El chivo expiatorio
«Cien mil comentaristas han encontrado en esa chorrada intrascendente una buena excusa para rasgarse las vestiduras y exhibir sus convicciones feministas»
El chivo expiatorio de todas las frustraciones políticas y de todas las insuficiencias intelectuales españolas es ese señor calvo al que desde el presidente del Gobierno hasta el último mono acusan de violador por haberle dado un beso a una jugadora. ¿A qué corrientes inconscientes colectivas obedece este extraño y unánime linchamiento? ¿Sólo al deseo de diez mil periodistas y un millón de lectores de mostrarse, mediante el discurso virtuoso, como personas decentes, por comparación, por oposición al presidente de la federación de fútbol? ¿O sea, un «yo eso jamás lo hubiera hecho»? Sí, en parte es la voluntad de exclamar: «¡Soy bueno, soy bueno!». Pero hay algo más. Veamos.
Empecemos contextualizando el linchamiento: agosto del 2023.
¿Qué es lo que ha pasado este verano, qué ha hecho arder el pelo a las redacciones? En primer lugar, las cosas aciagas de cada verano: pateras que naufragan, con su cosecha de emigrantes muertos; pavorosos incendios forestales; guerras idiotas por los recursos naturales, escasos y menguantes –petróleo, agua potable, minerales—disfrazadas de luchas entre el Bien y el Mal–; el anuncio de un nuevo encarecimiento de la vida y empobrecimiento de las masas para los próximos meses. En fin, un panorama del presente y del inmediato porvenir que predispone el ánimo a la depresión.
El verano es tiempo para descansar, y contra ello, se proponen temas ligeros. Primero llegaron los estrenos de dos grandes producciones de Hollywood, Barbie y Oppenheimer.
La primera película es una cursilada rosácea, con coartada feminista, que tiene el gancho de que la protagonice una rubia muy guapa. Y la segunda tiene el gancho del fin del mundo, cientos de miles de muertos han colaborado en ese gran éxito sobre las angustias del atormentado creador de la bomba atómica.
El verano avanzaba, y cuando ya no se podía estirar más el chicle de Barbie ni de Oppenheimer, una cantante pop muy conocida contribuyó al panem et circenses cuando tuvo la ocurrencia de sacarse un pecho en el escenario, durante un concierto, como gesto de reivindicación feminista.
O quizá fueran los dos pechos, no sé, da igual, el caso es que se presentó tal exhibición como un acto de compromiso contra el fascismo, el machismo y todo lo que quieras, y miles de columnistas entraron al trapo, a comentar el gesto. Unos estaban a favor, otros en contra. Unos mencionaban los precedentes de la época del destape, y los más rancios prodigaban disquisiciones sobre los pechos femeninos que se ven en las playas.
Era un asunto vistoso que, a diferencia del Sahel o de Ucrania, no necesitaba mucha preparación, pero por el mismo hecho de comentarlo todos demostraban tener el sistema neuronal estresado, parcialmente desactivado, sin duda a causa de las altas temperaturas, o que sencillamente, echaban de menos un tema de verdad interesante que llevarse a la pluma, un tema veraniego como los de antes, alguna aparición del monstruo del lago Ness o unas nuevas mediciones que demuestren que sube el nivel del agua en Venecia y La Serenísima corre peligro de hundirse; o, en el peor de los casos, que la torre de Pisa se inclina más aún…
El asesinato y descuartizamiento en Tailandia de un doctor colombiano a manos de un chef de cocina español ha dado para unos días, pero la verdad es que mucho recorrido no tiene el asunto, por más que el chef sea nieto de Curro Jiménez.
Luego, pasado el ecuador de agosto, ha llegado la consagración deportiva de la selección de fútbol femenina. Algo de lo que «todos deberíamos sentirnos orgullosos» –ya que anuncia la ampliación del campo de alienación futbolera a las mujeres– pero que, por ahora, no tiene el impacto de un triunfo de la selección masculina. Ni siquiera lo tendría una futura selección LGTBIQ+.
En este contexto fofo es cuando el tal Rubiales tuvo un arrebato de alegría por la victoria del equipo, que en parte, como es fácil de entender, es también un triunfo suyo, y se le ocurrió darle un beso en los labios a una jugadora.
Cien mil comentaristas, incluidos el presidente y la vicepresidenta del Gobierno, han encontrado en esa chorrada intrascendente una buena excusa para rasgarse las vestiduras, exhibir sus convicciones buenistas y feministas, insultar impunemente al calvo de marras llamándole desde «machirulo» a «agresor», pasando por «señoro» (esto último, los comentaristas más crueles), y exigirle, primero, que se excuse, pero no con la boca pequeña sino que se excuse en serio, que reconozca el terrible daño que ha causado, que muestre arrepentimiento y propósito de enmienda, que se humille de verdad. Y una vez conseguido esto, que dimita, pues el pico en los labios hay que considerarlo una agresión sexual IN-TO-LE-RA-BLE.
Ahora bien, como el tal Rubiales se resiste a renunciar a su cargo, que lleva aparejado un sueldo suculento, y la entidad que preside es de carácter privado, de manera que ni el presidente ni el Papa de Roma pueden imponerle la dimisión, los siguientes pasos del linchamiento, a los que ahora estamos asistiendo, consisten en hurgar en toda su trayectoria, buscando –y encontrando, como es inevitable— otros momentos chuscos, ordinarios, de mal gusto o algo peor, que justifiquen el acoso, y en convencer a la jugadora besada de que en realidad ha sido víctima no de un beso sino de una violación. Estamos a la espera de que Jenni Hermoso explique que, desde el beso, se siente traumatizada y no ha podido dormir.
«El clásico cherchez la femme ya no explica nada; la lógica contemporánea impone un cherchez l’argent»
¿Pero por qué tal ensañamiento general, precisamente cuando Rubiales y su equipo han demostrado su eficacia en la gestión del campeonato de fútbol femenino? ¿A qué obedece esta campaña?
Por una parte, tal como he señalado al principio, al aburrimiento veraniego y al narcisismo de mostrarse virtuosos, buenos, feministas.
En segundo lugar, supongo que obedece a luchas de poder y dinero entre diferentes agentes y estamentos del deporte y el entretenimiento. El clásico cherchez la femme ya no explica nada; la lógica contemporánea impone un cherchez l’argent.
Pero en tercer lugar este linchamiento, como otros anteriores a los que hemos asistido, menos virulentos, tiene todo el aspecto de un acto sacrificial u ofrenda de expiación a una deidad social sin nombre, para compensar los sentimientos latentes de disgusto y vergüenza nacional que han difundido entre nosotros el malestar económico y el impasse político, con sus exigencias de pactos vergonzantes. Aquí, en la ejecución colectiva de Rubiales, todos podemos estar de acuerdo, y olvidarnos de las ofensas reales que sufrimos, y de las cosas repugnantes que respaldamos y respaldaremos.
Si fuera yo más malpensado y retorcido, todavía habría detectado un cuarto y paradójico motivo: se ha orquestado este escándalo con el propósito inconsciente de tapar, o de minimizar, el gran éxito del equipo femenino de fútbol. Se procura oscurecer o manchar por contacto el éxito de las jugadoras:
¡Es el mismo atavismo machista el que acusa a Rubiales de machista!