Sinéad O'Connor, te espero en un par de años
«Cada día tengo más muertos en mi estantería y eso es una forma de darme cuenta que también me voy muriendo poco a poco»
Cada vez que se muere un cantante o un escritor, tengo la sensación de que se muere dos veces. Es algo difícil de explicar, como sí de pronto una parte de mi se muriese también, de pena o de rabia, carcomido por la ausencia de una voz que sigue sonando en todas partes pero teniendo muy claro que no volverá a decir nada que no haya escuchado o leído ya. Podría decirse que, incluso, pasa a formar parte de un podio paralelo, una especie de submundo al que se accede cuando ya es inalcanzable. Muchas veces pienso que sobornaría al barquero ofreciéndole el doble de monedas para que lo trajera de vuelta, o en montar un equipo de asalto que pudiera darle el palo por tantas ausencias que el cabrón se ha llevado consigo antes de tiempo.
Esta semana ha sido Sinéad O’Connor, que vivía amputada de un cacho de cuerpo desde que falleció su hijo, colgada del precipicio de seguir adelante sin el trozo que salió de ella porque esto de vivir es, a veces, una forma de morirse a cada poco.
Pero no dejo de ponerme en bucle sus canciones, intentando atraparla, sin aceptar las reglas del juego por si acaso pudiera resultar que la magia es real y, el resto, una mentira de humor negro que se ha vestido de canalla de nuevo este verano.
Luego resulta que nos peleamos por las cosas pequeñas, nos enfrentamos por un trozo de galleta sabiendo que hay otros paquetes sin abrir, iguales, redondas, que saben igual que la mitad por la que insultamos, pegamos, e incluso, matamos. Mientras, una parte de nosotros se mete debajo de la tierra porque su tiempo ha llegado a su fin, pasa a formar parte del pasado, del irremediable oscuro de no volver abrir los ojos, de no volver a escribir una canción o de cantarla, para ser después esa banda sonora que escuchamos siendo felices, tristes: simplemente, vivos.
«Es impensable no sentir que una bestia parda se ha cansado de seguir estando viva, y sólo espero que el tiempo cure lo que la ausencia hace que sea inevitable»
Cada día tengo más muertos en mi estantería y eso es una forma de darme cuenta que también me voy muriendo poco a poco, que me hago mayor, que mis horas van pasando mientras las canciones y los libros que me han hecho de esta forma ya no volverán a escribirse ni mucho menos a sonar en las voces de quienes han construido este armario del que tengo la sensación de haber perdido la llave. El tiempo pasa, y los recuerdos van eliminado las cosas feas porque así sobrevivimos mejor, dejando la corteza bien pulida por muchas grietas que tengamos en la piel, y es entonces cuando se hace más difícil la entrada de nuevas emociones, como si pusiéramos un cartel de completo, o cerrado por derribo que dijo Sabina en alguna canción. Entonces envidio con mucha más fuerza a los que se sostienen en la fe, los que descansan sabiendo que aquí estamos de paso, de rodaje, porque cuando todo se apague empieza todo. Qué maldita suerte tienen y qué lejos me siento de todas esas premisas sujetas a un divino experimento que nos hace inmortales.
Muchas veces trato de recuperar el aliento volviendo a un libro, a un disco, y entonces me pasa que siento de nuevo que no se ha muerto del todo; es acojonante la presencia de esa voz que me faltaba y, de pronto, está de nuevo presente y casi se me olvida del todo que ha fallecido, como si el paso del tiempo consiguiera resucitarle y me doy de bruces con estas normas que rigen nuestro paso por el mundo. Eso me pasa con muchos: Antonio Vega, Enrique Urquijo, Bowie, Elvis o Amy Winehouse.
Supongo que la herida tendrá que cicatrizar como cuando borramos lo malo del pasado, quizá, dentro de uno o dos años venga de nuevo a sonreír Sinéad O’Connor mientras canta «Nothing compares 2 u», «All apologies» o «Drink before the war», y me olvide entonces que se ha muerto. Puede que todo eso sea mi fe, mi creencia, mi refugio para olvidarme que de pronto alguien marcha, o simplemente, sea la capacidad que tenemos de seguir viviendo en un mundo en el que muchas veces nos faltan los que nos han ido puliendo tal y como somos. Sea como fuere, hoy es impensable no sentir que una bestia parda se ha cansado de seguir estando viva, y al igual que otras tantas veces, sólo espero que el tiempo cure lo que la ausencia hace que sea inevitable. Te espero en un par de años.