THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

Samba de verano

«El verano está entero aún, ha desplegado apenas unas horas. Me gusta esta percepción de lo que está por existir, esta explanada que será inédita»

Opinión
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Samba de verano

Portada de un disco de Marcos Valle. | Wikimedia Commons

A la relación del columnismo con el tiempo se debe su atención al almanaque. El hecho de que las columnas salgan un día determinado de la semana las predispone a ese fijarse en el calendario. Pasan cosas, las de la actualidad, las del periódico, y en un momento dado pasa el cambio de estación. Algo que también se contempla. El envoltorio climático de los acontecimientos que aún no se han producido se adelanta como un escenario sin actores. Esta vez es el verano, que todavía está vacío: el verano en su punto cero.

Desde hace años me pongo en el solsticio (este 2023, el 21 de junio) versiones de Samba de verão de Marcos Valle, el clásico de este músico de la llamada segunda generación de la bossa nova. Mi versión favorita es la de Caetano Veloso en el Songbook de Marcos Valle (producido por Almir Chediak en 1998), que tiene un aire abstracto, como metafísico; un concentrado del verano platónico, perfecto y acre: algo así como una desolación luminosa, con la ligereza marítima del verano pero en un momento de remisión de los placeres, o de su plenitud melancólica. 

Una versión más festiva, que no abandona el fondo de tristeza (signo de la música brasileña), es la instrumental de Walter Wanderley con su órgano Hammond. Esta vendió un millón de copias en Estados Unidos a mediados de los sesenta del pasado siglo, con el título de Summer samba. La canción es conocida aún por un tercer título, So nice, que han cantado tantísimos y tantísimas cantantes, por lo general maravillosamente. Por ejemplo, la recientemente desaparecida Astrud Gilberto. O Bebel Gilberto (tiene otra versión en vivo durante un fastuoso atardecer en Río de Janeiro).

«Los meses de verano no son uniformes: están el pujante julio y el perezoso agosto»

Hago sonar a modo de himno todas las versiones (¡hay más: la del propio Marcos Valle, la de Roberto Menescal, las de Eumir Deodato, Eumir Deodato y Eumir Deodato, la Bossacucanova con Marcos Valle y Cris Delanno, la de Eliane Elias, la de Diana Krall… no se acaba nunca!), como anticipando estética y emocionalmente los meses por venir, en este día como en suspensión. Los meses de verano no son, por cierto, uniformes: están el pujante julio y el perezoso agosto, además de la parte correspondiente de junio (auroral) y septiembre (crepuscular). Este julio tenemos en España la novedad de las elecciones tropicales del día 23. Al menos sabremos cómo votan en Brasil. Y el 6 de septiembre, un horizonte en este instante, el concierto en Madrid de Caetano Veloso.

Pero el verano está entero aún, ha desplegado apenas unas horas. Me gusta esta percepción de lo que está por existir, esta explanada que será inédita pero que imaginamos, que proyectamos, a partir de las pasadas. Un momento glorioso, que aún no he experimentado este año (lo estoy demorando deliberadamente), es el de la primera zambullida: esa sorpresa siempre de sentir que el agua es el hogar; el mar entero, líquido amniótico, como la extensión del cuerpo; la levedad recobrada de astronautas. La ligera costumbre del verano diluirá la sensación, que seguirá siendo gustosa pero ya sin éxtasis, hasta ese otro momento del último baño, con el pellizco nostálgico al salir a la arena como un reptil más evolucionado y más triste, el mar a la espalda… 

Por lo demás, confieso que no tengo expectativas a estas alturas: el cosquilleo ha desaparecido. No espero nada del verano que empieza. Solo sol, mar y brisa (no me olvido de la artificial del ventilador). Libros. Paseos. Algunas comidas y cenas con amigos. Un poco de escritura. «Dejar morir el tiempo divinamente inútil», que decía Luis Cernuda. Es suficiente.

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