'Succession' a la española
«Acabada la cuarta temporada de la serie norteamericana, la izquierda patria decidió entretenernos con su nada edificante navajeo para copar las listas»
Les confieso que desde que acabé la cuarta temporada de Succession andaba un poco como vaca sin cencerro, peregrinando sin éxito alguno de plataforma en plataforma buscando alguna serie a la que engancharme. Y en eso, la izquierda patria decidió entretenernos con su nada edificante navajeo para copar las listas electorales que, no sé a ustedes, pero a mí me tiene totalmente absorbida. Cabe recordar que Pablo Iglesias dedicaba gran parte de su jornada laboral como vicepresidente a ver y recomendarnos series, así que imagino que la política de su partido y de los otros con los que se relaciona se ha acabado contagiando de esa dinámica y al final todo son constantes giros de guion.
Es verdad que en las negociaciones ya pintaban bastos para Podemos por sus desastrosos resultados electorales, pero es que, además, no ha sido precisamente la mejor semana en la vida de Irene Montero. Para empezar, se filtró desde el principio que el gran escollo para el pacto era ella porque, aunque muy a tope siempre con la sororidad, no la quieren ni regalada. Y, para continuar, como para apuntalar ese rechazo, la relatora contra la violencia machista de la ONU reprobó la rebaja de penas a consecuencia de la ley del solo sí es sí y le cayeron casi a la vez dos sentencias: en una, el Tribunal Supremo avala dichas rebajas de condenas y en otra, –llevada por nuestra compañera Lupe Sánchez y la abogada Ruth Arroyo– la obligan a pagar 18.000 euros a un ciudadano al que acusó de maltrato pese a que no solo no ha sido condenado nunca, sino que todas las denuncias fueron archivadas.
El señalamiento de los miembros del Gobierno a ciudadanos anónimos y a periodistas es una de las peores herencias que nos dejan y ha degradado la política y envenenado la convivencia hasta límites insospechados. Al margen de todo eso, es injusto que Irene Montero cargue ella sola con las culpas de la ley del solo sí es sí cuando esta salió del Consejo de Ministros, Pedro Sánchez la defendió como una gran conquista del feminismo y Yolanda Díaz votó en contra de su reforma. Pero, ya saben, las mujeres hacen política de otra manera –mucho mejor, claro- y no cometen excesos testosterónicos. Si hablas todo el rato en femenino o reduplicas el lenguaje, los navajazos son cuquis. Biquiños.
«Enganchados como estábamos al culebrón podemita, no vimos venir la que se estaba liando en el PSOE»
Y a todo esto, estábamos la mar de entretenidos viendo cómo le sacaban brillo a la guillotina para la marquesa de Galapagar, cuando los de Podemos registraron por error un partido político: Juntas sí se puede. Lo típico. ¿A quién no le ha pasado alguna vez? Eso que vas a salir de tranquis, pero te lías, te lías y cuando te das cuenta, zas, has registrado un nuevo partido. Y así, enganchados como estábamos al culebrón podemita, no vimos venir la que se estaba liando en el PSOE: los barones sublevándose por las listas impuestas por Ferraz y en el comité federal llamándolos tontos útiles cual Logan Roy en uno de sus frecuentes ataques de ira.
Si bien es cierto que los personajes de Succession son todos amorales y bastante patéticos, en cierta manera acabas empatizando con ellos, pero con los protagonistas de nuestro culebrón, esto es más difícil. La gran derrotada ha sido, sin duda, Irene Montero, una derrota sin grandeza y cuajada de humillación que, en cualquier otra persona, hubiera supuesto granjearse la conmiseración del respetable. Pero es que estamos hablando de Irene Montero, la misma que se empeñó en que se celebrara el 8-M cuando en el Gobierno tenían datos alarmantes sobre la pandemia porque quería su minuto de gloria; la misma que ha rebajado la pena de más de mil violadores y que no ha mostrado ni la más mínima consideración con las mujeres violadas que tienen que revivir ahora de nuevo su calvario; la misma que aplaudía a quienes lanzaban ladrillos simbólicos contra la escritora Lucía Etxebarria por oponerse a la ley trans, una ley que ha puesto en pie de guerra al feminismo y que ha hecho que tanto Podemos como PSOE hayan perdido mucho voto entre las mujeres.
También es difícil empatizar con una Yolanda Díaz que ha cimentado su carrera traicionando a todo el que se le ponía por delante como ha explicado Luca Costantini -el periodista que más a fondo ha estudiado su figura- ni con un Echenique al que es difícil recordar por algo que no sean sus continuos improperios y salidas de tono. Y qué decir de Pedro Sánchez, el ególatra y mentiroso compulsivo que nos gobierna apoyado por separatistas y filoterroristas a los que ha concedido todo lo que han pedido para poder seguir utilizando sin tasa el Falcon. Un Falcon que, por cierto, durante su mandato ha realizado 3.316 vuelos –muchos de ellos no aparecen en las agendas oficiales-, lo que supone un gasto de 18.104.733 euros solo en combustible y cuyo equivalente en CO2 es el de un coche circulando la friolera de 5.602 años.
Si a los protagonistas de Succession les entraba la risa cuando les exigían dejar de usar aviones y helicópteros privados en una de sus negociaciones, el Gobierno que presume de ecologista hace exactamente lo mismo, pero, encima, afeándonos a nosotros que contaminemos. Y luego nos quedan los miembros del PSOE, que serían algo así como el Greg de la serie, capaces de tragar todo por mantener la poltrona y que no se rebelaron ni por los beneficios penitenciarios a terroristas, ni por los indultos a los golpistas, ni por la derogación de la sedición, ni por la rebaja de la malversación, ni por la diarrea legislativa ni por la degradación de las instituciones: solo se han sublevado por los puestos en la lista. Vamos, como en Succession, pero con bastante más hipocresía y bastante menos gracia.