coche, cuando casi nadie tenía automóviles. El gusto por el sentido común y práctico de los barceloneses (industriales, comerciantes, trabajadores) también se tuvo en cuenta. El barrio se convirtió en uno de los ensanches más admirados de Europa

Ningún alcalde del siglo XX  se atrevió a tocar el diseño de un barrio que cuenta con la mayoría de las grandes obras arquitectónicas del modernismo (las de Gaudí, Puig i Cadafalch, Jujol, Domènech i Montaner, Sagnier…). Y entonces, en 2015, llegó Ada Colau a la alcaldía. Lo primero que dijo fue: «Voy a cambiar esta ciudad». Desde que la activista antidesahucios entró en la Plaza Sant Jaume, pensé que a Colau no le gustaba su ciudad, que es la mía y la de 1,62 millones de barceloneses. Ocho años después, bajo su gobierno y sus obras, tengo que confirmar esa apreciación.  

«La ‘isla verde’ de la alcaldesa es una extensión de cemento que ha costado 48 millones de euros»

Roda el món i torna al born (Rueda el mundo y vuelve al Born). Esa frase, que algunos consideran propia del Medioevo, significa que hay que conocer el mundo para volver a casa y hacer algo bueno de verdad. Cuando regreso a mi ciudad —ahora por motivos familiares—, siempre paseo por el ensanche. Esta vez, debido a las obras ecológicas tan publicitadas por Ada Colau, subí el Paseo de Gracia hasta Consell de Cent, para caminar por la nueva isla verde de la alcaldesa. Y voy a decirles una cosa: ni es una isla ni es verde. Es una extensión de cemento que ha costado 48 millones de euros.

En este corazón del Eixample, donde antes había un desfile de galerías de arte ahora hay una sucesión de terrazas, sillas y mesas. No hay coches, pero los turistas suplen con creces su tráfico y decibelios. «Consell de Cent, nuestra calle, era bastante tranquila; por la noche, pasaban pocos coches, pero ahora se ha llenado de grupos que beben cerveza, gritan y no nos dejan dormir», me cuenta un vecino.  

Como peatón, que es lo que soy desde que decidí vender mi coche hace décadas, hay que vigilar que no te arrollen las bicicletas (ya no tienen su propia vía y circulan por donde les place) o los diversos patinetes que van en cualquier dirección.  Eso sí, los pisos de estas antiguas y bellas casas han aumentado considerablemente de precio, aunque no son los barceloneses quienes las ocupan. El precio medio del metro cuadrado en el nuevo Ensanche se eleva a más de 8.000 euros; las viviendas reformadas y de lujo —ocupadas por los ricos del mundo— pasan de los 10.000 euros por metro. Precios muy parecidos a los del madrileño barrio de Salamanca, donde gobierna un alcalde del PP. 

Colau, que inició su mandato restringiendo las terrazas, ha acabado colocándolas por todas partes; por un momento, el pasado sábado pensé: «Esto es Madrid». En cuatro años la ciudad ha aumentado de 5.000 a 6.500 las licencias. También mantuvo el cierre de los comercios en días festivos, para proteger al pequeño tendero y para la conciliación de sus familias, se decía. Hoy todas las grandes superficies y franquicias abren los domingos. Esto vuelve a ser Madrid.

«Su promesa de miles de viviendas sociales públicas, también se ha olvidado. Colau ha construido menos que Madrid»

A pesar de los intentos de Ada Colau por convencernos de que Barcelona es cada día más ecológica y solidaria, yo solo veo más cemento, más turistas de cerveza y okupaciones, que no son de gente vulnerable sino de activistas y nuevos anarquistas (o sea, de los que  no trabajan). Su promesa de miles de viviendas sociales públicas, también se ha olvidado. Colau ha construido menos que la capital de España.

Hubo tiempos, unos en los que el alcalde de Barcelona mandaba de verdad. A principios del siglo XX, cuando se construyó un Eixample práctico, además de estético y bien diseñado, que nos sacó de las murallas. O después, en los ochentas y noventas, cuando un alcalde con ideas y ganas de mejorar su ciudad (Pasqual Maragall) consiguió unos Juegos Olímpicos, recuperó el litoral marítimo y nos regaló el mar. Fue el último gran proyecto que ilusionó a la ciudad y a sus ciudadanos. 

Desgraciadamente, a tres días de las elecciones municipales, ninguno de los alcaldables presenta una gran idea que anime al barcelonés. Las promesas son pobres y viejas (que si se une o no el inútil tranvía de la diagonal). Se alejan de las primeras necesidades de los ciudadanos: ¿dónde están las viviendas sociales? ¿Dónde la bajada de impuestos? ¿La limpieza, la seguridad? Y contrastan profundamente con los proyectos, a veces megalómanos, de Madrid (la operación Chamartín creará 350.000 empleos, con más de 10.000 viviendas).

La impresión es que el previsible triple empate de las elecciones del domingo no favorecerá una visión futurista y abierta de la ciudad. A falta de recursos imaginativos, Barcelona ha caído en el recurso fácil y rápido de más terrazas y más cerveza. Estamos madrileando, pero mal.  

10 comentarios
  1. jsb01

    No sé si es algo deliberado o no, pero me desconcierta esa mezcla, un tanto caótica, de castellano y catalán. «Paseo de Gracia » y «Consell de Cent». «Calle Casp» y «Paseo de San Juan «. Y lo de «isla», sorprendente. Siempre se llamó manzana (o «cuadra», en muchos países donde se habla español). «Isla» es una traducción literal del catalán.

  2. AndresM

    Necesitan las terrazas y no es por lo que cree. Al peatonalizar si no se ponen terrazas y bares el entorno se degrada pues al dejar de circular coches no hay circulación de personas y al vaciarse las calles estas se vuelven inseguras.. Es uno de esos bonitos efectos de la peatonalización que sus apóstoles no cuentan

  3. Grossman

    El artículo es curioso, se dice una cosa y la contraria, aclárese o se hacen viviendas o no.

    Pascual Maragal puso la primera piedra de esa ciudad que a usted no le gusta, la hizo turística y por eso vienen a miles, a una ciudad que antes nadie conocía y ahora los Juegos Olímpicos y la Sagrada Familia hace que vengan a miles para unas fotos y emborracharse.

    Quizás Barcelona no tenga mucho arreglo, entre el proces totalitario, el monolingüismo xenófobo y que urbanísticamente no se puede expandir…pues está jodido.

    Quiere una ciudad sin coches, sin bares, sin bicicletas, sin monopatines….lo pone difícil.

    Por cierto oponerse a la construcción de 10.000 viviendas es de traca, Madrid nuevo norte es uno de los hitos urbanísticos de Europa, de aquí a unos años Barcelona será una aldea, además Madrid está rodeada de un mar de terreno.

    Y una alcaldesa con talento que va a los bares.

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