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«La cultura es de quienes la hacen, y siempre que una empresa o un político se acerca a la obra de alguien, la estropea, la utiliza o la censura»
Los extremos se tocan, es una obviedad que no deja de sorprenderme, por muy alejados que parezcan en el espectro de la política. Lo mismo que una panda de animales se ha dedicado los últimos años a censurar obras de autores como Nabokov, Road Dahl, Agatha Christie, o de la autora que más ha hecho sonreír a los niños, J. K. Rowling, por unos comentarios que caben en la libertad que brinda el derecho de opinión, ahora resulta que otro animal, en este caso de Vox, ha decidido cancelar la representación de Orlando, de Virginia Woolf, en uno de los ayuntamientos de la Comunidad de Madrid, en concreto, en Valdemorillo.
El ayuntamiento de dicha pedanía ha contrarrestado la información publicada en diferentes medios, alegando que, en realidad, nunca estuvo programada, y que se debe a una decisión estrictamente económica. No deja de ser sorprendente que la representación de esta adaptación del clásico Orlando estuviera programada para el día 25 de noviembre, y que teniendo un caché muy alto se haya cambiado por otra que cuesta lo mismo, dejando así un tufillo censor digno de los comportamientos más apestosos que hemos vivido en los últimos años.
Penguin Random House, por ejemplo, ha comenzado una campaña en la que etiquetan los libros de Ernest Hemingway como si fueran paquetes de tabaco, alertando a los estudiantes y lectores que el texto del libro «no pretende respaldar las opiniones culturales o el lenguaje que aparecen en él», no vaya a ser que el chaval que lea ahora Fiesta o El viejo y el mar se pueda ofender con la manera de escribir del magistral autor estadounidense. Ya verán dónde nos lleva esto: «No abra este libro: en él se dicen cosas como feo, gordo, calvo o estúpido, y no queremos que se lleve un disgusto cuando lea esas frases. Firmado: el editor».
La cultura es de quienes la hacen, la pintan, la escriben, cantan o la exponen, y siempre que una empresa o un político se acerca a la obra de alguien, la estropea, la utiliza o la censura, como estamos viendo en estos terribles años, en los que la ofensa se ha convertido en el grito de los más tontos. ¿Cuándo acabará esta situación?
Dentro de muy poco tiempo nos pareceremos más a esclavos de los campos de concentración, porque siempre aparecerá un memo o mema que vuelva a ensuciar la obra de algún autor del que no comprende nada, porque su pésima cabecita no le da para entender que un personaje en un libro, por muy bien definido que esté, es un personaje de ficción.
Parece que los libros, las películas, las obras de arte, deberán llevar una etiqueta que evite la sorpresa o el dolor del ofendido de turno porque se llama negro o gordo a alguien en uno de sus diálogos. No se podrá matar a nadie y los thrillers desaparecerán aunque sean el género más vendido. En un futuro muy cercano, comenzaremos a ver en los juzgados a autores que han asesinado a otra persona en el libro, acusados de homicidio y de haber provocado que el tonto se haya llevado un disgusto porque James Bond le ha dado un guantazo a una de las chicas que se beneficia en el diálogo. La industria del cine ya ha modificado las obras de Ian Fleming, no vaya a ser que su personaje principal se parezca un poco al que inventó su autor.
«Estamos dejando en manos de analfabetos la cultura y dándole poder de decisión a gente que hace con el dinero que recaudan políticas sectarias que terminan con las libertades»
Somos la fábrica de mayores bobos que se ha inventado jamás. Un buenísimo que está del lado del cínico blandengue, motivados por ese movimiento que nació en las universidades de niños ricos americanas, principalmente, por el enorme cargo de conciencia que manejaban por pasarse los derechos del resto por el forro. Uno piensa que leyendo a Cela se convierte en malísimo, o que leyendo a Virginia Woolf te vuelves lesbiana del todo. Pero vamos, todo lo que sean decisiones propias, libertad y sentido común, se está sustituyendo por la mayor de las atrocidades que se le puede hacer al ser humano: dejarle pensar por sí mismo. Y encima desde cargos públicos.
Estas cosas no acaban bien, queridos lectores, no. Puede que terminemos quemando los libros de Lorca por ser homosexual y porque ofende a los heteros, del mismo modo que se hizo con Chaucer en los Cuentos de Canterbury, al que llegaron a tachar de antisemita y misógino. Estamos dejando en manos de analfabetos la cultura y dándole poder de decisión a gente que hace con el dinero que recaudan políticas sectarias que terminan con las libertades del resto. Luego llega la industria del entretenimiento y entra al trapo para darse de bruces con una realidad con la que no puede, porque la gente, por mucho que ellos lo pretendan, no es del todo gilipollas.
Así que nada, compañeros escritores de novelas, si queréis un premio institucional o que vuestro libro sea llevado al cine para ganar un poco de dinero, debéis escribir sobre ese ofendido que está rigiendo el mundo de hoy, el que a costa de etiquetarnos al resto va directo a la deriva del mono de hoy, que, como dijo Sabina, es el hijo del hombre de ayer. Y arrasará.