El último verano de la extrema izquierda
«Dirán que la gente no les votó porque los medios y las cloacas del Estado conspiraron contra ellos. En fin. Que tanta paz dejen como odio esparcieron»
No son «los partidos a la izquierda del PSOE». Son la extrema izquierda. Poner otro nombre es mentir para eludir su totalitarismo. Estamos hablando de los enemigos del mercado, de la propiedad privada y de la intimidad. Están contra el pluralismo político, los medios no afines y el periodismo libre. Odian el «Estado español» y les chirría la palabra «España» porque, en su ignorancia, lo relacionan con Franco. Rechazan la Constitución de 1978, haciendo gala de infantilismo, porque no la votaron. Repudian con todas sus fuerzas la separación de poderes, y sostienen la omnipotencia del Parlamento siempre que lo controlen. Creen que la violencia es necesaria si sirve para eliminar o arrinconar al enemigo político, y que haber matado es progresista si se hizo con el puño cerrado. Son «antifascistas» porque «fascista» es todo el mundo menos ellos.
El concepto de totalitarismo, dicen, es una invención facha para dañar la imagen liberadora de la URSS. En su corazón están los dictadores comunistas que han sangrado a la Humanidad, ya que piensan que represaliar, encarcelar, torturar y asesinar en nombre de la idea son pecadillos que no la deslegitiman. Tienen un enorme complejo de superioridad moral a pesar de que purgan despiadadamente a los suyos, como hemos visto en Podemos. Se creen cultos, poco menos que intelectuales, pero sus libros son copias rematadamente malas de lo que dijeron otros.
Desprecian la democracia liberal en comparación con Venezuela y otros paraísos del populismo autoritario, quizá porque allí, al igual que aquí, los mandatarios de la cuerda podemita viven como millonarios. Hablan en nombre del pueblo pero su porcentaje de votos dice que no representan a casi nadie. Quisieron traer a España uno de esos procesos constituyentes llenos de disparates y autoritarismo, como en Chile, y hundirnos en la miseria y la estupidez.
«Niegan el derecho a pensar y hablar de forma distinta a la que quieren imponer»
Rezan que «otro mundo es posible», para lo cual niegan el derecho a pensar y hablar de forma distinta a la que quieren imponer. Han querido convertir la existencia en una vida de trinchera, en la que si no apoyas algo, como el decálogo trans o ecologista, o lo que sea, te cuelgan la etiqueta para procurar tu muerte civil.
A poco que se eche la vista atrás, especialmente desde 2015, es fácil ver en ellos a profetas arrogantes, redentores no pedidos, salvadores de la nada, apocalípticos de martes y jueves, moralistas inmorales, y sembradores profesionales de cizaña. Vieron su hueco en la crisis del sistema en 2014 y trabajaron lo que pudieron para hundir la convivencia. Quisieron convertir todo en política y han acabado en esperpento valleinclanesco.
En un estudio de su estilo es sencillo comprobar que destilan odio y rencor en cada palabra y gesto. No hace falta más que ver cómo hablan en los mítines y en el modo de presentar sus propuestas políticas y legislativas. Siempre es contra alguien y para ajustar cuentas. Y eso considerando que no sirven para legislar. Su ley estrella, la del solo sí es sí es la más nefasta desde 1978. ¿Qué han aportado a la vida política? Nada positivo. Su legado es el estilo populista, ese peronismo cutre y desesperado que ha adoptado Pedro Sánchez para su PSOE.
Tanto intelecto impostado, tantas ínfulas de revolucionario haciendo gala de desinterés y honradez, de profeta visionario dando lecciones de modernez, para luego matarse por un puñetero puesto de salida en una lista electoral. Mucho Laclau y Mouffe para luego soltar chorradas contra Mercadona o Zara, o hacerse el ofendido porque vetan su nombre en una lista electoral. Al final, el agonismo, esa estrategia para que el régimen agonizara, se ha quedado en la chusca agonía de la extrema izquierda, de unos partidos a puñaladas para vivir como los políticos de la casta.
«¿A quién le importa que se queden en la calle Irene Montero, Pablo Echenique y el resto de la tropa?»
¿A quién le importa que se queden en la calle Irene Montero, Pablo Echenique y el resto de la tropa? A la vista de lo que ha ocurrido en las urnas desde 2021 no le preocupa a mucha gente. No es cierto que Sumar y Podemos, con todas las confluencias que odian a Pablo Iglesias y sus tuteladas, consigan reunir los votos que se obtienen agregando cifras pasadas. El espectáculo está generando un desprecio que es difícil de remontar, y, por otro lado, la suma de partidos es una marca nueva que no tiene por qué concitar el mismo voto que por separado.
Estoy convencido de que España daría un ejemplo democrático al mundo libre si pusiera a Podemos en el baúl de la Historia. La mengua institucional de la extrema izquierda alejaría el fantasma de una regresión democrática. Tiene gracia porque los intelectuales del universo podemita no dejan de celebrar congresos y saraos para sostener que el avance de la «derecha extrema» y la «extrema derecha» pone en peligro la democracia. Es gracioso, digo, porque la extrema izquierda odia lo que entendemos por formas democráticas y ha hecho todo lo posible por inculcar costumbres públicas totalitarias.
Este puede ser su último verano. Lo dirán las urnas el 23-J. Es posible que queden reducidos al tamaño normal que la extrema izquierda debe tener en un país como España. Pero no se preocupe, ahí seguirán, fabricando el relato de la derrota, haciendo victimismo del barato y vendiendo revolución con dinero público. Dirán que la gente no les votó porque los medios y las cloacas del Estado conspiraron contra ellos, y culparán a Yolanda Díaz. Incluso habrá quien diga que era una buena idea mal ejecutada, como siempre, pero que la próxima vez les saldrá mejor. Lo mismo que dicen desde el colapso de la URSS. En fin. Que tanta paz dejen como odio esparcieron sin utilidad ni inteligencia.