El 24 será un lunes como otro cualquiera
«En estas elecciones la izquierda habla en términos catastrofistas. Pero la prueba de que la democracia está sana es que las exageraciones están lejos de la realidad»
En el documental Polarizados, de Fran Jurado, en el que he tenido el placer de participar, Aurora Nacarino recuerda unas palabras muy interesantes del sociólogo experto en polarización Luis Miller: «Los españoles estamos más divididos por cuestiones identitarias que por policies, o políticas públicas. Si ya sabemos lo que genera esta dinámica perversa de la política, entonces lo único que tenemos que hacer es cambiar de tema, mover la conversación hacia los temas que no son tan divisivos». Pero, como explica Nacarino, esto solo consigue que esos temas, al ocultarse o al verse desplazados del debate público, vuelvan con más fuerza y más polarización. En España pasa con el patriotismo, o el concepto nación. La bandera española ha estado muchas décadas estigmatizada, una parte de la izquierda prefiere decir «Estado español» que España. El resultado es que cuando la bandera ha reaparecido, lo ha hecho como un símbolo ideológico, nunca neutral.
Esta polarización mayoritariamente identitaria tiene algo bueno y malo. Estamos muy polarizados, sí. En 2017, la convivencia en Cataluña se rompió, hubo miedo a un conflicto civil violento. Al mismo tiempo, la polarización identitaria es muy abstracta. Es una polarización sobre asuntos que no afectan a nuestro día a día. Sí, es obvio que, por ejemplo, la discriminación lingüística en Cataluña afecta en el día a día de los hablantes de castellano. Pero en el resto de España, la opinión discrepante que pueda tener con mi vecino sobre los indultos a los independentistas o los pactos de Sánchez con Bildu o ERC no altera sustancialmente mi vida ni la convivencia.
«La medida de la moderación en España es la posición que tenga uno con el nacionalismo»
En España, uno de los marcadores ideológicos más importantes es la posición que tengas sobre los nacionalismos periféricos. La medida de la moderación en España es la posición que tenga uno con el nacionalismo. Uno puede ser estalinista en política económica, o ser un minarquista que quiere eliminar todo el Estado, y dará igual: lo que te define realmente es si eres complaciente o no con el independentismo catalán. Por eso hay reaccionarios considerados de izquierda porque les resulta simpático el independentismo, e izquierdistas considerados de derechas porque lo critican.
La polarización identitaria distorsiona enormemente el debate público. Es difícil saber la postura ideológica de muchos políticos o analistas. Los debates se producen en la superficie, sobre retórica, temperamento, cuestiones abstractas e identitarias. Son debates, al fin y al cabo, de sociedades ricas. Por eso vemos tantas hipérboles. Feijóo, por ejemplo, es un líder moderado, que en Europa podría incluso formar parte de una socialdemocracia anticuada o de un ordoliberalismo alemán aburrido, con su defensa clara del Estado social y la redistribución junto a una política fiscal no muy expansiva. Pero se le llama derecha ultra porque… bueno, porque es del PP.
Cuando las etiquetas no significan nada, las hipérboles abundan. En estas elecciones la izquierda habla en términos absolutos, catastrofistas. Pedro Sánchez las plantea como un plebiscito sobre él mismo, sobre el sanchismo (es muy curioso que le guste hablar tanto de sanchismo a él, y que intente definir lo que significa, cuando es un concepto peyorativo que critica su arrogancia en el poder). La izquierda en general las plantea como un plebiscito sobre la democracia. El ejemplo de que nuestra democracia está verdaderamente sana es que estas exageraciones están alejadísimas de la realidad. El lunes 24 será un día como otro cualquiera. Y eso está muy bien.