Sumar y la España de los residuos
«Con el tratamiento de residuos no hay reciclaje cordial que valga. En cambio, el ejercicio de los derechos de ciudadanía se puede llevar a la incineradora»
Más allá de la espuma de algunas ocurrencias (aprobar una ley que acabe con las listas de espera en Sanidad se acerca mucho a derogar por decreto-ley la entropía de los sistemas aislados); del nombramiento de Elizabeth Duval como portavoz de feminismo (una manera pragmática de terminar de enterrar el feminismo como ideología política y teoría de la justicia), y también de propuestas que valdrían la pena debatir con mayor sosiego, para lo cual tendríamos que vivir en un municipio de Holanda (los 20.000 euros de herencia universal puede ser una buena manera de paliar los efectos indeseables de la inmerecida fortuna del linaje, algo que muchos liberales bien podrían compartir) es muy instructivo leer con calma Un programa por ti, las 185 páginas en las que el partido Sumar compendia su eventual acción de gobierno.
Buena parte del documento fumiga la inanidad tan propia de estos programas en los que se acaba «apostando» por el bien antes que por el mal, por Observatorios y Oficinas, Planes y Estrategias maximalistas y grandilocuentes (mi favorita: Estrategia Nacional para el Calor Extremo y Recurrente) aunque, eso sí, con la retórica que ha caracterizado a la dizque izquierda en los últimos tiempos. Así, abundan las extenuantes elipsis inclusivas, los «cuidados», las «decencias», sostenibilidades, vulnerabilidades y victimizaciones de toda laya, espolvoreado el conjunto con el perejil de lo «verde». Y en el marco de esa preocupación aparece todo un epígrafe dedicado a la transición ecológica justa y en él un capítulo que lleva por título Hacia un país circular. Ese país de «economía circular» exige, a juicio de Sumar, una «unificación nacional de la catalogación de los residuos», esto es, homogeneizar y eliminar lo que, de nuevo a juicio de Sumar, constituye una «barrera normativa» que dificulta «… la conversión legal de los flujos materiales en subproductos reutilizables» (acudan, si les pica la curiosidad, a la página 50).
«No elimina el ejercicio de un supuesto derecho de autodeterminación que conduzca a la independencia de Cataluña»
Es una de las escasas apuestas claras por la unificación «nacional» de Sumar (junto con un mínimo para el impuesto de sucesiones y donaciones, con el que este escribiente está de acuerdo, por cierto) que puede convivir, sin atisbo de cortocircuito conceptual y normativo, con lo que en Sumar tienen que decir al respecto de nuestra condición plurinacional y la singularidad catalana: vuelve la mesa de diálogo, la bilateralidad, los espacios multinivel y la necesidad de alcanzar un «nuevo pacto territorial» que habrá de ser finalmente aprobado por la ciudadanía de Cataluña, un acuerdo que no elimina de manera expresa el ejercicio de un supuesto derecho de autodeterminación que conduzca a la independencia de Cataluña; es decir, que ese «país de países» (p. 117) lo sea menos, mucho menos, y sin la participación de todos los que lo integran, sino solo de una parte, y rompiendo definitivamente la solidaridad bien cacareada también a lo largo de todo el documento.
La resultante de este Sumar perfectamente esquizofrénico es que preocupa mucho más que la dispersión normativa que ha generado este «país de países» (nunca «España» en los labios de su líder) dificulte, pongamos, la producción de tapones de plástico reciclado (esos que, de momento, impiden ejercer su función de cierre de las botellas de leche), pero que sea una conquista del «progreso» que las personas trabajadoras que anhelan ser parte de una economía circular mediante la prestación de sus servicios o la puesta a disposición de su fuerza de trabajo en Galicia, País Vasco o Cataluña viniendo de otros «territorios» o «países», no les baste conocer la lengua común, mayoritaria y oficial. Y que sus hijos no puedan ser educados en español en tales territorios.
Con el tratamiento de residuos no hay reciclaje cordial que valga. El ejercicio de los derechos de ciudadanía, en cambio, se puede desechar y llevar a la incineradora, o al silo donde se alojan por milenios los restos radioactivos.